Mi primer día

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Me levanté de golpe por el sonido de la alarma. Me había quedado dormida en el sofá. Menos mal que puse la alarma del móvil la noche anterior antes de acostarme, si no lo más probable es que me hubiera despertado a las 14h. Lo cogí para pararla y miré el reloj. Las 7:00h. En una hora debía estar en el consultorio, o me daba prisa o llegaría tarde, y no sería un buen comienzo que digamos.

Así que rápidamente me cambié, me hice un café, me comí un croissant con Nocilla y salí por la puerta a las 7:45h. Lo que no me esperaba es que hubieran unas 40 vacas paradas delante de mi casa.

- ¿Qué es esto? - Pregunté en voz alta.

- Buenos días vecina - Oí una voz entre medio de las vacas y, en un momento, un mujer, de unos 60 años bajita y de aspecto agradable, apareció delante de mí.

- Buenos días - Contesté divertida por el panorama qué estaba presenciando.

- Soy Elsa Garnier y vivo en esa granja que hay ahí bajo. Estoy muy contenta de ver una cara nueva por esta zona. Quería haber pasado a saludar ayer, pero tenía mucho trabajo y no pude.

- No se preocupe señora Garnier, yo me llamo Victoria.- Con una sonrisa le tendí la mano a la mujer.

- Ay por Dios. No me llames señora jovencita, me hace sentir vieja. Llámame Elsa.

- De acuerdo Elsa. A ver si nos vemos otro día y nos conocemos un poco más. Ahora me tengo que ir que llego tarde al trabajo.

- Sí sí, ve. A Elías no le gusta esperar. Pásate cualquier tarde para tomar un café.

- Perfecto. - Y con una última sonrisa me despedí de aquella simpática mujer.

Mientras sorteaba las vacas para poder bajar al pueblo, me quedé pensando, ¿Elías?. Debía ser el nombre de pila del doctor Holm. Yo no conocía a nadie en ese pueblo, pero al parecer, todos me conocían a mí. Cuando conseguí salir de entre el ganado, miré mi reloj, las 7:57. Empecé a caminar más rápido mientras veía las agujas de mi reloj correr y a las 8:02 entraba por la puerta del consultorio.

Mierda.

- Buenos días. - Me saludó un señor que estaba sentado detrás de un escritorio. Debía tener 56 o 57 años, tenía pelo y barba canosos, llevaba gafas y una expresión muy seria en el rostro. En ese momento, yo tenía miedo, y ¿qué es lo que hago cuando tengo miedo porque he hecho algo mal? Empezar a hablar y desvariar a la velocidad de la luz.
- Buenos días doctor, disculpe el retraso pero es que me he encontrado con una vecina, Elsa Garnier y me ha entretenido hablando. Le juro que no volveré a llegar tarde nunca más, de verdad, hoy ha sido un contratiempo oportuno, mañana estaré aquí a las ocho menos cinco...

- Calma, calma, chica. No pasa nada. - El doctor Holm se levantó y se acercó hacia donde yo estaba. - Conozco a Elsa lo suficiente para saber como es, no te preocupes.

Esa reacción me sorprendió, el doctor no se parecía nada a el troll que el alcalde me había descrito.

- Ahí, en ese perchero, puedes dejar tu abrigo y coger la bata que hay ahí colgada. Ahora es tuya.

- De acuerdo, gracias doctor.

- No me llames doctor muchacha, llámame Elías.

- Yo soy Victoria.

- Lo sé. Andersson me lo comentó.

Asentí con la cabeza, me acerqué al perchero y cambié mi abrigo por la bata blanca.

- ¿Y ahora qué?

- ¿Ahora? A esperar a ver si a alguien le ocurre alguna emergencia. ¿Te cuento un secreto? Normalmente nunca pasa nada. A las 12 vendrá el señor Müller a que le tomemos la tensión y poca cosa más.

- ¿Ya está?

- Claro. ¿El alcalde no te contó porque no teníamos enfermero aquí?

- Bueno...

- Porque nadie aguanta estos días tan aburridos. Dicen que necesitan más acción y se van. - Continuó el doctor como si yo no hubiera dicho nada.

- Si le soy sincera, el señor Andersson me dijo que era porque habían tenido problemas con usted. - En ese momento le mostré al señor Holm lo que yo considero una de mis mayores virtudes y, al mismo tiempo, uno de mis mayores defectos. Mi total franqueza.
- Serás cabrón, Albert. No se fie nunca de ese desgraciado, solo le gusta hacer ver que es mejor que yo.

Uy, había salseo por ahí. A la hora de cenar le preguntaría a Lena sobre la relación del doctor y el alcalde, seguro que ella sabía algo.

- De acuerdo, ¿y hasta las 12 que venga el señor Müller, qué hacemos?

- Yo voy a seguir leyendo el periódico. Tu puedes sentarte ahí y hacer lo que quieras.

Me senté en el otro escritorio que me había señalado Elías, cogí un papel y un lápiz que había en un cajón y me puse a dibujar.

Las horas se hacían eternas. Cada vez que miraba el reloj habían pasado solo 10 minutos y parecía que había pasado un milenio, era como volver a asistir a las clases de anatomía de la universidad. Eran solo las 10:30 y yo ya había dibujado, jugado al Candy Crush y al Subway Surfers, había leído un capítulo de un libro sobre la lactancia materna en francés que el doctor tenía en la consulta, y estaba a punto de empezar el segundo cuando desistí.

- Voy a el bar a por un café, ¿quiere uno?.

- No, gracias. - me respondió el doctor sin levantar la vista del periódico. ¡Dos horas llevaba el señor leyendo esos papeles! Era increíble.

Me quité la bata, me puse el abrigo y me dirigí al bar. Cuando entré esperaba ver a Lena sonriente detrás de la barra, pero en su lugar estaba Johan, con la misma cara sin expresión que el día anterior, secando unos vasos.

- Hola, - Le saludé en castellano - ¿me puedes poder un café con leche para llevar por favor?

- Voy. - Y sin mirarme a la cara se giró hacía la cafetera.

- ¿No está Lena hoy? - Pregunté curiosa, porque esperaba poder alargar esa pausa que había hecho y hablar un poco con ella.

- No, es su día libre. - Comentó el joven rubio.

- Ah vale.

- Dos francos.

Le di el dinero, cogí el café y me fui con un seco "Gracias". No sabía porque pero ese hombre me ponía de mal humor, "¿como se puede ser tan rancio y tan soso?, seguro que en vez de sangre lo que le corre por las venas es horchata, madre mía".

Cuando me volví a sentar en el escritorio, después de tropezarme con el paragüero de la entrada y haber tirado todas las chaquetas del perchero al intentar colgar el abrigo, el hombre levantó la vista del periódico y me preguntó:

- ¿Todo bien?

- Sí, todo bien. - Dije, seguramente con el ceño aún fruncido.

- Pensaba que tardarías un poco más, Lena siempre tiene alguna historia que contar.

- No estaba, es su día libre.

- Ah vaya, una pena. Esa mujer siempre te anima.

- Sí, más que Johan seguro.

- Ay pobre muchacho. - Se limitó a decir el doctor antes de volver a hundir su nariz en el periódico.

Abrí un cajón y encontré un cubo de Rubik, y ese fue mi único pasatiempo hasta que a las 12:00h entró un señor mayor, supuse que era el señor Müller, le tomé la tensión y la glucemia, porque era diabético, y se marchó.

- Ale, ya se ha acabado el trabajo por hoy. Mañana más.  - Dijo el doctor levantándose de su escritorio y guardando el periódico.

- ¿Ya está? ¿Nos vamos?

- ¿Quieres quedarte más tiempo?

- No, la verdad es que no. ¿Pero, y si ocurre algo a partir de ahora?

- En la puerta está mi número de teléfono, y el tuyo, qué me dio Andersson. Si hay alguna emergencia que nos llamen, mientras tanto, yo me voy a comer que me muero de hambre.

Chocolate suizo (Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora