Segundos comienzos

37 4 3
                                    

Al entrar algo enorme negro y blanco se abalanzó hacia nosotros con tal fuerza que sin querer me caí al suelo.

- ¡Seth! ¿Como estás pequeño? ¿Me echabas mucho de menos?

En todo el tiempo que llevaba viviendo en Suiza, no había visto una expresión en el rostro de Johan que mostrara un poco de felicidad o alegría, siempre la misma cara seria. Y ahora ahí estaba, agachado, jugando con un Husky siberiano, con una enrome sonrisa en la cara. Su sonrisa se me contagió, y el gran perro blanco y negro se acercó hacia mí.

- Hola guapo. - Dije mientras lo acariciaba.

Tenía unos ojos azules preciosos, como el cielo en un día soleado. Muy parecidos a los de su dueño.

- Vamos Seth, a comer.

Al oír eso, el perro salió disparado hacia dentro de casa. Johan me tendió la mano y me ayudó a ponerme en pie.

- Perdona, es muy juguetón. - Dijo mientras se quitaba las botas, el abrigo y el gorro de lana y lo colgaba en un perchero que había al lado de la puerta.

- No pasa nada. Es un perro precioso.

- Sí, lo es.

- ¿Le hablas en español?

- Era el perro de mi madre, y ella siempre le hablaba en castellano. He intentado hablarle en francés y suizo pero no me hace caso.

- Entiendo.

- ¿Puedes darle de comer a Seth mientras voy a ver como está el ganado?

- Claro.

- Al final de este pasillo está la cocina, bajo del fregadero hay una bolsa con comida, pónsela en el cuenco.

- De acuerdo.

Dicho esto, Johan salió por una pequeña puerta que daría al corral o dónde sea que estuvieran las vacas y yo me adentré en esa casa desconocida.
No sabía porqué pero esa casa me resultaba muy acogedora. Podía ser porque era toda de madera, o por su decoración rústica, no tenía ni idea, solo sabía que me sentía segura ahí dentro. Cuando llegué a la cocina, Seth me estaba esperando ya al lado del armario dónde estaba su comida. Lo saqué y eché una gran cantidad de comida en un bol que había en el suelo, y llené el del lado con agua.
Mientras el perro comía, yo miré por la ventana a ver como seguía el tiempo. Nada, la niebla seguía igual que hacía media hora. Me senté en una silla, y saqué mi móvil, a ver si Sara estaba despierta y podía hablar con ella un rato. Ni una raya de cobertura. Genial. No tenía móvil. Entonces paseé mi vista por la habitación, era una cocina bastante grande, tenía una isla en medio, una mesa de madera rodeada de sillas, donde yo estaba sentada, un horno, una cocina de gas...

- Todo perfecto. - Me encontraba tan en las nubes que cuando oí la voz salté de la silla del susto. - Perdón, no quería asustarte.

- Tranquilo, - Dije aún con el corazón a mil por hora - estaba en mi mundo.

Otro silencio incómodo se formó entre nosotros, pero esta vez no fui yo quién lo rompió.

- ¿Quieres un café?

- Sí, gracias.

- Café con leche para llevar marchando.

Una sonrisa se formó en mi cara. "Puede ser que el gilipollas no sea tan gilipollas después de todo".
A los pocos minutos dejó una taza humeante delante de mí.

- ¿Cuánto es? - Dije yo siguiéndole el juego.

- Invita la casa. - Contestó él guiñándome un ojo.

Chocolate suizo (Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora