El profesor de matemáticas les había puesto un examen sorpresa a última hora y las clases habían terminado más tarde de lo habitual. Las sombras ya cubrían las calles de Tokio cuando las gemelas Sakura y Keiko emprendieron el regreso a casa.
Iban hablando animadamente y, apenas sin pensarlo, torcieron por una calle angosta para acortar el trayecto. Ya habían avanzado algunos metros cuando repararon en la escasa iluminación del lugar y en que eran las únicas transeúntes.
De improviso, una mujer salió de entre las sombras de un portal y empezó a andar hacia ellas. La desconocida lucía una larga cabellera negra, un abrigo oscuro y la mitad inferior de su rostro estaba cubierta por una mascarilla quirúrgica. Esto último no inquietó a Sakura y Keiko, pues muchos japoneses habitualmente optaban por usar mascarillas para evitar resfriados y otras enfermedades.
La mujer se detuvo ante ellas y preguntó: “¿Soy hermosa?”. Las chicas sonrieron con alivio al considerar que la desconocida era inofensiva y Sakura se adelantó para responder: “Sí”.
Entonces se quitó la mascarilla, dejando a la vista las horribles heridas que partían de la comisura de su boca y que la transformaban en una macabra sonrisa de oreja a oreja. “¿Y ahora?”, preguntó de nuevo.
Sakura gritó horrorizada mientras Keiko permanecía inmóvil, incapaz de reaccionar.Con un rápido movimiento, la desconocida extrajo unas grandes y afiladas tijeras de debajo de su abrigo y abrió la garganta de Sakura. La sangre que brotó a borbotones salpicó a Keiko, que al fin reaccionó y empezó a correr en dirección contraria.
Pero aquella mujer se materializó frente a ella. Y volvió a hacerlo cada vez que Keiko intentaba evitarla y escapar. “¿Soy hermosa?”, preguntaba el yokai (espíritu demoníaco) cuando se le aparecía delante.
Desesperada, Keiko decidió contestarle afirmativamente. El espectro le dedicó entonces la sonrisa más macabra y cortó la cara de la chica, dibujando en su carne una mueca sangrienta que era igual a la suya.