-22:17 h.-

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Cerró los ojos. Otro más había terminado. Quién le iba a decir a ese inocente chico inglés de azul y sincera mirada que algún día iba a estar así. Con ellos; con ella: la música.

Gritos y aplausos sonaban y retumbaban a su alrededor. Gente coreando su nombre, pidiéndole más. Querían más, y él quería darles más. Toda su voz. Todas sus ganas. Pero no podía, no se lo permitirían.

«¡¡Muchas gracias!!» -fue lo último que llegó a decir antes de sentir el peso de una figura alta y corpulenta sobre él. Unos brazos rodearon su cuello y por un momento pensó que se encontraba sumergido en otro de esos complejos rodajes de sus videos, sin saber, verdaderamente, con quién trataba. Aquellos eran actores, gente con mil caras. Pero aquel cálido abrazo era inconfundible cuando salió de su ensimismamiento, era su mejor amigo. Su compañero. Su otra mitad, debía reconocer. Rió con ganas, mientras que su cuidado pelo estaba siendo revuelto por el loco de su amigo.

«¡Otro, hermano!» —había que reconocer que pocas veces se llamaban así. No porque no se quisieran y se tratasen como tal, sino que aquello era algo íntimo, que pocas veces tenía que ser dicho. Solo suyo. «¡Otro más!» —insistió el músico a su mejor amigo el vocalista—.

Sonrió, el chico con voz de ángel y mirada azulada sonrió. Abrió sus ojos, muy abiertos. Dejando ver los rostros de sus de fans sobre ellos. Alegría, emoción, locura... Eran tan diferentes, pero las facciones de esas personas... Lo completaban. Giró su cara para chocar la mano de su colega, pero se quedó paralizado.

¿Por qué le ignoraba? ¿Qué pasaba? Su mano elevada quedó en el aire, como la mirada de su amigo se encontraba.

«Eh, K, ¿qué...?» —decidió seguir la mirada del joven, el menor del grupo, la cual, en ese momento contemplaba fijamente el público. Su mano bajó, cayó. Inconscientemente. Su cerebro le controló sin pensar.

Tres chicas se encontraban entonando una de sus canciones a todo pulmón. Podía escuchar "Laughter Lines" con sus voces femeninas desde allí. Negro, amarillo y rojo. No pudo ver más. Las luces se apagaron y fue como si toda la gente que los observaban con fanatismo y felicidad, rompiera a llorar.

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Ya estaban todos. Cogidos de las manos. Saludo final y «pum». Lo habían vuelto a conseguir. Esos cuatro hombres habían comenzado a lograr su sueño hace mucho, desde aquel día que el vocalista "los encontró". Nada fue fácil, porque pocas cosas en esta vida lo son. Pero ellos lo habían conseguido. Juntos, unidos. Por la música. Ésta era la que los había mantenido unidos. 

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Varios minutos más tarde bajaron del escenario. Su cuerpo cansado, sus voces inagotables. Los más jóvenes compartían camerino, y cuando llegaron a este, el cuerpo de cada uno cayó rendido y satisfecho en un sofá, individual. Era su especie de "ritual", si es que se le llamaba así —cantar, descansar y hablar—. Aquella noche ambos no pudieron negar que sus ojos, los de ambos se quedaron prendados de aquellos colores y de aquellas voces. Increíbles, irreales. Se miraron, el cantante y el pianista se miraron. Compartían pensamiento, otra vez. Tenían que encontrarlas. Pasara lo que pasase, liaran lo que liasen y sufrieran lo que sufriesen.

«La obsesión toma el control»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora