Capítulo diecinueve

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—Clara ven no me hagas suplicar delante de toda la clase — me dice Adrian al oído.

—Te he dicho que tengo cosas que hacer y que no sé si podré ir —explico.

—Pues el otro día en tu casa nos lo pasamos muy bien —comenta sonriendo pícaramente.

—Apenas estuviste veinte minutos en mi casa —me excuso —Y tampoco fue para tanto —añado restándole importancia.

La verdad es que si que me lo pasé bien, yo me había olvidado mi libro de química en el laboratorio y él me lo trajo a casa.

*FLASHBACK*

David se acaba de marchar y cuando oigo sonar el timbre pienso que es él que se había olvidado algo.

—¿Te has dejado algo? —pregunto mientras abro la puerta.

—No, eres tú la que se ha dejado el libro de química en clase —contesta Adrián dejándome vez mi libro de química.

—Que despiste, gracias por traérmelo ¿Quieres pasar? —lo invito al ver que se ha puesto a lloviznar

—Por favor y gracias, ¿tienes chocolate caliente? para hacer tiempo a que pare de llover —pregunta seguido.

—Si claro, pongo la olla en el fuego con leche y en cinco minutos estará listo —contesto.

Me encanta hacer chocolate caliente al fuego, me enseñó mi abuela, y aun que a veces acaba en desastre cuando me sale bien es una maravilla.

—Bonita casa —dice él sentado en un taburete tras la isla de la cocina mientras mira como hago el chocolate.

—Gracias —le agradezco dándome la vuelta y poniendo la tapa de la olla en esta..

Entonces suena su teléfono.

—Que hay Josh, que tal, si, la fiesta es este sábado tío —contesta. Es increíble la confianza en sí mismo que derrochaba su tono de voz —Te llamo luego, si claro que va Lucia, hasta luego —y cuelga.

Qué bien, Lucía va a la fiesta, no es que me molestase su presencia pero siempre me hacía sentir un poco interior. Es una chica muy guapa, de esas tan guapas que intimidan aun que no quieras.

—Clara —exclama Adrian —El chocolate, se está saliendo de la cazuela.

—Porras otra vez... —me había despistado con mis pensamientos.

—Tranquila, yo lo arreglo, dame algo para removerlo —y conforme levantó la tapa le saltó el chocolate a la camiseta.

—¿Adrian? —pregunté preocupada. Ahora seguro que no me llevaba a la fiesta como su acompañante y me odiaría para siempre, pero entonces lo escuché reír.

—¿Clara? —pregunta.

—¿Si? —contesto intentando contener la risa al ver que él se lo había tomado con humor.

—Veeeen dame un abrazo —dice mientras me persigue por la planta baja de mi casa manchado de chocolate.

—No —río mientras corro intentando no tropezar y quedar aún peor.

Pero entonces me alcanzó y me levantó por la espalda, al ser él más alto, yo no tocaba el suelo, ni por mucho que me estirase. Ahora yo llevaba toda la espalda llena de chocolate

—Suéltame —grito entre risas —Y lávate antes de que alguien te vea así —digo mientras me parto de risa y él me lleva en volandas antes de dejarme en el sofá.

Suena el timbre.

—Abro yo, tu ve a cambiarte —se ofrece entre risas mientras recupera el aliento y nada más se quita la camiseta (ojala se hubiera quedado así para siempre) y se puso la chaqueta con la que había venido, abre la puerta.

*FIN DEL FLASHBACK*

—Está bien —digo tras unos minutos pensativa recordando lo sucedido dos días atrás —Iré a la fiesta— esbozo una sonrisa a la que él contesta.

Lo cierto es que lo tengo muy claro. Hace mucho que no salgo de fiesta y la verdad es que si que me apetece. Mis amigos no van a estar pero si necesitaba a alguien estaría Luce seguramente así que no tengo excusa para no ir.

—Tengo grandes dotes de convicción —dice guiñándome un ojo.

—Claro que sí señor orador —le contesto vacilante a lo que el ríe.

—¿Y qué te pondrás? —me pregunta Luce mientras el señor Harley, el profesor de física, escribe fórmulas en la pizarra.

—No sé, cualquier cosa que tenga por mi armario —contesto despreocupada restándole importancia mientras copio de la pizarra.

—¡¿Qué?!— grita Luce a lo que todo el mundo se gira incluido el señor Harley que a pesar de sus 63 años se entera de todo —Esto es súper difícil —dice para salir del paso mientras sonreía.

—No puedes ir con "cualquier cosa que te quede bien" a una fiesta de Adrian y menos siendo su acompañante —explica esta vez susurrando.

—Y ¿qué quieres que haga? Faldas no tengo y mucho menos vestidos, y no me hace mucha ilusión ponerme uno.

—Cambio de look —se animó —Solo por un día, déjame hacerte a la imagen de una animadora —añade casi suplicando.

—No, ni de broma, sabes que a mi esas cosas no me gustan —reprocho.

Mi madre y yo veíamos un programa en la MTV en el que a mujeres con gustos peculiares en moda les hacen cambios radicales, pelo, maquillaje, ropa... todo. A mi madre le encantan y más de una vez me ha dicho que yo debería de hacer lo mismo, no tan radical, pero que si debería comprarme más ropa de colores vivos, pintarme las uñas de vez en cuando y hacerme algo más en el pelo a parte de la coleta alta que llevaba todos los días.

—Por favor, el sábado, antes de la fiesta, te paso a buscar a las cinco y vamos al centro comercial, peluquería, manicura, ropa y maquillaje, será divertido —suplica.

Sí que sería divertido, pero para ella, a diferencia de ella o de mi madre esos "cambios de look" me parecen un atentado contra la libertad de expresión de cada uno, si yo quería ir a una fiesta en zapatillas y vaqueros, iría en zapatillas y vaqueros.

—¿Mamá? ¿Estás en casa? —grito mientras dejo las llaves en el cuenco de la entrada.

—En la cocina cariño— contesta.

—Buenas —saludo mientras entro a la cocina.

—Oh, hola Dani —sonríe mi madre.

—Hola señora Millán —contesta él sonriendo.

—Oh vamos, llámame Lucy, ya sabes que no me gusta que me llames así.

—Dani se quedará a cenar y se irá tarde, tenemos que terminar ya el trabajo —grito mientras subimos las escaleras.

Nada más entrar a mi habitación, cierro la puerta.

—Que quede claro —él estaba serio mirándome a los ojos agachando ligeramente la cabeza debido a la diferencia de altura —No tengo que darte ninguna explicación, puedo hacer lo que quiera, y si eso significa salir con otros chicos, pues salgo con otros chicos.

Intento mantenerme firme y decir todo del tirón, pero él estaba serio, muy serio, e infunde en mi cierto grado de nerviosismo.

—No quiero ninguna explicación tuya —se defiende —No eres la única mujer en el mundo sabes, así que no te creas importante, porque no lo eres. Hemos sido buenos amigos todo este tiempo pero ya está, se acabó, la culpa no es mía, yo me disculpé, tu no aceptaste las disculpas y eso es problema tuyo.

No se qué decir porque no puedo creerme lo que me está diciendo. Tengo ganas de llorar de impotencia, muchas. ¿Culpa mía? Nada de esto era culpa mía. Que es un cabrón no es ningún secreto entre nosotros, todo el mundo lo sabe. Supongo que él siempre había sido como todos los gilipollas del equipo de fútbol, un machito superficial pero yo no me había dado cuenta hasta ahora.

Nuestro Secreto, Solo NuestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora