Capitulo 2

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Nos había llevado por delante un conductor ebrio. John salvó mi vida al empujarme hacia adelante, a pesar de que mis piernas habían quedado completamente destrozadas como resultado del accidente. John había muerto instantáneamente. Había salvado mi vida y sólo momentos antes, yo me había abstenido de decirle que lo amaba.

Me llevó meses recuperarme físicamente, pero el dolor emocional y psicológico apenas había disminuido con el tiempo. No podía perdonarme por permitirle que se matase, por no decirle que lo amaba. Una vez que estuve bien físicamente, tenía pensado volver a la Universidad pero había encontrado, para mi horror, que no podía atravesar las puertas. Había demasiados recuerdos, demasiado de él. Había estado sin empleo desde ese día. Veía a un psicólogo, lo único pequeñamente bueno que parecía realmente hacer. Había tratado duro de sentirme mejor, pero sólo parecía empeorar.

El paseo hasta Jacques se había convertido en mi terapia. Me ayudaba a salir de casa diariamente, a fortalecer las piernas y a hacerme sentir más cómoda con el hecho de estar afuera de nuevo. Podía no ser mucho, pero para mí era mi redención. Al principio, fue un pequeño triunfo haberme alejado de mi casa. Cada día que lo hacía, me sentía mejor. Pronto, la caminata se había convertido en un hábito y ya no en un logro, y eso en sí mismo me hizo sentir bien. Empecé a caminar más, para ir a diferentes lugares. Disfruté de un paseo alrededor del parque y de un vistazo a través de las tiendas. Empecé a sentirme normal otra vez.

Pero requería sólo un momento para llevarme de regreso al tembloroso y trepidante revoltijo en que me había convertido después de la muerte de John.

―Señorita, ¿estás bien?

Me enfoqué nuevamente y encontré a un hombre con un delantal negro parado delante de mí.

―Emm, sí, creo, ―respondí.

―Te ves muy pálida. Vamos. Voy a llevarte adentro.

―No, voy a estar bien. ―Empecé a sentirme mareada y de repente, un fuerte brazo estaba a mi alrededor y estaba siendo llevada a fuerza en dirección a la puerta.

―Estoy bien, ―insistí, pero el hombre no escuchaba.

―Aquí tienes, cariño. Siéntate aquí.

Doblé mis rodillas y me senté en una dura silla de madera. Mis manos temblaban y enlacé los dedos en un intento de calmarlas.

―Voy a irme. Estaré bien…

―Te quedarás ahí.

Vainilla PicanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora