Capitulo 8

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La lujuria martillada a través de mi corriente sanguíneo, desesperada para salir. Tomé un trémulo aliento, y cuando Louis inclinó la caja arriba de las magdalenas glaseadas hacia la señora, guiñó un ojo en mi dirección.

Intenté tomar el control de lo que estaba ocurriendo. Estaba bastante segura de que Louis había estado coqueteando conmigo. Sus palabras realmente habían parecido sugerentes en el momento, pero seguramente, estaba imaginándomelo. Él era alto, delgado y muy guapo. No había simplemente ninguna manera de que pudiera sentirse atraído por una pequeña y regordeta vieja como yo, ¿verdad?

―Creo que ya es hora de decidir cerrar, ―dijo y caminó hacia la puerta atravesando la tienda ahora vacía―. No creo que venga nadie más por hoy. Las vacaciones escolares son malas para el comercio por las tardes. ―Giró el cartel de la ventana y corrió el cerrojo de la puerta―. Cerraré con llave correctamente más tarde. Ahora puedes venir y ver mi cocina.

Estaba un poco molesta por su falta de modales. ¿Quién dijo que quería ver su cocina y quién dijo que quería estar encerrada con él, a solas? Entonces la molestia se desvaneció, y los nervios ocuparon su lugar. Estaba segura de que realmente temblaba por la tensión.

Tomó mi mano cuando pasó de largo. Para él parecía una acción natural. Para mí, tenía la impresión de que me estaba reclamando, marcándome como suya. Sus dedos eran largos y duros, y agarraron los míos con fuerza pero con una ternura que me quitó el aliento. Caminamos juntos alrededor de la parte visible de la tienda hacia atrás y entramos a la cocina. Él llevaba la delantera. Yo lo seguía. Disfruté de su toque y descubrí su olor profundamente almizclado. No era nada pretencioso, ninguna loción para después de afeitarse o producto caro. Era sólo una sugerencia de un jabón fresco con un toque de limón y algo más exótico.

―Éste es mi santuario, ―anunció cuando entramos en la enorme cocina industrial. En el centro había una gran mesa de madera con patas gruesas y una parte superior muy usada, todo alrededor de las paredes había hornos y repisas, a los lados, acero inoxidable y un gran, enorme fregadero―. Es mi orgullo y mi placer.

―Es asombroso, ―jadeé, sobrecogida por su tamaño y humillada por su simplicidad. Sabía que éste era un lugar íntimo para él, y que no invitaría casi a nadie a su cocina. Se sentía como si me hubiera concedido el acceso a su ser más íntimo, incluso más íntimo que ser invitada a su dormitorio. Me sentí ligeramente incómoda con el nuevo paso en nuestra floreciente relación.

Me esforcé por no demostrarlo.

―Me encanta esta mesa. ―Pasé la mano a lo largo del caliente y suave borde. Sentí la ondulación de las vetas gastadas por el paso del tiempo debajo de mis dedos, el ligero barniz y la mesa obviamente antigua.

Justo cuando contemplaba preguntar acerca de su historia, mi mano se resbaló, golpeando un tazón plateado que hizo un ruido metálico y derramó el contenido completamente sobre la mesa.

―Oh, maldición, lo siento. ―El untuoso y brillante chocolate de buena calidad se desparramó por completo sobre la limpia superficie y formó un enorme lago de desastre pegajoso. La cálida y envolvente esencia llenó el aire y me hizo desear saborearlo―. Déjame limpiarlo. ¿Tienes algo que pueda usar?

―Sí, ―dijo, quitando el tazón plateado de la parte superior de la mesa―. Tu lengua. Puedes lamerlo.

Lo miré. No estaba bromeando. Su rostro estaba serio. Era una orden, pero vi un indicio de diversión en las verdes profundidades de sus ojos. Estaba jugando conmigo.

―Espera, sin embargo. No quiero que te ensucies con este hermoso desastre.
―Me volteó para enfrentarlo, sus manos en mis caderas. Levantó mi remera, y yo levanté los brazos para que pueda quitarla completamente. No sé por qué le permití desvestirme de esa manera. Tal vez no había sido miedo lo que aporreaba en mi pecho sino excitación―. Oh, guau, ese es un hermoso sostén, ―susurró cuando bajé mis brazos―. Mejor lo quitamos, también.

―Pero, ―comencé a protestar pero él me detuvo con su severa mirada, y me mordí los labios para callarme. Mis pechos son grandes, redondos, y suaves, pero no son gallardos. Contuve el aliento cuando él se movió detrás de mí y desabrochó el ganchito, entonces deslizó las correas hacia abajo por mis brazos. Sus fuertes manos excitando cada punto de piel que rozaban. Mis pechos cayeron a su posición más natural, al ser eliminada su vivacidad artificial. Cuando se paró delante de mí y me devoró con los ojos, no detecté un solo signo de desaprobación. Enderecé mi espalda y saqué pecho. Disfruté de la objetivación de su mirada.

―Ahora limpia el desorden que hiciste. Vamos. No tengo todo el día.

Miré de él hacia la mesa enfrente de mí. El charco estaba ubicado hacia la mitad de la mesa. Aspiré profundamente y obedecí su orden. Tuve que moverme para acercarme al borde de la mesa e inclinarme justo sobre éste para llevar mi lengua al charco de chocolate. Olía cremoso pero amargo, la lechosa suavidad interrumpida por un borde brusco de cacao que parecía exótico y tentador, y cuando lamí, me di cuenta de que era una mezcla de un buen chocolate amargo y suave y sedosa crema. Sabía bien, e imaginé que este brebaje terminaría en muchas de sus dulces creaciones.

Era extrañamente erótico, la madera debajo de mis pechos y estómago, el chocolate embarrando mi piel donde la tocaba, y la acción de lamer hacía que varias imágenes sexualmente explícitas se proyectaran en la mente. Abrí los ojos y miré directamente hacia adelante. Louis estaba allí, arrodillándose o poniéndose en cuclillas para que su cara quedara al nivel del borde de la mesa, y clavó fijamente los ojos sobre mi lengua.

Me sonrojé pero continué lamiendo el delicioso chocolate escurridizo delante de mí. Él se acarició los labios con su lengua y yo sentí a mi coño contraerse de placer. Qué puta era.

―Sigue lamiendo, ―él ordenó y se corrió de la vista. Me preguntaba qué estaba haciendo. Continué la rítmica lamida, imaginando que era su pecho, su muslo, su polla, entonces grité por la sorpresa cuando sus manos asieron mis caderas.

Bajó la cremallera de mi falda, y ésta cayó al piso. Estaba a punto de protestar, pero él me silenció con una fuerte orden.

―Silencio.

Siseé cuando su mano hizo contacto con mi trasero con una pesada palmada. Deseé haberme puesto unas bragas diferentes, la parte trasera de éstas no proveían ninguna protección en absoluto a mis nalgas.

―Silencio, dije. Voy a castigarte si haces ruido.

Era lo que yo siempre había querido. El encarnizado aguijón de su mano golpeando sobre la tierna carne de mi trasero y cambiando a placer por la avidez ronroneando en mi coño. Sus palmadas llovieron abajo más duras, e intenté lo mejor que pude para no hacer ningún sonido.

Dolía sin embargo, y pronto, estaba llevando las manos hacia abajo, a mi trasero, en un intento de escudarlo de sus golpes.

―No, ―chasqueó―. Quita esas manos, señorita. Ahora.

Lo hice, y él continuó zurrando mi carne caliente. A pesar de que estaba excitada al punto de la saturación, no pude tomar el amargo aguijón y moví mis manos para desviarlo otra vez.

―Correcto, bien, ―gruñó―. Estira los brazos directamente delante de ti. Vacilé.

―Ahora, ―ladró, y accedí, el chocolate adhiriéndose y resbalándose a lo largo de cada extremidad cuando las extendí hacia adelante a través de lo que quedaba del charco de chocolate. Caminó a mi alrededor hasta detenerse frente a mí otra vez, su delantal en su mano. Enrolló la tela de algodón alrededor de mis muñecas y la ató con un nudo de manera que mis manos quedaran inmóviles por encima de mi cabeza.

―Bien. ―Levantó una espátula de madera de la mesa de enfrente, la de la clase con pequeños huecos rectangulares bajando hacia el centro. y volvió a dar media vuelta otra vez saliendo de mi vista. Me pregunté cómo terminé así, atada, cubierta de chocolate y a merced de él. Sólo podía pensar que él había captado la secreta sumisión de mi alma y yo me sentía impotente para resistirme a su dominación.

La palmada de la espátula fue más suave y aún así más tortuosa que el golpe de su mano. El sonido sibilante me asustó, y el golpe y el aguijón sobre mis nalgas me hicieron gritar de dolor y excitación.

Vainilla PicanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora