―Guau, ―jadeé cuando él suavemente rozó sus dedos de arriba hacia abajo por mis lados.
―Guau, ―él jadeó―. Guau, de veras.
Se retiró de mí, y yo me incorporé. Desató mis muñecas y las frotó suavemente cuando mis dedos comenzaron a hormiguear por la reanimación de la circulación de sangre. Me envolvió en un abrazo, y apoyé la mejilla sobre su hombro, feliz y contenta por primera vez, bueno, una muy larga primera vez ciertamente.
―Estamos un poco sucios, ―dijo, pasando las manos sobre mis pechos salpicados de chocolate―. Mejor vamos a la ducha. ―Deslizó sus vaqueros hacia arriba de sus piernas―. Iré a cerrar la tienda correctamente. Si vas por esa puerta a la parte posterior y sigues las escaleras hacia arriba, mi cuarto de baño está al final del pasillo. Estaré arriba contigo en un minuto.
Asentí con la cabeza, realmente aliviada de que él no iba a hacerme caminar hasta casa de esta manera. Recogí mi falda, mi sostén, mi remera y mis destrozadas bragas y los sujeté a una prudente distancia mientras me dirigía hacia la puerta. La escalera olía a cera, a tocino y a masculinidad. Subí por ellas con mi corazón aporreando. Me sentía muy extraña caminando por su casa, desnuda y cubierta de chocolate.
Seguí por el corredor, mirando a través de las puertas mientras pasaba. Pisos de madera. En un cuarto había una TV, una cama desarreglada en el siguiente. Mantuve mi curiosidad bajo control y continué hasta el último cuarto, el que tenía un baño con una ducha, un retrete y un lavabo.
Sólo había tenido tiempo para apoyar mis ropas y abrir la ducha antes de que él entrara. Fue embarazoso. No supe qué decir. No es como si en realidad nos conociéramos, a pesar de que acabábamos de hacer el amor loca y apasionadamente sobre su mesa de la cocina.
―Oye, estamos bien encerrados ahora. ―Sonrió y se quitó la camiseta―. Entraré en la ducha después de ti.
Pensé que había querido decir después de que yo hubiera terminado, pero cuando di un paso adentro, él estaba allí detrás mío antes de que pudiera envolver la cortina de la ducha alrededor de mí.
―Oh, bien, ―jadeé cuando sus manos se envolvieron alrededor de mi cintura.
―Te ayudaré a limpiarte, dulzura. ―Sonrió al recoger el gel de ducha y vertió una buena cantidad en su mano. Todo el tiempo estuvo envolviéndome, su pecho a lo largo de mi espalda y su polla sorprendentemente dura descansando entre mis nalgas.
Apoyó la botella.
―Date vuelta, ―dijo, y lo hice. Me recompensó pasando sus enjabonadas manos sobre mis pechos. Los frotó sin descanso, el aroma masculino del gel de ducha abrumándome con su familiar perfume a vainilla, canela y almizcle. No olía igual en mí, los toques de vainilla se evidenciaban más sobre las especias más fuertes pero yo sabía que me recordaría a él tanto tiempo como permaneciera sobre mi piel.
No pensé mucho más cuando sus manos frotaron sobre mí. Sentí, olí y experimenté la delicia de su cuerpo mientras se rozaba en contra del mío. Era como si me estuviera rindiendo culto. Se demoró sobre cada curva y cada recta, y me sentí atesorada con cada gemido y cada jadeo que él liberaba de sus labios mientras me limpiaba completamente.
Sus manos estaban calientes, mojadas y resbaladizas, y me llevaron a un alto nivel de excitación después de sólo algunas caricias. Brazos, manos, pechos, caderas, muslos, los lavó completamente.
Renovó el jabón en sus manos y me envolvió en un abrazo para refregarme la espalda. Sus labios encontraron los míos, y nos besamos mientras su esencia masculina, caliente y líquida, ardía en mis fosas nasales como el inhalar el aroma de panecillos frescos de canela recién horneados acariciaban mis sentidos.
Sus manos se sumergieron más abajo y ahuecaron mis nalgas. Cuando jadeé de placer, su lengua se zambulló entre mis labios y dominó mi boca como tanto yo anhelaba que él dominara el resto de mí.
―Ahora, tu pelo. ―Sonrió cuando sus labios abandonaron los míos y me dejaron una respiración jadeante, deseando el contacto. Tomó otra botella a un lado y abrió la parte superior. Observé mientras el espeso líquido caía de la botella a la palma de su fuerte mano, entonces oí el clic y el golpe seco cuando la botella fue cerrada y alejada―. Date vuelta―, dijo, y como una buena chica, lo hice. Mi pelo estaba mojado por la constante caída del agua de la ducha, por lo que él fue directamente a masajear el champú clavando los dedos dentro de mi cabello.
Siempre me había gustado que jueguen con mi pelo. Nunca había armado un escándalo en el momento del baño cuando era una niña. Incluso entonces, había
encontrado al proceso de lavar mi pelo relajante. Esta experiencia era cualquier cosa menos relajante. Las puntas de sus dedos en mi cuero cabelludo me excitaron, y la forma en que él envolvía mis rizos alrededor de sus dedos me hacían pensar en sexo duro y hacía a mi coño anhelarlo.
El perfume era estimulante, también, fuerte menta y picantes cítricos me abrumaban, así de fresco y vibrante debería ser para él despertarse a las Ohmidios-en- punto de la mañana para empezar el proceso de horneado. Después de masajear completamente el champú en mi cuero cabelludo, me empujó hacia atrás, para que el agua que había estado cayendo por su espalda y sólo salpicando por encima de mi piel, estuviera ahora dirigida directamente en la parte superior de mi cabeza. Los múltiples golpecitos de las gotas como si fueran una lluvia me sensibilizaron por todas partes, y me sentí ponerme incluso más húmeda entre mis muslos.
―Listo, ―dijo, mientras suavemente acariciaba mi cabello hasta mi cuello y a lo largo de mi hombro―. Todo limpísimo. Déjame conseguir una toalla. ―Salió dando un salto hacia el baño y me dejó sintiéndome fría y desolada sin el toque de su piel. Cerré el agua de la ducha y esperé, goteando y un poco nerviosa.
―Ahí vamos. Sal, ahora. ―Sujetaba una mullida y grande toalla azul, y tímidamente di un paso afuera sobre el enlosado. Envolvió la toalla a mi alrededor y la apretó.
―Vamos al dormitorio. ―Agarró una toalla más pequeña y la envolvió alrededor de sus caderas―. Es más cálido allí dentro.