―Te quedarás ahí, ―ordenó. Su tono de voz no permitía una respuesta, así que me quedé donde estaba. Se alejó de mí y escuché un tintineo de vidrio y a continuación el ruido del agua en la otra habitación.
―Toma, bebe sorbos lentos de esto. ―Presionó un frío vaso en mi mano, y tomé un pequeño trago de agua.
―Muchas gracias. ―Sonreí, y él asintió con la cabeza. Su cabello medianamente largo y liso se agitó y cayó alrededor de su ancha frente y ojos color azul-cielo. Me sentí abrumada por su olor por un momento. Estaba rodeada de la reconfortante esencia de la vainilla y la tentadora pisca de chocolate y especias.
Pero sólo podía olerlo a él. Olía como un pastel de especias, canela y nuez moscada combinadas con un almizcle que era puramente masculino e, incluso a través de mi aturdida conmoción, sentí el estremecimiento de la excitación.
―¿Qué pasó? Pensé que ibas a desmayarte.
―No sé. No estoy segura.
―Bueno, no importa, estás bien ahora.
―Debo irme. Estás trabajando.
―Oh no, quédate sentada un rato. La verdad es que es muy tranquilo a esta hora del día. Puede venirme bien un poco de compañía.
―Oh, vale.
Mi corazón retumbaba en mi pecho, y no era debido a la chirriante frenada ni a las dolorosas visiones al pasado. Realmente nunca lo había visto antes. Sólo había captado vislumbres de sus manos y su sonrisa a través de la vidriera en la ventana. Ahora que lo vi de cerca, entendí por qué tantas mujeres dejaban la tienda sonrientes, a veces incluso soltando risitas consigo mismas.
―Eres la mujer que viene y mira todos los días, ¿verdad?
―¿Me has visto? ―Pregunté, horrorizada. Mis mejillas ardieron cuando el calor se dirigió a mi rostro.
―Sí, te he visto antes. ¿Por qué nunca entras?―Emm, bueno… ―Este tipo realmente no se andaba con rodeos, y en una fracción de segundo decidí que la honestidad era la mejor política.
Suspiré.
―No puedo permitírmelo.