―Te veré mañana, entonces.
―Sí. ―Sonreí, mis mejillas se ruborizaron y me sentí abrumada por el momento. Éste exigía palabras y acciones, y yo no las tenía. Sólo necesitaba llegar a casa y pensar.
Él se inclinó y me besó. Era tan tierno que casi rompo a llorar, pero tomé una profunda respiración, sonreí y caminé hacia fuera.
No me permití llorar hasta que había pasado la vidriera. Era una masa de emociones confusas, y no sabía cómo manejarlas. Por un lado, sabía que acababa de experimentar algo especial, algo que había deseado durante mucho, mucho tiempo. Por otra parte, recordé lo que John había dicho acerca de ser disfuncional… y me acordé de John.
Esa era la base del problema. Me sentía culpable. Sentía como si hubiera engañado a John, lo que era estúpido, realmente estúpido, pero no me podía sacudir el sentimiento de que realmente lo había decepcionado. No era porque había tenido sexo con alguien más… aún cuando John vivía no era un tipo celoso, y él había señalado a hombres atractivos para mí y me había dicho cuando los tipos estaban coqueteando conmigo. No, era porque había tenido un sexo tan retorcido, sucio y sumiso. John no lo aprobaría.
Me fui a casa y me tiré en la cama. Todavía era temprano, pero no podría comer. No podría concentrarme en la TV ni con un libro. Tenía la esperanza de que, si me quedaba acostada allí lo suficiente, me quedaría dormida.
No ocurrió.
Simplemente seguí pensando y pensando. Enojándome más conmigo misma con cada pensamiento. No ayudaba que cada vez que me movía captaba el aroma de Louis en mí y recordaba sus manos frotándome con el masculino jabón, masajeándome el cuero cabelludo con el champú de menta y secándome tiernamente con su toalla.
Esos recuerdos eran buenos, dolorosamente buenos, y cuando volví a recordar las escenas en mi mente, me sentí bien, adorada, venerada. No me sentí usada ni abusada ni inadaptada. John debió de haber estado equivocado. ¿Cómo podría algo que se sintió tan bien, que me hizo sentir tan bien, estar tan mal?
Y cada vez que llegaba a esa conclusión, me sentía más culpable, pero no podía soportar lavar el perfume de Louis de mi piel. Me sentía mal incluso al pensar en eso. Me gustaba estar marcada como suya. Amaba la manera en que me había llamado su dulce puta. John nunca habría dicho tal cosa. Él apenas alguna vez me había dicho un apodo cariñoso. Realmente no había creído en ellos, y había pensado que eran peyorativos.
Luché contra mí misma hasta altas horas de la noche, vacilando de un extremo a otro hasta que, finalmente, me dormí de puro cansancio.
Al día siguiente, llamé por teléfono a Louis .
―Hola, Jacques. ¿En qué puedo ayudarlo?
Su voz fue como una caricia de terciopelo para mi cuerpo.
―Ey, Louis . Soy Emma.
―Oh, ey, dulzura. ¿Estás bien?
Lo había captado en mi voz, estoy segura. Estaba nerviosa, y las lágrimas bajaban corriendo por mis mejillas.
―No, no en realidad. No puedo ir esta tarde. ―Había pensado terminar esto… explicarle y entonces terminarlo… pero su sordo y leve gemido de desilusión me confundió―. No estoy muy bien, es todo.
―Oh, siento mucho oír eso, pobrecita. Bien, cuídate, y llámame mañana para contarme como estás.
―Bien. ―Me mordí los labios, enojada conmigo misma por ser tan cobarde.
―Adiós, dulzura. Te extrañaré.
―Sí, yo a ti también. Adiós. ―Corté de golpe el teléfono y suspiré. No era lo suficientemente buena para él. Yo tenía problemas y un pasado, y quería terminar esto por su bien, pero cuando oí su voz como chocolate derretido sobre jengibre cristalizado, lo deseé.