Clavó las uñas en mis caderas cuando se corrió. No pronunció un sonido, pero sentí cada explosión de semen adentro de mí. Mi coño se apretaba de deleite.
―Eres tan buena, ―gruñó y colapsó sobre la cama a mi lado.
―Igual que tú, ―contesté. Rodé sobre mi lado, y él me empujó dentro de un apretado abrazo. Me froté de arriba a abajo por su longitud. Había sentido placer como me folló, pequeños temblores mini-orgásmicos me atravesaron, pero todavía sentía un orgasmo mayor en mi interior, ansioso por ser liberado.
―Mmmm, ¿mi dulce puta necesita correrse? ―Susurró seductoramente en mi oído mientras acariciaba con una mano hacia abajo de mi estómago.
―Sí, ―sisé, la palabra adherida a la parte trasera de mi garganta.
―Oh, ¿sí? Pídemelo agradablemente, y podría permitírtelo.
―Por favor, hazme correr, Amo, ―imploré, y esta vez, tuvo misericordia rápidamente. Metió sus dedos dentro de mi hendidura, y gemí cuando forzó dos dentro de mí. Los lubricó con la mezcla de nuestros jugos y los deslizó hacia arriba hasta mi clítoris.
Lloriqueé mientras frotaba de arriba hacia abajo sobre el sensible brote. No tomaría mucho más, y con las palabras de Louis , tomó mucho menos tiempo del que pensé.
―Oh mi dulce puta, ―suspiró―. Tu vulva se siente tan bien, alrededor de mis dedos, o de mi lengua, o de mi polla. Tu coño es tan jodidamente asombroso. No puedo tener suficiente de esta vulva mojada y caliente. Necesito follarla. Quiero follarla. Sí, sí bebé, tu vulva me vuelve loco de deseo. Tú me vuelves loco de deseo.
Gemí y enterré mi cabeza en su hombro, mis labios en contra de su cuello, besándolo febrilmente.
―Córrete para mí, mi amor. Córrete toda sobre estos dedos. Estalla para mí, cariño. Déjate ir, bebé. Eso es. Oh, joder, sí. Eso es. Córrete para mí, Emma. Ahora. Córrete para mí.
Y con un grito, un estremecimiento y un torrente de líquido, lo hice. Me corrí sobre sus dedos con mi cara enterrada en su cuello. Cuando dejé de estremecerme, envolvió ambos brazos a mi alrededor y me sostuvo apretada mientras me recuperaba de los temblores secundarios del orgasmo más poderoso que alguna vez había sentido.
Sus fuertes dedos acariciaban hacia abajo por mi espalda mientras yo me esforzaba por respirar. El aire estaba saturado con el perfume de nuestros sexos, ese intoxicante perfume fue suficiente para marearme por la necesidad otra vez. Me estremecí al notar cuán poderosamente reaccionaba a él.
―¿Estás bien? ―preguntó, probablemente captando las húmedas señales de lágrimas presionando en contra de su pecho.
―Sí, ―resollé―. Estoy bien. ―No quería que él supiera que me había estremecido hasta la médula.
―Bien. ―Ubicó un beso en lo alto de mi cabeza y a regañadientes me dejó salir de su abrazo.
―Oh, maldición, ¿esa es la hora? ―Miré el reloj e inicié mi escapada. Tenía que apartarme de su perturbadoramente sexy cuerpo para poder pensar―. Tendré que irme, Louis .
―Está bien, Emma, si tienes que hacerlo.
Lo miré directamente a los ojos, y supe que él sabía que no necesitaba irme. Sabía que estaba escapándome. Había una especie de tristeza en sus ojos, e impulsivamente, me incliné para besarle los labios. Había pasado un muy buen rato, tal vez demasiado bueno.
―Estuviste maravilloso, ―susurré. No quería que él se sintiera como que me había espantado. En realidad no quería que se sintiera mal por nada.
―Tú estuviste jodidamente fantástica, ―él enfatizó―. No podré dormir esta noche pensando en ti.
Me sonrojé y me vestí. Él se puso sus pantalones y la camiseta y luego me guió escaleras abajo a una puerta diferente en la parte trasera de su cocina que llevaba a la calle lateral.
―Te veré mañana, entonces.
―Sí. ―Sonreí, mis mejillas se ruborizaron y me sentí abrumada por el momento. Éste exigía palabras y acciones, y yo no las tenía. Sólo necesitaba llegar a casa y pensar.