―Vamos al dormitorio. ―Agarró una toalla más pequeña y la envolvió alrededor de sus caderas―. Es más cálido allí dentro.
Me condujo de vuelta por el largo corredor unos cuantos pasos, su mano sobre la parte inferior de mi espalda, luego empujó una ancha puerta y me hizo señas para que entrara.
―Disculpa el desorden, ―dijo, pero cuando me volví a mirar el edredón arrugado y algunas ropas descartadas en el piso supe que mi propio cuarto se habría visto mucho más desordenado que esto―. No esperaba compañía. ―Me guiñó un ojo, y me sonrojé. Se sentó en el borde de la cama y me empujó entre sus muslos. Delicadamente, comenzó a frotar la toalla por mis lados y mi estómago. Con una mano, continuaba acariciando, la suave fricción de la toalla me hacían hormiguear la piel y formando un nudo en mi estómago. Su otra mano tiró con fuerza de los extremos de la toalla. Me sonrojé más cuando mi cuerpo desnudo en toda su gloria quedó otra vez revelado. Me sentí nerviosa al tenerlo tan cerca, pensé que podría ver mis estrías dado que estaba tan próximo a mi estómago y estaba segura de que él sólo podría pensar que eran asquerosas. Si las notó, no lo mencionó. Simplemente movió la
toalla debajo de sus manos para secarme los pechos. Sus dedos rozaban alrededor de mis pezones a través del grueso material, y mis rodillas bambolearon cuando una fuerte excitación recorrió mi cuerpo. Él se puso de pie y me apretó los hombros a través de la toalla, entonces me hizo girar y continuó con mi espalda antes de estrujarme el pelo en la toalla para secarlo, dejándolo luciendo como la melena enmarañada de un león.
Se movió bajando por mi espalda, secando mientras se dirigía a mis nalgas, donde las frotó para secarlas vigorosamente lo me dejó jadeando y anhelando más. Me hizo girar otra vez y se sentó de manera de poder terminar con mi estómago, mis caderas y mis muslos. Se inclinó hacia adelante y pasó las manos y la toalla de arriba hacia abajo por mis piernas, secando cuidadosamente entre cada dedo del pie, levantando uno y luego el otro para secar la planta. Tuve que agarrarme de él cuando lo hizo, su piel todavía húmeda por la ducha.
―Oh, guau, ―dijo con voz cavernosa―. Estás todavía muy mojada aquí. ―Movió la toalla entre mis muslos, y solté una risita cuando me hizo cosquillas y me estimuló hermosamente―. No creo que eso sea agua, sin embargo.
Deslizó un dedo entre mis muslos y hacia arriba atravesando mis pliegues femeninos. Me quedé sin aliento cuando lo deslizó pasando por mi clítoris y gemí cuando se llevó el dedo a sus labios y lo chupó.
piso.―No, definitivamente no es agua. Mucho más sabroso. ―Gruñó y tiró la toalla al
Me empujó sobre él, y sentí su piel viscosa debajo de mis pechos. Me besó, y me frotó con más fuerza en contra de él.
―Todavía estás mojado, ―Jadeé cuando separó sus labios de los míos.
―No importa. Me secaré pronto. ―Y en un abrir y cerrar de ojos, movió su cuerpo violentamente a la izquierda y me tiró encima de la cama. Chillé cuando el colchón se encontró con mi espalda. Antes de que pudiera moverme o pudiera reacomodar mis extremidades, él estaba sobre mí, presionándome abajo otra vez, su toalla desapareció, su húmeda piel resbalándose sensualmente en contra de la mía.
―Eres preciosa, ―suspiró mientras bajaba la mirada a mi cara. Sus muslos descansaban entre los míos, y los vellos de allí escocían eróticamente a lo largo de mi piel. Sacudí la cabeza, sólo ligeramente. No podía creer que este pedazo maravilloso de hombre realmente pensara que yo era linda. Levanté la mano para acariciarlo bajando por su fuerte pecho. Era duro y peludo, y sus tetillas me rogaban que jugara con ellas.
Él se mantuvo pacientemente quieto durante mi exploración de los planos de su pecho. Olía el gel de de ducha, el champú, la ropa de cama e incluso algo más que pude detectar como un especial y caliente perfume que era suyo propio. Me excitó.
Pasé rozando mis dedos más abajo, sobre su estómago, y él se movió alejándose de mí, como incómodo. Fruncí el ceño, pero cuando sus labios bajaron y se extendieron a lo largo de la sensitiva inclinación de mi cuello, todas las preguntas y asombros se disiparon. Me concentré otra vez en el hormigueo de anticipación que recorrió mis venas.
Él no era gentil con sus caricias. Los labios besaban, pero sus dientes mordían y su boca me magullaba con su intensidad. No me importaba. No quería que eso se detuviera. El dolor no era realmente doloroso. Era un placer más profundo que recorría mi sangre y exigía que me quedara inmóvil y tomara cualquier cosa que mi Amo quisiera darme.
Ya lo veía como mi Amo. Era su juguete, y se sentía bueno. Mi estómago se apretó cuando me pregunté lo que John habría pensado acerca de una relación tan desequilibrada, pero me olvidé de todo un momento después cuando los dientes de Louis se fijaron alrededor de mi pezón y mordieron. Grité y arqueé mi espalda. Él lo liberó, y mi pezón latía a ritmo con las pulsaciones de deseo en mi vulva. Lo deseaba. Lo necesitaba. Estaba cerca de rogarle que me follara, que aliviara la presión interior.
―Joder ―gimió cuando temblé debajo de él, no sólo por la humedad de su piel, que estaba comenzando a secarse, sino por la excitación que me tenía firmemente en sus garras―. Quiero hacerte tantas cosas perversas. Quiero atarte, azotarte, probarte, pero ahora mismo, Emma, necesito follarte. Tengo que follarte. Necesito tenerte ahora mismo.
Sus palabras se sintieron como íntimas caricias para mis oídos, mientras él suavemente se acercaba a mis muslos para hacerme subir más arriba de la cama. Mi cabeza colgaba sobre el otro lado cuando él se detuvo. Toda la sangre corrió allí cuando él comenzó a rozar su duro y grueso pene de arriba hacia abajo por mi mojada hendidura.
―Por favor fóllame, gemí, suavemente.
―¿Perdón? ―Frotó su polla en contra de mi clítoris, y yo chillé como un bebé por el placer frustrado.
―Por favor fóllame, ―imploré, más alto.