―Pensé que él era el mismo con quien me casaría. Él que me enseñaría a disfrutar del sexo “normal”. Lo disfrutaba, pero siempre sentía que faltaba algo. De cualquier manera, el caso es que John ya no está en mi vida. Hace aproximadamente un año, murió en un accidente de tránsito en el que el conductor se dio a la fuga. Él resultó muerto. Yo sobreviví.
―Oh, Emma, ―exclamó Louis . Sacudió la cabeza y pasó su mano apaciguadoramente de arriba hacia abajo por mi pierna.
―Estuve hecha un desastre, física, mental y emotivamente. Todavía lo estoy, en realidad. Por eso no trabajo. Por eso no salí de mi apartamento durante seis meses. Fue el olor de esta tienda el que me ayudó a salir de mi casa. Un día, decidí que tenía que salir. No podía seguir encerrada por más tiempo. No había llegado lejos cuando mis piernas comenzaron a temblar, y mi corazón comenzó a acelerarse. Me sentí tan asustada sólo por caminar algunos metros lejos de mi apartamento. Capté el perfume de este lugar, y me empujó hacia adelante. Quise saber de dónde venía ese olor delicioso, y terminé afuera de tu vidriera. Repetí ese paseo cada día, disfrutando del aroma y luego deleitándome visualmente con los pasteles de tu vidriera.
―Siempre me lo pregunté, ―él murmuró y luego sonrió alentadoramente.
―Y entonces te conocí. Ese día, había oído algo que me llevó de regreso al accidente. Estaba perdiendo la cabeza. Tú fuiste tan bueno conmigo, y yo me sentí, bueno, Louis … ―vacilé. Era difícil expresar mis emociones hacia él. Era mucho más personal que contarle sobre mi vida anterior a Jacques y a Louis ―. Me sentí atraída por ti. Sentí todas clases de culpas por eso, pero entonces cuando tú, cuando nosotros, cuando estuvimos juntos en tu mesa y aquí arriba y tú me dominaste… me ataste, me zurraste y me hiciste llamarte Amo. Hiciste que la culpa simplemente aumentara. Eso estaba mal. Tenía que estar mal. John siempre dijo que estaba mal. ¿Y qué había hecho? Había traicionado a su recuerdo por follar con algún hombre que me hizo volver a mis días anteriores. Me gusta ser sumisa. ―Suspiré y me relamí los labios―. Me asusté otra vez e intenté escaparme, pero finalmente, me di cuenta de que no
quiero escaparme. Ésta es mi vida, ahora. No puedo vivir en el pasado. No me importa si lo que quiero me convierte en una condenada pervertida. Quiero ser dominada. Y quiero ser dominada por ti. ―Agregué la última declaración por lo bajo, todavía asustada de admitirlo en voz alta.
Él me empujó dentro de su afectuoso abrazo y me besó. Su reacción me tomó por sorpresa, pero disfruté de ella, y pude sentir la intensa emoción en su beso.
―Dulzura, ―dijo―. Oh, cariño, desearía haberlo sabido. Habría intentado hacer las cosas de manera muy diferente, más lentamente. Yo adoro tu sumisión. Me encanta dominarte. Te he extrañado mucho estos días. Eso me asustó un poco a mí también. Recién nos conocemos, pero encajo contigo. Me sentí muy bien contigo, y quiero que continuemos.
―También yo, ―estuve de acuerdo―, pero entendería si quisieras terminar aquí. Tengo una carga pesada.
―No, te quiero, Emma, con carga o sin ella. Haces que mi cuerpo se incendie, y estás en mis pensamientos todo el tiempo. Te deseo, Emma, mucho.
―¿Aunque no tenga experiencia? No sé si puedo ser una buena sumisa.
―Bah, no me importa eso. ―Se encogió de hombros―. De cualquier manera, lo has hecho realmente bien hasta ahora. Nunca llevaré eso más allá de lo que sea cómodo para ti. Lo prometo.
Nos besamos otra vez. Esta vez nuestros cuerpos se unieron por completo, apretándose y presionándose como si fueran labios unidos en la lujuria.
Me sentía mareada por la excitación y el alivio. Él no me había rechazado. Me quería. Esto era asombroso y también lo era el toque de sus manos cuando vagaban de arriba hacia abajo por mi cuerpo. Se deslizaron debajo de mi remera, y sus dedos ligeramente fríos me hicieron jadear, pero enseguida se calentaron al frotar mi piel. Quería sentirlo, también, así que le levanté de un tirón la camiseta para pasar mis dedos por su espalda y empujarlo más cerca.
―Desnúdate para mí, ―jadeó.
―¿Qué? ―Lo miré de reojo.
―Desnúdate para mí, bebé. Quiero observarte mientras te quitas la ropa. Te quiero desnuda.
―Pero, yo…
―No pongas excusas. Por favor bebé, para mí.
Me derretí. El tono suplicante de su voz combinado con la desesperación en sus ojos habría hecho ceder incluso a la persona más determinada.
Me puse de pie, mi corazón aporreando, y levanté mi remera sobre mi cabeza. Pensé que me sentiría incómoda, que me sentiría rígida y asustada, pero su mirada me calentaba, y su obvia lujuria fomentaba mi confianza. Cuando me saqué las botas, me tambaleé, y me quité los calcetines, inclinándome sobre su hombro, dejando que mis pechos encerrados en su sujetador colgaran en su rostro. Él gimió, y sentí el aire fresco sobre mi piel, pero ese fue el único contacto. Deseaba ardientemente su toque, y sabía que necesitaba lograr desnudarme antes de que lo sintiera.
Me desabroché los vaqueros y los deslicé hacia abajo de mis muslos. Él estaba viendo todas mis partes más horribles, mi barriga bamboleante y mis muslos gordos, pero no me importó porque podía oír el jadeo de excitación atrapado en su garganta. Su excitación me envalentonó. Pateé los vaqueros de mis piernas y me pregunté con qué prenda continuar.
Froté una mano sobre mi pecho, y mientras la otra cosquilleada sobre mis bragas y entrepierna, mis pezones decidieron despertarse al fin. Estaban dolorosamente erectos, y el encaje de mi sostén era demasiado estimulante para ellos. Estiré la mano por mi espalda y localicé el broche. Desearía poder decir que se abrió en el primer intento, pero no, luché con él por un momento, retorciéndolo y contorsionándome hasta que un gancho cedió y logré que los otros ganchos se soltaran.
Su sonrisa demostraba su diversión, pero mientras alejaba el material de mis pechos, la sonrisa se convirtió en una mirada lasciva, y me regocijé. Pasé mis manos sobre la piel caliente, jugué con los gruesos y endurecidos pezones e hice rodar mis dedos bajando sobre mi estómago.
Quería jugar con él un poco más, pero estaba demasiado excitada para ir más allá. Deslicé las bragas por mis caderas y las dejé caer a mis pies.
―Bueno, estoy desnuda. ¿Qué sigue? ―Le pregunté con un guiño descarado.
―Ponte de rodillas, bebé. Aquí, a mis pies.
―Sí, Señor. ―Susurré eso, las palabras adhiriéndose a mi garganta que ahora estaba seca por el deseo. Esto era justo lo que quería, que me ordenen y obedecer, ser deseada y cuidada. Me dejé caer sobre mis rodillas y me arrastré unos pocos centímetros hacia él, mis pechos bamboleándose con cada movimiento.