Capitulo 18

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―Ponte de rodillas, bebé. Aquí, a mis pies.

―Sí, Señor. ―Susurré eso, las palabras adhiriéndose a mi garganta que ahora estaba seca por el deseo. Esto era justo lo que quería, que me ordenen y obedecer, ser deseada y cuidada. Me dejé caer sobre mis rodillas y me arrastré unos pocos centímetros hacia él, mis pechos bamboleándose con cada movimiento.

―Ahora. ―Se bajó la cremallera de su pantalón y soltó el botón. Su polla se elevó ansiosamente de entre los dientes de bronce y la humedad volvió a mi boca mientras me contenía para no babear de pura lujuria―. Chúpame la polla, mi dulce puta.

―Sí, Amo, ―ronroneé y presioné mis labios sobre la punta, saboreando su salinidad. Mi lengua azotada y la rodeaba. Lo deseaba con desesperación. Necesitaba sentirlo en mi boca. Quería darle placer y, al hacer eso, complacerme a mí misma.

Su mano se ubicó posesivamente en la parte trasera de mi cabeza, pero no empujó ni guió mis acciones. Sólo acariciaba y tiraba de mi pelo como respuesta a mis labios y lengua mientras lo exploraban. Cuando lo tomé en mi boca, su aliento siseó de entre sus dientes, y cuando deslicé mis labios más abajo, el siseo se convirtió en un gruñido. Mis sentidos estaban abrumados, su almizcle me rodeaba, su sabor llenaba mi boca y el sonido de su respiración colmaba mi mente. Su toque me producía hormigueos, y el pensamiento de lo que estaba haciendo era casi tan emocionante como el resto de todas las acciones juntas.

―Oh, eres tan buena, ―gruñó―. Eres una puta tan dulce. Me vuelves loco. Me enloqueces de lujuria.

Sonreí alrededor de su polla, complacida por su elogio. Continué deslizándome hacia arriba y abajo por su dureza, mis labios apretándolo, mi lengua moviéndose sobre su sensible piel. Con cada balanceo de mi cabeza, intentaba tomarlo un poco más profundo. Fui desde la punta, hasta la mitad de su polla, encajándola en mi boca, hasta que estuve sólo a unos escasos centímetros de tomarlo por completo.

Sus gemidos me volvían más frenética por hundir más profundamente su polla en mi garganta. Adoraba la sensación de él allí. Me hacía sentir tan atrevida, tan sucia, tan bien. Él obviamente estaba de acuerdo.

―Oh, Emma, cariño, voy a correrme.

Intenté esforzarme más para tomarlo todo cuando mis labios cayeron sobre su polla otra vez, y fui recompensada con el cosquilleo de sus vellos púbicos sobre mis labios y sus calientes y salados jugos derramándose en la parte trasera de mi garganta. Lo succioné cariñosamente mientras me alejaba de él después de beber sus jugos. Me relamí los labios y sonreí levantando la vista.

―Joder, eres buena. ―Él sonrió, y me sonrojé de placer―. Ven encima del sofá ahora, por favor.

―Sí, Amo. ―Le guiñé un ojo, y él sonrió.

―Impertinente. ―Me besó. Sus manos vagaron por mi cuerpo desnudo, y mi placer retumbó desde la parte trasera de mi garganta. Sus caricias encendieron mi cuerpo. Me sentía como si me estuviera consumiendo en llamas. Mi piel se sentía tirante, y mis entrañas burbujeaban como agua hirviendo.

―Mi turno, ―susurró en mi oído y entonces se deslizó del sofá hacia el piso a mis pies. Me arrastró las piernas separándolas y se acomodó de rodillas entre ellas. Con fuerza, me arrastró por las caderas hasta que quedé ubicada en el mismo borde del sofá. Entonces empujó mis muslos hasta que quedaron completamente estirados y abiertos, mi coño absolutamente expuesto a su vista. Caí hacia atrás, mis hombros descansando sobre el respaldar del sofá, dejando un profundo hueco entre mi espalda arqueada y el sofá mismo.

―Guau, tienes un hermoso coño, ―exclamó y pasó un dedo suavemente de arriba hacia abajo entre mis labios vaginales, atravesando la humedad de allí y provocando mi excitación hasta que me contorsioné, queriendo sentir más de él que sólo la punta de su dedo.

Hundió ese dedo en mí. Lentamente, lo deslizó adentro, y lo apreté cuando mi coño se estremeció de placer. Acarició mi interior, y su aliento hacía cosquillas sobre mi clítoris. Empujé las caderas hacia arriba, levantando mi pelvis, esperando obligarlo a moverse. Me dejó allí, dolorida, recostada y esperando hasta que estuve lloriqueando de la frustración. Entonces, muy suavemente, deslizó su lengua sobre mi clítoris y las lágrimas me llenaron los ojos por la pura fuerza del placer que se desató sobre mi cuerpo.

Estableció un ritmo tierno pero insistente entre su lengua y su dedo. Estaba encantada con ambos, bajo su jodido hechizo, literalmente. Me estremecí y temblé, una onda expansiva me atravesó, llegando hasta los dedos de mis pies y las puntas de los dedos de mis manos, a mis labios y a mis pezones doloridos. Mi cuerpo entero hormigueaba con éxtasis.

Me hizo correrme sobre su rostro. Grité y me estremecí y, luego de un momento, intenté cerrar mis muslos, pero él no me lo permitió. Me sentía tan sensible, pero él sencillamente continuó lamiéndome.

―No más, ―jadeé―. No lo puedo resistir.

Vainilla PicanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora