Capítulo 4

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El Caldero Chorreante ¡Viva la Libertad!

Narra Harry

Lily y yo tardamos varios días en acostumbrarnos a esta nueva libertad.

Nunca nos habíamos podido levantar a la hora que queríamos, ni comer lo que nos gustaba.

Podíamos ir donde nos apeteciera, siempre y cuando estuviera en el callejón Diagon, y como esta calle larga y empedrada rebosaba de las tiendas de brujería más fascinantes del mundo,  no sentíamos ningún deseo de incumplir la palabra que le había dado a Fudge ni de extraviarse por el mundo muggle.

Desayunaba por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde yo disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.

Lily por el contrario pasaba el tiempo en las librerías y preguntaba a las brujas y magos para terminar sus trabajos

Después del desayuno, Lily y yo salíamos al patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y me quedaba esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.

Íbamos juntos pasando aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho ("es un lunascopio, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?") o discutían sobre el caso de Sirius Black ("yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban").

Lily se divertía mirando a las personas ir y venir y compraba muchos libros y entrenaba bastante del libro de caballeros mágicos

Ninguno de los dos teníamos que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; ahora podíamos sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, nos daba gratis a ambos, cada media hora, un helado de crema y caramelo para mi y menta frescacon trozos de chocolate a Lily.

Después de llenar nuestros monederos con galeones de oro, sickles de plata y knuts de bronce de nuestra cámara acorazada en Gringotts, necesitamos mucho dominio para no gastárnoslo todo enseguida.

Teníamos que recordar que aún nos quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarnos pidiendo dinero a los Dursley para libros de hechizos, para no caer en la tentación de comprarse un juego de gobstones de oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto, Lily lo juega a veces con los gemelos Weasley y es lo bastante hábil para no ser rociada demasiadas veces).

También nos tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía.

Pero lo que más a prueba puso mi decisión apareció en mi tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch) a la semana de llegar al Caldero Chorreante.

Deseoso de enterarme de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, me logré abrir paso para entrar, apretujándome entre brujos y brujas emocionados, hasta que vi, en un expositor, la escoba más impresionante que había visto en mi vida.

Mellizos Potter, La Verdad Del Prisionero De AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora