Capítulo 9

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Días antes

Enterarme de que tenía un tumor alojado en mi cerebro fue como un golpe dado con un bate en la cabeza, o recibir un disparo, o tal vez ambas cosas a la misma vez y he experimentado ambos dolores como para hacer la comparación.

Cuando el doctor me lo dijo, fue como si todo se hubiese bañado en un color negro, perdí la noción del tiempo, tanto de las horas, días e incluso puedo decir que por unos segundos no sabía ni en que año estábamos. Si ese momento era real o solo un sueño, un mal sueño. Pensar que tal vez no llegaría a cumplir las cosas que me había propuesto luego de que saldara mi deuda, me hizo entrar en un agujero, en un pozo lleno de angustia, oscuridad y malos pensamientos que me sumergían en la depresión.

No quise comer, y era algo que amaba hacer; tampoco podía dormir porque tenía miedo de cerrarlos y nunca más volverlos a abrir. Pero sobretodo tenía miedo de perderme cosas buenas que la vida tenía por delante, como por ejemplo ver al pequeño Rugge entrando a primaria, el negocia de mamá crecer y expandirse, a Gabriel y Javier triunfar con su juguetería, conocer al bebé que Emilia estaba esperando. Y tal vez los otros bebés en camino que mis demás hermanos vayan a tener.

Pero sobretodo tenía miedo de no volver a ver a Ámbar, de no volver a sentir esa tranquilidad que su compañía me proporcionaba, ver su rubio cabello cada vez que despertaba. O simplemente escuchar su voz.

Y no solo eso era lo que me preocupaba, también la idea de decirle a Emilia lo que realmente tenía. Ella fue la que me llevó al hospital cuando me desmayé, e imaginar cómo se pondría al decirle la verdad, me dolía.

-El doctor llamó, me dijo que vayamos hoy en la tarde, tiene los resultados de los análisis que te practicaron. -informó mi hermana, ella estaba de vacaciones así que paraba más tiempo en casa, de alguna manera me había quitado cierto peso de encima, ya que ahora estaba en plena investigación de parte del FBI por haber... haber eliminado a aquellos hombres que Benicio me había encargado. Era tanto estrés que a veces el pensamiento del tumor no era tan desagradable.

-¿Hoy? -Ella asintió. -Bien, no te preocupes por mí, iré solo.

-No lo harás. Aunque me hayas prometido que me contarías todo lo que te sucedía, no creo en ti. Tu instinto de proteger a los demás y tu maldita idea de creer que eres una carga te lo impiden.

-Emilia...

-Iremos juntos, Simón y punto. Ya llamé a una amiga para que cuide a Ruggerito.

No pude refutar. Ella tiene un carácter fuerte, al igual que mamá y tratar de hacerla cambiar de opinión sería tiempo malgastado. Así que con el miedo estrujando mis intestinos fuimos aquella tarde a la cita. La ansiedad estaba consumiéndome mientras el minutero del reloj avanzaba lentamente, como si el tiempo disfrutara de verme angustiado.

Pensé que cuando el doctor me llamara para entrar a su consultorio esa ansiedad desaparecería, pero fue todo lo contrario. Incrementó en niveles totalmente altos.

-Tengo los resultados. -El doctor tenía la hoja en dónde tenía, prácticamente, mi sentencia de muerte, en manos y leyó la parte más importante de esa hoja. -Bien, el tumor cerebral es benigno. No hay de que preocuparse, salvo de extraerlo de la zona, que por cierto es accesible. De ti depende cuándo.

Escuchar aquella noticia fue como la primera vez que papá me enseño a montar a caballo, un momento inolvidable y lleno de paz. De tranquilidad y sobretodo de felicidad, recuerdo que de niño amaba cuidar a los caballos y uno de mis sueños era aprender a montar uno. Y cuando ese sueño se hizo realidad, fui el niño más feliz del mundo.

-¿Tumor?

-¿Está seguro? -Ignoré la pregunta de Emilia para escuchar al doctor y corroborar el diagnóstico por segunda vez, quería asegurarme de que no se trataba de un sueño.

Dulce Delirio - Simbar (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora