Capítulo 8

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Pov's Simón

Después de terminar el "almuerzo", Ámbar y yo nos quedamos unos breves minutos conversando, quería saber cómo le había ido y ella sonriente se había animado a contarme su primer día de trabajo.

Podía ver en sus ojos que amaba lo que hacía, ese brillo especial en ellos cuando hablaba de algún paciente, la ternura con la que se expresaba de ellos y la pena que le causaba ver a niños tan pequeños enfermos.

—Y... ¿Quién era ese? —Ella me escudriñó con la mirada, al parecer sin entender mi pregunta. —Con el que conversabas.

—Ah, él... Es doctor también, oncológo, también atiende a niños y sólo estábamos hablando. —Ella le sonrió a Rugge, quién estaba encantado comiendo su gran rebanada de pizza. —No debiste haberlo tratado así, Simón.

—Ya lo hablamos, Ámbar

—Lo sé pero no tiene nada de malo hacerte acordar que esa actitud no fue nada agradable.

—¿Ahora me darás clases de cómo tratar a las personas? —Levanté mi ceja derecha y la mire expectante a su respuesta.

—No, tú eres el experto en ese tema sólo estoy dando mi opinión.

—Está bien —Asentí mientras mordía un pedazo de pizza—. Dejemos de hablar de él, no quiero arruinar mi almuerzo...

—¡Simón!

—Está bien, lo siento. Pero te lo dije y lo volveré a repetir, me da mala espina.

No volvimos a hablar del Doctorcito, simplemente escuchar su nombre me causaba un dolor intenso en la cabeza, más severo de los que yo tenía.
Hablamos de otros asuntos, yo le contaba cómo había avanzado mi día hasta esa hora, no era nada interesante no desde que ella ya no me hacía compañía en casa.

El pequeño Ruggero también aportaba con pequeños diálogos, él le estaba hablando de lo mucho que le gustaba la pizza, del dibujo que estaba viendo antes de que yo le pidiera acompañarme a recogerla.

—Me prometió gomitas.

—Es mucho dulce para un niño, Ruggero. Te saldrán caries y te dolerán los dientes.

—Pero yo me los cepillo, tres veces al día —Él levantó tres dedos mostrándole a Ámbar—, después de cada comida.

—Eso me parece excelente, pero no basta. Sólo no comas muchos dulces, ¿sí? —Ámbar levantó su dedo meñique esperando que mi sobrino le correspondiera ese acto—. ¿Promesa?

—Promesa.

—Tú, ¿lo prometes? —Ahora ella se dirigía a mí, con su dedo meñique levantado.

—Es muy infantil esa acción.

—Oye, trabajo atendiendo a niños, tengo que actuar a la manera en la que ellos comprendan.

—Lo sé, pero yo no soy un niño.

—Bueno, pareces. —Ella sonrió de lado, con suficiencia.

—Te pasaré esta vez, no quiero arruinar el maravilloso almuerzo—. A regañadientes enlacé mi dedo con el suyo, cerrando así nuestro "pacto".

Esperamos a que Rugge terminará el último pedazo de pizza, una vez hubo acabado, pagué la cuenta y lo tomé de la mano para guiarlo hasta el auto, tendría que llevar a Ámbar al hospital, aún su turno no había terminado y faltaban seis horas para que lo hiciera.

(...)

Los días siguientes fueron casi la misma rutina, preparaba el desayuno, hacía comer a Ruggerito mientras tenía una conversación matinal con la rubia, luego la llevaba al hospital, en el camino también conversábamos y sobretodo le daba mi consejo de prevención ante Villalobos.

Dulce Delirio - Simbar (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora