3.Rosas.

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Hubo un tiempo en que Nunca Jamás era un país donde las maravillas, el amor y la amistad abundaban, Cenicienta desencadeno una serie de acontecimientos que los pueblerinos llamaban La maldición de Nunca Jamás. Esta maldición desquicio a gran parte de los habitantes, puesto que el miedo les carcomía vivos por las distintas posibilidades de lo que podría suceder, tal como fue el caso de Bella.

La pequeña mujercita era tal cual su nombre lo decía, era Bella, inteligente y sagaz. Hija de un pequeño carpintero la joven no tenía muchas cosas, pero eso no le molestaba, Bella tenía un gran corazón y amaba a su padre por sobre todo. Un día mientras Bella estaba sola en su casa, alguien toco la puerta; era Gastón, su prometido que pasaba a visitarle a menudo, en esta ocasión venía con un par de rosas, la flor favorita de bella, besos fueron dados, palabras dulces dichas y miradas de enamorados compartidas.

El padre de Bella llego y los tres juntos como una próxima familia cenaron en paz. Los días fueron pasando rápidamente entre los preparativos de la discreta boda. El gran día de Bella había llegado, acompañada por su padre camino al altar para casarse con quien era el amor de su vida.

Ambos estaban delante del altar preparados para dar el sí cuando sucedió. Una flecha atravesó el pecho de Gastón, dando justo en su corazón.

Los gritos asombrados de la familia de ambos se escucharon cuando comenzó el caos, todos salieron corriendo, dejando a la pobre Bella en el altar, su vestido rojo ahora se encontraba manchado de sangre, Gastón recostada encima de ella.

Te amare hasta que la última rosa muera. Susurro Bella sobre sus labios.

Unas manos gigantes la tomaron del brazo, casi que arrastrándola se encontraba un hombre de casi el doble de su tamaño, su rostro cubierto por una capucha. Fue llevada hacia un gran caballo negro, a pesar de poner resistencia el hombretón no tuvo problemas en llevarla con él. Bella grito hasta que un golpe en su cabeza la desmayo.

***

Bella despertó horas después, en lo que parecía ser una gran jaula. Un hombre realmente alto la estaba observando desde fuera. Bella lo detallo, alto, fuerte, con la mitad del rostro cubierta de cicatrices, la otra mitad le dejo saber que era un hombre atractivo antes de tener todas las cicatrices.

-¿Quién es usted y dónde estoy?- Pregunto la joven dentro de la jaula.

-Soy el príncipe de las espinas y estas en mi hogar.-Dijo con voz fuerte.

-Quiero ir a casa.- Declaro con agallas la pequeña Bella.

-No vas a ir a ningún lado, ahora eres mía.- Con esto dicho salió por la gran puerta que estaba lejos de la jaula dejando a la joven angustiada.

Horas más tardes el mismo hombre volvió, trayendo consigo comida. Bella no tenía apetito pero vio su oportunidad de escapar cuando abrió la puerta de la jaula, entrando en ella. Se sentó frente a ella y le ofreció la comida, Bella en cambio golpeo su mano y tomando el tenedor cerca del plato lo clavo en su ojo y hecho a correr.

Corrió por el lugar desconocido para ella y escuchando los pasos seguirla y los alaridos bestiales del hombre, subió por una escalera cercana a ella. Su vestido de bodas para este momento se encontraba hecho jirones, lo que le facilito a subir. Llego a una torre que no poseía más que una ventana y junto a esta una cama. Se detuvo a asomarse por la ventana y vio una caída que definitivamente le mataría.

El gigante entro a la habitación furiosa, tapaba su ojo con una mano y resoplaba como un toro enojado. Se acercó a ella pero la joven fue más rápida y se subió a la ventana.

-Nunca serás un príncipe, eres solo una bestia y eso siempre lo serás.- Dijo antes de dejarse caer hacia atrás.

La caída fue el final de Bella.

La joven solo acepto el abrazo consolador de la muerte, con la esperanza de reencontrarse con Gastón en esta. 

La maldición de Nunca Jamas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora