Selene

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Fue al golpe de vista que sentí el flechazo. Atraído por su enorme fuerza mis ojos a ella fueron guiados, y al encuentro con los suyos, los míos rompieron en llanto.

Era tímida.
Oculta, casi invisible sonreía picaresca con sus pálidas mejillas, de un ligero rubor esbozantes.
Nos miramos tan tiernamente que sentimos la dulzura de los labios del otro. Eso fue la leña y el vino, lo que encendió la pasión.

La noche se hacía más negra, las nubes más densas, las estrellas más alegres.
Aún más relucía su rostro enamorado, rojo de vergüenza.
Galante asomó un poco más su rechoncha figura apartando la oscuridad con su brazo en un movimiento sereno, revelando así su entera magnificencia.
E hizo alarde de su belleza danzando con magna gracia. Llevaba un refulgente vestido, que allá por donde fuese en el cielo las estrellas en él impregnaba.

Era ella: la introvertida reina de las mareas, la madre de un gitano albino, la que en la oscuridad sonríe, la guardiana del conejo durmiente, la que una vez fue diosa.
Y ahora, ebria de amor, yo era el único en sus pupilas reflejado.

Sus lunares ardían apenados como ardía mi corazón en furiosas llamas de deseo. Vi sus intenciones al acercarse a mí tal si fuera su presa, ¡más hambriento estaba yo que ella!
Temblorosa posó sus manos en la tierra, sus cabellos cubrieron todo el campo, inclinó su rostro hacia mí y cerró sus ojos. Vi en ella el talante nervioso y primerizo.
Yo cerré los míos.

Y en caso de que seas cotilla, ya sabes que un caballero no tiene memoria.
Pero, desde ese entonces, ¿la has vuelto a ver tan roja y tan coqueta?

Inquietudes de un adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora