El lejano

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Hasta con el tibio amar de las sábanas el sueño de entre las manos se le escapaba...

Mirando a través del techo la infinidad de brillos lejanos, sus cansados ojos cargaban la maldición del que dormir no puede, anhelando dar con el dichoso reposo de su alma, que de nube en nube iba como un travieso niño de su padre escondiéndose.

Bajo sus pupilas asomaba el gris mirar del trasnochador, y una distinguida daga saltaba a la vista en su cabeza, atravesándola sin misericordia alguna, robándole el preciado sueño y desatando las interminables pirotecnias de sus pensamientos.

Y a las mañanas, encorvado andaba por el peso de sus delirios, con la cabeza gacha por el desgaste de tanto el ensueño buscar...
Con la mirada del muerto te veía, esa distintiva de quien soñar despierto abusa.

Y el ansiado momento de paz su cuerpo había abandonado, no sin antes haber dejado un rastro: las paredes de su mente rasgadas y descoloridas lucían, como si un monstruo a arañazos de su cabeza hubiese huido, a merced del trágico insomnio dejándole.
Aquel cobarde, cómo no, era el desgraciado sueño, que ya lejano, al final de la noche se divisaba.

Inquietudes de un adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora