A paso sincronizado la tierra hicieron retumbar. Venía tambaleándose a cada paso, como un viejo cansado. Ellos lo invocaron, de entre dos volcanes su cabeza emergió, sus dedos posó en el cráter del Concepción. Cruzó el lago llorando, herido profundamente, sus ojos reflejaron las antorchas de un puñado. A coro cantaban, sin parar de llamarle, de mala gana recorrió una pizca de la panamericana. Y cuando sus pies dejaban grietas en las calles de la capital, la marcha de un pueblo enardecido lo siguió. Ni un solo árbol de acero se resistió al fulgor de su presencia, cayeron uno a uno a su paso, ardiendo en llamas furiosas. Tuvo que hacerlo, ellos le rogaban, pisoteó a Carmen hasta matarla. Hicieron vítores a sus pies, a penas le alcanzaban las uñas. Entonces las vio, desde la Península de Cosigüina, el Cabo gracias a Dios, el extremo del Río San Juan y de la Bahía Salinas, unas cadenas se elevaron, empuñó el nudo que las unía y las arrojó al Océano Pacífico. Ante sus narices, que rozaban el cielo, un pequeño guardabarranco le agradecía. Volvió a su sitio, se enterró satisfecho, y antes del amanecer retomó su letargo, esperanzado en que no volvieran a llamarle.
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Inquietudes de un adolescente
PoesíaY todo aquél que su tiempo desee perder, bienvenido será a la materialización de mis inquietudes y ocurrencias. ~ Jason Miranda.