Esa mañana me levanté al anuncio de un sol naciente, repartidor de una creciente desesperanza. - Te veo al otro lado, niño -me dijo, consciente de la tristeza que me rodeaba.
Y supe que no había vuelta atrás, porque todo me lo decía: me lo decía el cielo, la luna pálida, el pesado ambiente cargado de negativos sentimientos. - Aquí mueres, niño -oí al destino decir, recordándome que debía marcharme.
El demonio acechaba en las calles, con las carretas mecánicas y los esbirros rojinegros. - ¡Adiós, niño! -se burlaban, seguros de su triunfo.
Y yo debía de despedirme de la tierra que me vio nacer, crecer y sufrir. Debía renunciar aún más a mi libertad, ya nublada desde hacía mucho. Perdí más de lo que podría imaginar: perdí un amor, un amigo, un lazo fuerte y una esperanza que apenas empezaba a calentarse.
Esa mañana supe que todo había terminado para mí, y en el abrumador camino hacia mi partida, se me unieron otros seres de aura galáctica. El Félix, de pie al fondo de todos, con los brazos a las espaldas y ataviado en ropas lúgubres, me veía orgulloso. - Te volverás a conocer al otro lado, y cuando tu retorno esté listo, la tierra bendita de este país será libre otra vez -dijo en un susurro, y yo le entendí- Nos vemos, niño.
La despedida fue terrible, aguanté el peso de mis lágrimas y me encaminé en el sofocante pabellón de aquel que vuelve a nacer.
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Inquietudes de un adolescente
PoesíaY todo aquél que su tiempo desee perder, bienvenido será a la materialización de mis inquietudes y ocurrencias. ~ Jason Miranda.