Parte 9. La cabaña

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—¡Por favor, Ayuda!
— Tranquilo, muchacho. ¿Qué ha pasado?
La silueta que habia visto unos momento antes, le pertenecía a un hombre de edad avanzada  que andaba por el camino. sin duda era un campesino que debía de vivir cerca de aquel lugar.

— No lo sé, solo dijo que se sentía mal, y de pronto cayó al piso. ¡No reacciona! — aunque intentaba controlarme, mi voz sonaba muy alterada.

El hombre se acercó y se agachó a mi lado. Tomando el rostro de Brent entre sus manos, lo examinó detenidamente.

—Muchacho, ¿puedes oirme? — preguntó, pero Brent sólo emitió un debil quejido y sus parpados temblaron pero no abrió los ojos. El anciano se dirigió a mí diciendo:
—No está del todo inconsciente, pero su cara se siente muy caliente. Tal vez tenga fiebre.
—¿Fiebre? Pero, ¿Cómo es posible? —exclamé, más para mí mismo que para el anciano. Obivamente él no tenía la respuesta.
—Sabes, hace algunos años mi hijo tuvo unos síntomas muy parecidos. Recuerdo que en aquella Ocasión,  fue porque había comido el fruto de espinos por descuido.
¿Fruto de espinos? ¿Serían las moras silvestres que habia comido Brent, horas antes?
—Disculpe, señor, ¿el fruto de espinos es algo como esto?— saqué las moras que había guardado Brent en la pequeña bolsa de tela.
—¡Santo cielo, muchacho!, ¡eso es venenoso! ¿En verdad las comieron?
—No, yo no. Solo él— señalé a Brent con la cabeza.
—Menos mal. Si no, ambos estarían tumbados en el piso.
—¿Cree que pueda ayudarlo?— pregunté, casi como un ruego.
El hombre contempló con lástima mi desesperación y después de un momento, dijo:
—Puedo llevarlos a mi cabaña, para que tengan un lugar donde descansar esta noche. Pero no prometo que podamos hacer gran cosa por el chico. Por lo menos no hasta que amanezca y podamos ir a la aldea más cercana por el antídoto.
—Esta bien. ¡Muchas gracias!

Entre el anciano y yo tomamos a Brent, cada uno por un brazo y lo levantamos. Prácticamente tuvimos que arrastrarlo, porque era demasiado pesado, incluso para nosotros dos juntos.

—Por cierto, ¿Cuál es tu nombre muchacho?— me preguntó aquel hombre.
—Soy Ol... Otis. Me llamo Otis— mentí.
No quería que nadie descubriera mi identidad. Ahora es cuando podía agradecer que no me dejaran salir mucho del castillo en años  anteriores.
—¿Y usted?, ¿Cuál es su nombre?
—Me llamo Ray.
—Mucho gusto. Lamento que tuviéramos que conocernos en estas circunstancias.
—Descuida, Otis. Me alegro de poderle echar una mano a alguien que lo necesita— sonrió.

Al cabo de un rato, llegamos a una pequeña casita de madera, cerca de una ramificación del camino principal. La lluvía había arreciado bastante, y cargar Brent había complicado mucho el trayecto

Ray me hizo señas para que entrara a su casa. Era un pequeño hogar, con solo tres habitaciones y una pequeña chimenea de piedra en el centro del cuarto principal, donde había una mesita de madera con patas muy pequeñas, y algunos cojines viejos a su alrededor. La estancia se iluminaba en su mayoría por el fuego de la chimenea y algunas velas que se encontraban sobre la mesita.

—¡Mujer, he traído visitas!
—¡Santo cielo! ¿Qué le ha pasado a este muchacho? — preguntó una viejecita salida del interior de uno de los cuartos de la casa, mientras miraba con nerviosismo a Brent.

Ray me presentó a Lara, su esposa, y le contó lo sucedido. La anciana se apresuró a preparar una pequeña cama que tenía en una de las habitaciones, para que Brent pudiera descansar ahi. También nos llevó un balde de agua y un trapo para tratar de bajar la fiebre del chico.

Entre los tres tumbamos al caballero en la pequeña cama. Después, Lara colocó el trapo húmedo sobre su frente.

— Es todo lo que podemos hacer para que no pase tan mal la noche —dijo amablemente Lara—. Pero en la aldea Brinia, hay un herbolario que vende el antídoto para el fruto de espinos. Solo que es muy caro —se lamentó.

Brent pareció quedarse dormido después de un rato. Al parecer, le había sentado bien el calor que emanaba de la chimenea y se extendía por la pequeña casita. Eso, y tener un lugar más cómodo que el suelo para descansar.

Los amables ancianos me invitaron una tasa de té y un pedazo de pan que habían cocido por la mañana. Los tres nos sentamos en su pequeña mesita a comer, mientras la atronadora lluvia rompía el silencio. No era como estar en el castillo, pero me sentí reconfortado de tener un techo donde descansar después de todo lo que había pasado en los últimos días. También me sentí mejor al poder conversar con más personas, aunque tuviera que decirles una historia falsa.
Les conté que Brent y yo éramos primos, y habíamos estado viajando desde la aldea Rucencia, que se encontraba al oeste, con destino hacia el este, a visitar a mis padres, en la aldea Yucen.

Después de un rato, mis anfitriones se fueron a descansar a su cuarto, y me prestaron unas viejas cobijas para que pudiera extenderlas en el piso y dormir, pues no tenían más camas. Mientras las acomodaba junto a la cama de Brent, Ray me aconsejó quitarle la armadura a mi "primo" para que durmiera mejor. Después me dio las buenas noches y se retiró del pequeño cuarto.

Seguro que Brent se sentiría mas cómodo sin la armadura, pero sería complicado quitársela, estando él medio inconsciente. Como pude, le quite las grebas, la escarcela, las hombreras y los guanteletes. Lo más difícil a mi parecer fue quitarle el peto, pero después de un rato lo conseguí.

Ya sin la armadura me dí cuenta de que su camiseta estaba completamente húmeda. Después de dudarlo por un momento, también se la quité. Brent parecía bastante calmado y tranquilo, aunque su musculoso torso, su rostro y sus brazos estuvieran empapados en gotitas de sudor producidas por la fiebre.

Una vez más mojé el trapo húmedo en el agua fría, lo exprimí y lo coloqué sobre su frente.
— Por favor, resiste un poco más —susurré.
Ahora que miraba su rostro más de cerca, pude apreciar mejor lo atractivo que era. ¡Me cautivaban demasiado esos gruesos labios rosados! Aunque ahora habían perdido un poco su color natural.
De pronto, Brent dio un ligero gruñido y movió la cabeza. Sus párpados temblaron, pero no abrió los ojos. Y yo, sin saber muy bien por qué, empecé a acariciar suavemente su cabeza mientras le susurraba al oído:
—Tranquilo, vas a estar bien.
El chico balbuceó algo que no entendí, pero poco a poco, volvió a quedarse dormido.
Me alejé de él y me recosté sobre las cobijas que Lara me había prestado. Era extraño pensar que ahora yo tenía que cuidar de Brent, siendo que en las horas anteriores, él había estado cuidando de mí. En realidad, toda la vida había tenido a alguien que cuidara de mí, y ahora, me sentía tan solo y desprotegido. Tan indefenso teniendo que cuidar de mí mismo.

Me hice un ovillo sobre las cobijas y me dispuse a dormir, cuando repentinamente, una idea me sacó de aquella vaga seguridad que había experimentado desde que entré en la cabaña: ¿Cómo conseguiría llegar hasta la aldea Brinia, comprar el antídoto y regresar con Brent por mi propia cuenta, y sin ser descubierto?

Un horrible escalofrío me recorrió el cuerpo entero.

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⏰ Última actualización: May 30, 2021 ⏰

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