11.

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Bucky, el pequeño y tierno Bucky tenía tan solo diecisiete años cuando se descubrió a sí mismo, cuando su vida se esclareció en el momento en el cual notó lo bien que la pasaba junto al amigo de su mejor amigo.
Sin titubear; después de pensarlo mucho, se mostró como quien realmente era delante de sus padres; que por suerte aceptaron a su hijo, tal vez sí les incomodó pero con el paso de los días se dieron cuenta de que no iban a imponerse ante las decisiones y atracciones que su hijo tenía, lo apoyaron y Barnes era el más feliz.
Seguía siendo un adolescente gay, enamorado de su compañero de clase, y después de que el mismo chico, su amor platónico lo invitara a salir fantaseó tres posibles bodas con finales felices.
Esa tarde llegó a casa y luego de buscar que ponerse por media hora, salió con una sonrisa al igual que su madre, se sentía feliz.
La pasó genial junto al chico, fueron al cine, comieron un helado en el parque y finalmente se besaron, Bucky se sintió el más feliz del mundo.
Pasaron los días, y la "relación" que ambos tenían avanzó con un acostón rápido en la casa del chico, se sintió un poco incómodo con su primera vez, pero era feliz. Más no por mucho.
Tiempo después el joven al que le había regalado su virginidad había cambiado, ya no quería hablar con él y lo evitaba a toda costa.
Entonces, mientras caminaba entre los pasillos, escuchaba como balbuceaban acerca de los rumores que andaban por allí sobre lo fácil que era acostarse con él, supo que no todos los chicos eran buenos, y que jamás iba a dejarse llevar cómo en ese momento. Porque el tipo que se portó como un príncipe con él, le rompió el corazón en miles de pedazos. Por suerte sus padres lo cambiaron de instituto y todo terminó allí. O eso creía. Hasta que Steve Rogers apareció en su vida.

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A pesar de lo torpe y brusco que era Steve su corazón se encogió al oír los halagos que éste le dedicaba con admiración.

—Eres hermoso, Bucky.

Sí Tony había notado su tensión sexual, era obvio que existía. Y siendo Steve un follador y él un enamoradizo todo sucedió de un día para otro. Ahí estaban, en medio de la sala de Rogers, sacándose la ropa y tirando todo lo que se encontraba en sus caminos.

Ambos estaban solamente en boxers cuando Steve se detuvo, los dos respiraban entrecortadamente y los dos pares de ojos expresaban puro deseo.

—¿Quieres que te folle, Barnes?

El mencionado lo acercó a su boca y presionando contra sus labios trazó las palabras: "Sí, Steve".

Segundos después, la ropa interior de ambos estaba en el suelo y la cama rechibaba por el duro vaivén que Steve trabajaba.
Barnes amaba los músculos y los cabellos de Steve que hacían parecerle un príncipe azul, un rubio hermoso. Barnes juraría que vio deseo y amor en los ojos azules que Steve tenía, pero no podía hacerse ilusiones otra vez, siempre, en toda su vida, le habían gustado patanes, sabía que Steve era uno, pero tenía la esperanza, una mínima, de que aquello acabara y que él en realidad lo quisiera como Barnes lo hacía.

A La Deriva. (Starker)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora