Prólogo

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Respiré hondo al ver la gran cantidad de gente a mi alrededor, mirándome, expectantes ante la escena, buscando un nuevo centro de atención. Algunos charlaban con una copa de champagne sin quitarme los ojos de encima; otros simplemente tenían expresiones aburridas, sin emoción ante lo que pudieran presenciar, y siendo honesta, ¿quién los culpaba? Dentro de aquella fiesta sofisticada, sólo era una chica cualquiera a punto de tocar una pieza de piano; después de todo, no era la gran cosa para las personas adineradas -con gustos bastante cuestionables, también- que recorrían aquellos neutros y elegantes pasillos.

-¡Damas y caballeros! -vociferó mi madre, la elegante ex militar Esmeralda Sokolova. Todas las miradas se posaron en ella y su cálida apertura al próximo espectáculo; no obstante, algunos permanecieron curiosos analizando el porte frío que me envolvía, algo contrario a mi madre-. Me complace anunciar con honor y respeto que esta noche, mi adorada hija, Avery Raquel Sokolova, tocará una famosa pieza que, estoy segura, embelesará a todos con espléndida gracilidad y belleza.

Todos aplaudieron con efusividad, mostrándose ansiosos ante mi próximo número en el instrumento de cuerda percutida.

Traté de mantener mi ansiedad a raya y comportarme como se me fue ordenado. En momentos como aquellos, era preferible mirar al frente y mostrarse sereno ante los demás, en especial conociendo las consecuencias. Con cuidado y sin siquiera mirar a mi madre, me senté en el banco frente al piano y revelé sus teclas, acariciándolas, conociéndolas. El público ruso permaneció en silencio, a la espera, y justo cuando capté movimiento por parte de mi madre ante mi tardanza, comencé a tocar.

Escuché algunos jadeos fascinados por parte de los oyentes, pero los ignoré mientras cerraba los ojos, disponiéndome a tocar y dejar que las notas me envolvieran, permitiéndole a las melodías ser un escudo ante la oscuridad de mis pensamientos para que no estropearan aquella noche. Luego de largos minutos en los que me sumí en la música que mis dedos acariciaban con el piano, en la última nota, creé un pequeño suspenso sobre las teclas más agudas del instrumento, y un segundo después, llegué al final definitivo de la pieza. Mis dedos se alejaron rápidamente de las teclas; temía tocar alguna por accidente y arruinar la melodía ya finalizada.

Por un momento, la sala quedó en completo silencio. No sabía si los oyentes me estaban mirando a mí o a mi madre; no obstante, aquellas dudas se esfumaron cuando toda la sala estalló en aplausos, llenándome de calma al instante; no por saber que yo había robado su atención, sino porque aquello me dejó en claro que lo hice bien. Mi trabajo estaba hecho.

Me levanté de mi asiento, manteniendo mis manos apretadas contra mi vestido negro. El mismo se ajustaba a la parte superior de mi torso, bajando luego por mi cintura como una catarata de seda y perdiéndose en un velo que me recordaba a la inmensidad de la noche, incluyendo sus estrellas, las cuales se confeccionaron con infinitos diamantes de menos de un quilate -innecesario, lo sé-. Me coloqué a un lado del piano y aún con los aplausos resonando por todo el salón, me incliné en una reverencia, dejando que parte de mi pelo blanco cayera hacia adelante; era un respetuoso agradecimiento hacia aquellos que se permitieron escucharme.

Esmeralda no tardó en halagarme como si fuera una madre orgullosa de su talentosa hija, sin embargo, yo me limité a permanecer con la vista puesta en un punto fijo, sin mirar a los demás, y mucho menos, sin mirar a quien estaba a mi lado.

Estando allí, de pie frente a todos, me daba cuenta de que era la viva imagen de todo aquello que representaba mi vida: apariencias, elegancia, dinero, falsedad, poder y dominio. Cada segundo que pasaba respirando era un esfuerzo más por intentar adaptarme a un mundo del que ya estaba excesivamente harta, pero para mi mala suerte, la supervivencia se trataba de eso: sobrevivir, más no disfrutar.

Viéndolos a todos allí, vitoreando e invitando a mi madre a diferentes reuniones que ella aceptaría sin lugar a dudas buscando su propio beneficio, podía sentir como mi mente viajaba a través del tiempo y se encontraba con escenarios iguales a ese: podía verme siendo utilizada como medio de atracción antes de que ella tuviera que actuar para recolectar sus propios premios; podía verme sufriendo, llorando de impotencia; podía verme en un ataque del más cruel miedo, pero también podía ver la luz de la salvación, o tal vez, simplemente se trataba del reflector que no paraba de iluminarme a mí y al piano que en su momento fue protagonista.

Podía ver muchas cosas, sin embargo, ninguna de ellas me advirtió que en unos momentos conocería lo que podría ser tanto mi salvación como mi destrucción.

Pétalos De Un Amor Cruel - Saga Defensores #1 [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora