1. Palace Life Sucks

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—¡ShinRei! ¿Dónde estás?—gritaban las sirvientas buscándome por doquier.

Era una situación habitual desde que cumplí los doce años. Ellas buscándome, yo corriendo; ellas desesperadas, yo riendo escondida sobre alguna copa de un árbol. Desde esa edad el escaparme y ser buscada era lo más natural de palacio y lo más divertido del mismo para mí.

—¿Se escapó de nuevo? Es la princesa más revoltosa que he tenido que vigilar en mi larga vida—dijo la señora Clarine.

Estaba en la copa de un árbol que había en el gran y amplio jardín de lo que consideraba mi hogar. Un palacio a diez minutos andando de su principal ciudad, aislado y sobre una gran colina. Desde aquella altura podía ver las distintas ciudades y caminos, que de alguna manera eran de mi propiedad.

No me gustaba pensar así, ¿No era normal conocer lo que era tuyo? Quiero decir, mis pertenencias que estaban en mi aposento real, las conocía perfectamente; en cambio, de todo ese reino "mío" sólo conocía esos muros que me encerraban dentro y la ciudad principal que visitaba a escondidas.

—¡ShinRei! Papá nos está buscando a todas—dijo una de mis hermanas más irritantes por el camino del jardín.

Suspiré y eché una última mirada a aquel relajante paisaje. Me gustaba subir ahí y ver el horizonte, las nubes, la ciudad, los pájaros...

Bajé del árbol con gran agilidad, después de todo llevaba años de práctica, hasta llegar a la altura de la tercera hermana. Me limpié mis pantalones holgados negros observando su vestido extravagante de un color azul oscuro rozar el bien cuidado césped.

—De verdad, no pareces una chica de diecisiete años, ¿maduraste en algún momento?—dijo cogiéndome de la muñeca y tirando de mí dentro de palacio.

Reí levemente y miré hacia atrás, dónde se encontraba la puerta, una enorme y vigilada, por la que había salido numerosas veces a escondidas para ir a la capital en la noche. Antes no estaba vigilada con siete guardias, pero desde que hacía un año descubrieron que mis desapariciones implicaban apariciones en la ciudad, decidieron colocarlos.

¿Era necesario destacar lo inútiles que eran?

—Deja de fantasear y haz tus tareas, te la pasas en tu mundo olvidándote de que tienes deberes que hacer—decía mi hermana llamando la atención de todos a nuestro alrededor mientras caminábamos por los largos pasillos.

Nara siempre fue así, era muy aplicada. No la había visto mancharse las manos, sólo vivía en la biblioteca. Su cabellera negra siempre estaba recogido en un moño alto dejando sólo dos pequeños mechones caer sobre su cara.

Observé fijamente las cortinas, siempre estaban cubriendo la luz que podía entrar por las ventanas. Eso hacía al pasillo algo lúgubre, apagado...

—¿Terminaste?—dije cuando ya habíamos llegado a la puerta donde nuestro padre residía la mayoría del tiempo.

Estaba acostumbrada a ir allí, me llamaba continuamente por mis faltas, mis desapariciones... etc.

—No me escuchaste, ¿verdad?

¿De verdad le sorprendía?

—La primera frase, allá cómo en el primer piso antes de las escaleras. Luego ya te ignoré—dije entrelazando mis dedos tras mi espalda.

—¿Qué haremos contigo?—dijo tocando la puerta para entrar en esta.

—Os esperaba—dijo mi padre levantándose de la silla con su faceta molesta habitual.

Al menos la expresión que ponía al verme. Sus cejas pobladas se fruncían y sus labios se tensaban en una fina línea.

Mis múltiples hermanas estaban en los sofás en silencio vestidas con sus vestidos grandes y extravagantes de colores horrorosos mientras yo; con unos pantalones holgados que había visto usar a algunos agricultores de la zona, una camisa marrón oscura y unas botas; entraba como si fuera lo más normal del mundo. Que en verdad era normal, pero no dentro de esos cuatro muros que rodeaban el palacio.
Me senté con ellas y observé cómo las sirvientas se iban por la puerta en cuento mi padre señaló la puerta.

Prince Jeon - JK Donde viven las historias. Descúbrelo ahora