Muerte.

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Nunca supiste bien de dónde vino tu don.  Solo supiste que naciste con él.
Un lluvioso día de invierno, una pareja iba en coche, a más velocidad de la permitida, dirigiéndose a un hospital. La mujer parió allí mismo, profiriendo gritos de dolor por el esfuerzo; y el marido se distrajo en la última curva. El coche se estrelló contra la pared del hospital, matando en el acto a la pareja. El único superviviente: Tú. Y ese solo fue el principio. Desde entonces un aura de dolor y desgracia te acompañó allí a dónde fueras. Con seis años, te escapaste de la mano de tus padres adoptivos en el centro comercial, y el hombre que te ayudó a encontrarlos de nuevo se quedó ese mismo día sin trabajo. A los dos días el guardia de seguridad que debía haber estado atento a cualquier niño perdido en el centro comercial fue atropellado y quedó postrado en una camilla por el resto de su vida.
Con doce años, ya estabas casi seguro de que algo estaba mal contigo. Decidiste toser delante de un profesor de matemáticas que no te caía muy bien. Resultó ser que el profesor tenía una salud muy pobre, y tú tenías una gripe sin síntomas propios. Desde entonces no volviste a tener noticias de él.
Y aquí estás ahora. Has crecido. Has entendido. Y ya no eres aquel niño inocente perdido en el centro comercial.
Caminas por el pasillo central de un gran almacén. Y mientras rozas tus dedos contra las columnas, y ves como grietas indican el inminente colapso de la estructura, sonríes ampliamente.
Siempre te ha gustado tu don.

MicrorrelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora