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Entonces llegó el día de la despedida. Y el hada no pudo tener un mejor último día. Porque le dijo que la amaba, que era importante para ella. Después de diez años siendo invisible ante sus ojos, por fin podía recibir sus sentimientos de vuelta. E hizo una última promesa.
Ella iba a vivir. Aún después de diez o veinte años. Quería vivir. Quería pasar un día, una hora o aunque fuera un minuto más ahí.
Volvió a su casa a espera del último amanecer de su vida. Y los rayos del sol tocaron su piel e iluminaron el cuarto, su cuerpo estaba lleno de miedo y estaba hecha un mar de llanto. Pero no murió ese día.
Entonces decidió cumplir su promesa.
Ella viviría.
Aún después de diez, cien o mil años. Tenía que cumplir su segunda promesa. Entonces tomó su cuaderno y comenzó a escribir.
Porque Ririka debía estar haciendo su libro. Y tenía que hacerle competencia. La peliblanca tenía que leer la mejor historia que jamás habría podido encontrar en ningún otro sitio.
Gastó la tinta que tenía guardada y lleno un cuaderno de dibujos y palabras que sólo ella entendía. Entonces por fin llegó el día. Tenía que darle toda su vida en un montón de papel esperando que sus sentimientos fuesen suficiente para ella.
Porque el hada era un ser torpe y débil, sin nada más que ofrecer que su propia existencia.
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