Capítulo VIII

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Dulce miró el lago cristalino frente a ella, rodeado de una tupida y verde vegetación en distintas tonalidades y pensó que ese era el lugar más hermoso que había visto. Aunque, bueno, no había visto mucho desde que salió del hospital, pero estaba segurísima de que no había nada más lindo, ni que diera el sentimiento de paz inexplicable que transmitía ese paisaje. 

Chris llegó a los minutos después con sus muletas y se sentó en el suelo cubierto de pequeñas piedrecitas, junto a ella.

—¿Te gusta? —preguntó él, sonriente. 

—Es hermoso... ¿Veníamos seguido aquí?

—Bastante. Siempre te gustó mucho. 

Dulce asintió con la cabeza, mirando hacia el otro extremo del lago, aun admirada por el lugar, hasta que sintió a Chris levantarse. El chico le extendió las manos y cuando ella las tomó, la impulsó a pararse del suelo, luego le entregó sus muletas. 

—¿Dónde vamos? 

No le respondió, solo se puso tras ella, para ayudarla a caminar, y la guió hasta una cabañita, no muy lejana del lago. Tenía un aspecto muy acogedor, era blanca y con una linda entrada. 

Chris sacó la llave y la ayudó a entrar, tranquilo al saber que ella no encontraría ningún recuerdo de su relación pasada en ese lugar, pues fue muy cuidadoso al guardar cualquier foto comprometedora, antes de llevarla ahí.

La dirigió hasta indicarle un pequeño sofá en el que se sentó, mientras Dulce miraba todo con detalle. 

—¿Qué te parece?

—Es muy bonita, ¿es tuya? 

—Es, más bien, de los dos. 

Dulce lo miró confundida e inmediatamente Christopher se reprochó por su respuesta, ya que definitivamente había complicado las cosas. 

—Verás —le explicó, mientras se sentaba a su lado—, cuando yo era pequeño, mis padres me traían a este lago a pasar el día ocasionalmente, siempre me gustó mucho y hace tiempo quise compartir este sitio contigo. A ti te encantó y cuando recorrimos los alrededores, encontramos esta cabaña. Estaba muy vieja y en malas condiciones, pero insististe tanto en que la arregláramos, que no me quedó de otra que hacerte caso y así este se transformó en nuestro lugar. 

—Suena como si hubiese sido una molesta mandona —bromeó Dulce y Christopher se rió. 

—Digamos que cuando algo se te mete en la cabeza, es muy difícil sacártelo. 

La pelirroja soltó una carcajada y Chris se levantó rápido de su lado, para alejarse de ella y no responder al instinto que brotaba de si al escuchar aquello, necesitar abrazarla o besarla y no poder. 

—¿Quieres un vaso de agua? 

—Sí, gracias. 

Dulce lo vio alejarse hasta un sector donde habían varias botellas de agua, parecía un rústica cocina, la cual estaba obviamente en desuso, pues suponía que en ese lugar no había ni luz, ni agua. Miró la casa de nuevo y, sin esperarlo, algo comenzó a formarse en su mente. 


—¡Chris, ve esto! —gritó con emoción. 

—Claramente está abandonada —dijo él al estar a su lado. 

Recorrió la pequeña construcción de madera con la mirada y avanzó hasta una de las ventanas para mirar adentro. 

—¿Entramos? 

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