Capítulo XII

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El tacto de los labios de Christopher contra los suyos era tan exquisito, que Dulce pensó que en cualquier momento se desmayaría de placer. Sentía como inconscientemente, tanto ella como él, habían anhelado ese apasionado contacto desde hace mucho tiempo, pero solo hasta ahora habían tenido el valor para llevarlo a cabo. 

Christopher delineó el contorno de la figura de Dulce sobre la toalla que la cubría, embriagado por la satisfacción del acalorado momento y sintió como ella se aferraba más a su cuello, enredando sus dedos en su alborotado cabello, como si no quisiera que existiera ni centímetro de espacio entre ellos, cuando en unas horas serían kilómetros los que los separarían. El vago recuerdo de su viaje lo hizo poner los pies sobre la tierra y darse cuenta de que esto, muy probablemente, era un error garrafal. Dulce no lo recordaba, estaba confundida y él no podía aprovecharse de eso, por lo que con todo su pesar puso ambas manos sobre el contorno del rostro de ella y se apartó, tratando de no ser brusco. 

—Lo siento, Dulce, esto no está bien. 

—¿Por qué? —preguntó ella, sin apartarse. 

—Porque no me recuerdas. 

—No necesito recordarte para saber que ahora quiero estar contigo —se puso de puntillas y volvió a besarlo, acariciando los labios de él con la punta de la lengua, en calurosa invitación. 

Pero la racionalidad le impidió a Christopher disfrutar de aquella caricia y nuevamente se apartó. 

—Dulce, yo también quiero estar contigo, muero por estar contigo, pero... —suspiró frustrado—. Me voy mañana, muy lejos de aquí y

—Entonces —lo interrumpió, dando un paso hacia atrás—. Hagamos que tu última noche valga la pena.

La pelirroja llevó sus manos al nudo de la toalla que envolvía su cuerpo y lo desató, dejando que la mullida tela cayera a sus pies. En ese momento se preguntó de dónde estaba saliendo ese lado salvaje y desatado, que estaba haciendo todo por seducir al hombre que hasta ahora solo se había mostrado amigable, cordial y amable con ella desde el accidente. Se respondió a sí misma con brusquedad, alegando que dejara de hacerse la tonta, pues desde el primer momento había sentido una conexión especial con Christopher, la cual iba más allá de una entrañable amistad y bordeaba lo íntimo y lo sexual. 

 Vio la mirada con la que Christopher recorría su cuerpo desnudo y supo que él ya no se resistiría más, por lo que le dio una lasciva sonrisa mientras mordía su labio inferior.  No alcanzó a parpadear cuando sintió las manos del hombre en su cintura para pegarla a su cuerpo y luego sus labios masculinos sobre los suyos en un beso fiero y atrevido, al tiempo que caminaba con ella a pasos torpes hasta empotrarla contra la pared más cercana con cierta brusquedad, que solo pudo excitarla más. Era como sin con ello hubiese decidido dejar de tener el cuidado con el que la había estado tratando desde que salió del hospital y hubiese decidido sacar ese lado apasionado que parecía haber estado reprimiendo hasta ahora. 

Lo único que se escuchaba era el sonido de la respiración agitada en ese beso salvaje y el de la madera estallando al calor del fuego, un fuego tan ardiente como el que se estaba gestando entre los dos amantes que se encontraban en esa cabaña. 

Christopher, por fin, dejó de pensar y solo se preocupó por sentir, al igual que Dulce. Con ambas manos volvió a delinear el cuerpo femenino desde las caderas hasta los pechos, los cuales aprisionó con su palmas sin dejar de besarla, logrando que Dulce jadeara entre sus labios. 

Ambos supieron donde terminaría todo esto, pero dejó de importarles, pues la necesidad que sentían de entregarse mutuamente fue más imperiosa, solo sentir era relevante y lo que sentían ese momento era lo mejor que cualquiera de los dos pudiera recordar. 

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