Epílogo

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Se miraba frente al espejo sin poder creer lo linda que se veía con su vestido blanco y el recién terminado maquillaje. La boda estaba a minutos de comenzar y ella ya no podía soportar la impaciencia que sentía por empezar a vivir para siempre con el amor de su vida. De solo pensar en él y la vida que se les venía de aquí para adelante le daban ganas de llorar de felicidad, lo amaba tanto que a veces hasta dolía.

Hace 6 meses había estado a punto de perderlo para siempre y desde ese día había jurado amarlo y demostrárselo hasta que la muerte los separara. La rectificación ante un cura era solo un trámite para ella y sabía que para él también, pues le había demostrado su amor incondicional desde el día de aquel fatídico accidente, pero gracias al cual habían podido reafirmar su amor.

—Te juro que la organizadora de bodas me tiene enferma —dijo Anahí con su velo en la mano, al entrar en el pequeño cuartito donde esperaba para salir a su ceremonia. Cerró la puerta tras de sí—. A esta altura, ella debería pagarme a mí por todo lo que la he ayudado... En fin, aquí está tu velo hermanita.

Dulce se rió ante la ocurrencia de su hermana.

—¿Me lo pones, por favor?

—¡Claro! —se puso detrás de ella y encajó la hermosa tela en la parte de atrás de su peinado, luego la abrazó por los hombros, quedando ambas frente al espejo—. ¡Te ves hermosa!

—¿Estás nerviosa? —le preguntó Maite, expectante, mientras le entregaba el ramo de flores y su pequeña hermana le sonreía.

—No, cuando sabes que algo está bien no hay nervios que te puedan insegurizar. Amo a Chris desde el día que lo conocí y sé que él me ama. Este matrimonio se siente como algo que tenemos que hacer, como algo correcto.

—Creo que puedo entenderlo —aseguró la morena, feliz al igual que todas en esa habitación.

Rato después, Dulce salió de ahí y se encontró con la amorosa mirada de su padre, quien la esperaba en la puerta de la iglesia.

A Martín se le cristalizó la mirada al verla. Nunca la había visto tan linda como ese día y no era solo el vestido y el peinado, ella estaba feliz y eso era lo único que a él le importaba. Cuando su hija llegó a su lado la besó en la frente y le ofreció su brazo para guiarla en el camino de este primer día de su nueva vida.

En el momento en que las puertas se abrieron y Dulce vió al hombre que estaba esperándola al final del camino, no pudo más que sonreír y caminar como imantada hacia él, sin dejar de verlo a los ojos. Christopher le respondía con la misma felicidad, esperándola como siempre lo había hecho: paciente, inquebrantable y amoroso.

La ceremonia fue preciosa, ambos se juraron amor eterno ante la mirada de todos sus amigos y familiares, pero sobretodo, ante Dios, rectificando una promesa que se habían hecho desde hace seis meses atrás, en aquel aeropuerto que marcó el inicio del resto de sus vidas.

Ahora se encontraban en la recepción, bailando su primera pieza como marido y mujer. Todos al rededor comentaban lo felices que se veían y cómo aparentemente la pareja había nacido para estar junta.

—¿Ya te he dicho lo hermosa que te ves? —preguntó Christopher, mientras bailaban tranquilamente al medio de la pista. Dulce rió y asintió con la cabeza.

—Sí, ya me lo has dicho varias veces, pero no me molesta que me lo repitas. Tú también te ves muy guapo.

El hombre la miró a los ojos profundamente, perdiéndose en esa mirada color chocolate.

—Te amo Dulce, te amo mucho y eso es algo que espero que tampoco te moleste que te lo repita, porque lo vas a escuchar durante toda tu vida.

—¡Es lo que espero! —rió y él juntó su frente con la de ella—. Yo también te amo, mi amor. Tanto, que me parece que no me va a alcanzar la vida para demostrártelo.

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