Capítulo III

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Dulce no pudo dormir en toda la noche, tratando de descifrar cuál sería la forma correcta de contarle a Chris sobre su embarazo. Quizás estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua, se dijo cuando ya pasaban de las doce de la noche, esas pruebas nunca eran 100% efectivas. Si quería decírselo, tenía que estar segurísima de que sí estaba embarazada y en base a eso, lo mejor sería esperar hasta hacerse un examen de sangre.

A eso de la una de la madrugada, el sueño por fin la venció.

Su reloj despertador sonó a las 9:30 al día siguiente. Se levantó y se bañó, al salir buscó una blusa de tiritas color azul cielo y unos jeans ajustados, los cuales acompañó con unas botas de plataforma café chocolate. Peinó su largo cabello rojo en desenfadas ondas y maquilló su rostro muy natural. Cuando terminó ya eran la 10:30, bajó y sus hermanas ya estaban desayunando, listas para salir.

—Buenos Días

—Hola, ¿Cómo dormiste? —la saludó Anahí.

—No dormí casi nada... ¿Qué hay de desayuno? —dijo mientras se sentaba en la mesa con sus hermanas.

—Pues, Panchita dejó estos hotcakes —dijo Maite acercándoselos, pero los retiró rápidamente al ver la cara de asco que su hermana les dio. Entonces se levantó y sacó del estante unas galletitas saladas, pues había leído que a las embarazadas les ayudaba comer eso para afirmar el estómago en los primeros meses.

Dulce recibió el paquete y se lo comió con ganas, ya que desde ayer no comía nada. Terminó de desayunar entre conversaciones y bromas con sus hermanas, fue hasta su baño para cepillar sus dientes y luego maquilló sus labios con su gloss favorito. Bajaba la escalera cuando el sonido de la bocina de un auto anunció la llegada de quien iba por ellas para llevarlas al autódromo.

Las tres salieron sonrientes, pero el rostro de Dulce se apagó al ver que quien salia del auto no era Christopher, sino Poncho.

—Hola, gatito bebé —dijo Annie con entusiasmo.

—Hola, mi amor —besó a su novia en los labios y miró a las otras dos hermanas—. Qué onda chavas, ¿están listas?

Las tres asintieron y se subieron al coche. En menos de media hora ya estaban aparcando en la plaza de estacionamiento de la pista donde se llevaría a cabo la carrera de Christian. El chico era un amigo de la infancia de Christopher, quien al cumplir los 18 años y salir del colegio, se había embarcado en todo lo referente al automovilismo profesional, logrando que hoy, 7 años después, fuera una de las jóvenes promesas en las competencias de coches.

Los cuatro se bajaron del auto, entraron charlando animados al autódromo en búsqueda del corredor y no tardaron en encontrarlo. Ya enfundado en su overol color rojo con gris, lleno de las etiquetas de los patrocinadores que sustentaban la carrera, que si bien no era oficial,  ayudaba a que Christian se pusiera en práctica, el joven de pelo teñido platinado conversaba animado con dos modelos, quienes vestidas con diminutos shorts y ajustadas blusas se reían coquetas de todo lo que él decía, y también de lo que decía Christopher, pues estaba al lado de su mejor amigo charlando simpático con ellas.

Dulce se quedó estática al ver la escena, sintiendo como la rabia le nublaba la mente al ver a su novio conversando con esas dos lagartonas que no hacían otra cosa que coquetearle. Con paso decidido se acercó donde estaban, hasta llegar justo detrás de él.

—¿Interrumpo? —preguntó, sin saludar siquiera.

Christopher se giró inmediatamente y sonrió al verla.

—Hola, mi amor —se acercó para darle un beso en los labios pero ella giró el rostro.

Dulce solo le dio un frío hola, para luego alejarse de todos y caminar hasta una zona de descanso, lejos de la pista de carreras. 

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