Capítulo I

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Dulce miró su reloj de pulsera por décima vez en los últimos 15 minutos, mientras su pierna se movía impaciente por la ansiedad que le generaba no poder salir de la aburrida clase en la que estaba. Sencillamente odiaba las clases obligatorias, más cuando no correspondían a su plan de estudios, pero era un requerimiento de la universidad que debía cumplir para obtener los créditos necesarios para graduarse de la carrera de diseño, la cual en dos años terminaría, si todo salía bien. 

Al menos compartía la clase con Annie, su hermana del medio. La miró y sonrió al verla tan estudiosa como siempre, escribiendo en su cuaderno hasta los suspiros emitidos por el profesor, quien, delante de toda la clase, hablaba entusiasmado sobre filosofía moderna. 

La pelirroja rodó los ojos, sabiendo que si escuchaba algo más sobre los grandes pensadores del siglo XX, los oídos le explotarían y se moriría del aburrimiento. Entonces, se le ocurrió sacar un pedacito de papel de la hoja en blanco en su cuaderno, lo arrugó y con excelente puntería se lo arrojó a su hermana directo a la nariz. 

Anahí la miró con el ceño fruncido y ella le sonrió burlona, solo para minutos después lanzarle otra bolita. 

—¡Basta!

Dulce solo le respondió con una silenciosa carcajada que atajó cubriendo sus labios con ambas manos. Anahí trató de ponerse al pendiente de lo que el profesor estaba diciendo, pero no tardó en darse cuenta de que era en vano.

—Muchas gracias, Dul. Ya me perdí —susurró, regalándole una mirada iracunda. 

—¿De qué te preocupas? Son una manga de viejos muertos, que te aseguro que no aplicaron ninguna de sus filosofías en sus vidas —le respondió en el mismo bajo tono. 

—Las señoritas que están allá atrás cuchicheando —dijo el profesor, llamándoles la atención—. ¿Hay algo que quisieran compartir con el resto de la clase?

Dulce levantó la mirada hacia el hombre que les hablaba, para luego ver a su hermana con diversión. 

—Disculpe profe, es que Anahí estaba dándome un punto muy interesante sobre lo que usted estaba explicando. 

—¿Ah, si? —se cruzó de brazos y se sentó en su escritorio—. Entonces, cuéntenos señoritas Espinoza, estoy seguro de que toda la clase esta ansioso por escucharlas. 

Anahí sonrió nerviosa al profesor, cuando se dio cuenta de que Dulce solo la miraba con esa cara que le ponía desde que eran niñas, como esperando que se hiciera cargo del desastre que ella había provocado. 

—Yo... No, profe... Yo solo, solo le estaba diciendo a Dul que sería muy interesante hacer un paralelo entre lo que usted comentaba y la filosofía más clásica, ¿no?

—Es un excelente punto —miró su reloj y se dio cuenta de que ya era tarde—. Agradezco su interés por la materia y en pro de eso, espero que para la próxima semana puedan traer una exposición sobre ese paralelo. Nada muy elaborado, solo puntos claves, ¿está bien? 

—Claro que sí —dijo Anahí, sintiéndose furiosa al escuchar la risa ahogada de su hermana menor a su lado. 

—Perfecto, nos vemos la próxima semana, jóvenes. 

Todos los alumnos comenzaron a guardar sus cosas cuando el profesor se marchó del salón. 

—¡Eres la peor del universo, Dulce María! —tomó sus libros y salió rauda, sin esperar por la pelirroja. 

—¡De todas formas me amas! —canturreó a sus espaldas, siguiéndola al pasillo de la universidad. 

—No, te odio. 

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