Capítulo 3: Máscara

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Alguna vez la encuentro por el mundo

y pasa junto a mí; 

y pasa sonriéndose,  y yo digo:

—¿Cómo puede reír?

Luego asoma a mi labio otra sonrisa,

máscara del dolor, 

y entonces pienso: —¡Acaso ella se ríe 

como me río yo!

-Gustavo Adolfo Bécquer, rima XLIX.


Mucho.

Cuando Tails se cuestionó sobre la separación de su hermano, no creyó que tendría que especificarle al universo que era una pregunta retórica.

Miró la hora en la laptop que se hallaba en su regazo y recordó la noche anterior: sus padres no tuvieron compasión hacia su persona y tuvo que soportar a un Miles melodramático, pero lo que más rondó en su mente fue una duda sobre la condición que le impuso Scourge.

¿Por qué, entre todas las cosas que podía pedir, quería que tenga una cita con su hermano?

Estuvo todo el domingo tratando de resolver esa incertidumbre. No salió al garaje, aunque sus padres le ordenaron que lo hiciera porque no querían verlo.

Tails no fue a su lugar preferido solo para no darles el gusto, porque, en sí, se moría de ganas por salir de un ambiente tan turbio.

—¡¿Y si mejor me piden que vaya al sótano?! 

Por dar esa respuesta se llevó un desagradable golpe en la mejilla. Miles intervino.

Su hermano peleó con sus padres por tocarlo. Había algo que, a pesar de lo mal que se llevaban, respetaban: Miles le prometió, a los cuatro años, que no dejaría que abusasen de él, aunque fueran sus padres los atacantes.

Miles también ganó un golpe, pero él sonrió y le pidió a su padre que lo hiciese como hombre. Ambos permanecieron en silencio hasta que Amadeus retrocedió y les ordenó que fueran a sus respectivas habitaciones.

Tails no sabía si era por desquiciar a su progenitor, pero su tocayo hizo todo lo contrario.

—Es la tercera vez que discutes con nuestros padres por algo que yo debo asumir, no más —le reprochó al mayor, el cual se encontraba recostado en su cama—. No sacudas tus colas así, ensuciarás mi frazada.

—Nunca noté esa mancha en tu techo —señaló a la ventana—. ¿Por qué tus cortinas son de ese color?

—Miles, no enfrentes a mis padres.

El mayor lo miró unos segundos y luego se levantó.

—Entonces ve al sótano.

Cuando su hermano se retiró, el menor sintió una culpa enorme, un vacío. En estas situaciones trataba de recordar en qué momento perdió la conexión que tenía con Miles, antes el uno era el centro del universo del otro y de repente ¡boom! Némesis.

Trataría de arreglarlo, mas no involucraría a Sonic.

—Nunca —murmuró el menor ante su portátil—. Voto de castidad y no saldría con alguien como el titiritero.

Pero tenía que ayudar a Miles.

El menor cerró el aparato y miró la mancha en el techo: la recordó. Tenían casi seis años, Miles descubrió que podían volar con ayuda de sus colas, Tails lo siguió y se golpeó contra ese lado, su hermano fue y pateó ese lado, lo pintó y luego trató de lavarlo para que sus padres no se enojaran.

El titiriteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora