Capítulo 7: Tras bambalinas (I)

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—Ya, Tails, cuéntame.

—No ocurrió nada, basta. —El menor intentó cerrar la puerta de su habitación, pero el peso de su hermano en el otro lado se lo impedía. Miles había aprovechado, otra vez, la situación de Tails para sacar algún provecho. En la inspección que hizo en la alcoba del menor, antes de despertarlo con un porrazo, no encontró el dinero que este le debe, pero sí las marionetas de Sonic.

Su idea original era ponerlas en una situación de riesgo, como empezar a tirar de sus frágiles cuerdas con rudeza, en la que Tails debería hacer un acto absurdo para recuperarlas, por lo que llevó a los príncipes consigo hacia la cocina, pero sus planes se frustraron al no notar la presencia de sus padres, quienes, con solo verlas, se las arrebataron y le ordenaron llamar a Tails.

Fue un mandato ilógico, desde su punto de vista. Su hermano bajó y sus progenitores fueron protagonistas de una escena dramática antes de que una bofetada resonara.

La única razón por la que Miles no se levantó a evitarlo fue porque no tuvo un agradable día y la consecuencia de haber dormido dos horas lo consumieron, no obstante, no evitó cerrar los ojos para prevenir lo que continuara.

Para suerte de su pequeño lado empático, solo enviaron al menor de regreso a su habitación, comenzaron a discutir al comprobar su "ausencia" y todo concluyó con un golpe en la mesa, como solía ser para hacer ver lo ocurrido como algo serio.

—Qué bien, gasté dos minutos de mi vida para nada —murmuró oculto desde el sofá.

Siguió a Tails y trató de persuadirlo para que le dijera cómo es que esos muñecos estaban con él y no con su verdadero dueño, pero el menor solo se cerró más y se negó rotundamente a dirigirle la palabra.

—No fuiste al centro, ¿verdad? ¿No quieres ver el inicio de lo "mejor" de tu vida?

—No eran mías, eran de Sonic. —Tails se alejó de la puerta para dejar pasar a su hermano—. ¿Por qué se las diste? —Su voz baja tembló por lo ocurrido hace unos minutos. Su mano izquierda formó un puño con fuerza para evitar realizar acciones impropias de él; nunca pasó, pero era mejor estar preparado.

—No lo hice, me las quitaron. —Suspiró derrotado, caminó hacia la cama del menor y tomó asiento bajo la mirada molesta y afligida de su hermano. A Miles no le importaba, ni un poco, pero era fastidioso cuando trataban de culparlo por todo, por más cierto que fuera—. ¿Qué?

—¿Qué querías hacer con ellas? —Pretendió ocultar sus zafiros, que empezaban a lagrimar débilmente, con un fuerte pestañeo.

—¿Ahora te importa? ¿Cuánto pasó desde que dijiste que no querías saber nada de él?

—Nunca dije eso —declaró extrañado—. Ya le tengo afecto, se hace querer mucho, yo...

—Ah, cierto, están tan unidos. —Formó un corazón con las manos.

—Miles, ¡no estoy de humor!, por tu culpa acabo de perder...

Tails lo apuntó, pero no continuó con la oración. Miles movió sus colas con impaciencia hasta que se levantó para mirarlo con falsa lástima.

—¿Lo único que tenías de él? Qué tierno. —Rodeó al menor—. Qué patético.

El más bajo se enderezó ante el comentario, dio un giro de ciento ochenta grados para enfrentar a su consanguíneo.

—Alguna vez también lo pensaste, no puedes criticarme, cierto tiempo te portaste igual —dijo con determinación triunfal. Miles lo observó confuso antes de responder.

El titiriteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora