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Nunca imagino que estaría en la misma calle, a la misma hora y por si fuese poco en el mismo lugar donde se encontró con Milo, con la esperanza, quizá estúpida de volver a verlo, llevaba el color de la noche encima de la piel, el cabello rojizo suelto, estaba nervioso como nunca antes, porque había escapado de casa con la excusa de haber olvidado algo la tarde del otro día, pero de algo estaba seguro, si no le veía se volvería loco... parecía un lunático pensando esas cosas, apenas y lo había visto una vez y ya parecía un demente queriendo su atención, Lacroix no tenía idea, o quizá, solo se estaba haciendo el tonto.

Se sentía a cada minuto mucho más nervioso que de costumbre, se había sentado en la banqueta como esperándolo, sin quitar la vista de la calle que alguna vez lo condujo hacia él, suspiraba y veía al cielo, como rogándole que al menos lo dejase verlo de nuevo, ya no le importaba si fuese de alguien más, solo quería verlo, verlo y cumplir su promesa, porque lo había dejado ahí, sin aquella compensación de la que había hablado y eso no se podía quedar así, un par de minutos despues sintió una mano sobre su hombro y giró la vista.

— ¿Camus? — Solo sonrío como idiota y se levantó — ahora si aceptas — le sonrió, también había estado buscándole porque no se podía quedar así, había prometido algo y sin duda lo cumpliría.

—Hoy si — de nuevo le sonrió, vaya cosa... hasta el propio Lacroix se sorprendía de sí mismo, juraba no sonreír a menudo pero a lado de ese chico lo hacía sin descanso, quizá era porque aquella mirada era tan cálida como el mismo sol era lo que a su fría vida le hacía falta... quizá aquel invierno nuclear que se había instalado en él estaba poco a poco llegando a un fin deseosamente lento.

Caminaban los dos juntos hacia la dirección contraria en la que se encontraba la gran e imponente mansión Lacroix, bajo el cielo despejado de aquella tarde de otoño donde las hojas caen estrepitosamente sobre el suelo y cuyo viento habla de un final inesperado con un renacimiento curiosamente necesitado, eran solo dos muchachos que caminaban ante la mirada de varias personas que sin saber lo que en verdad ocurre, han reconocido al hijo menor de Mystoria Lacroix; las hojas se deslizan con el viento de la tan bella ciudad de Montpellier y ellos han abierto una puerta.

El tintinar de la campana de aquella puerta suena, el cristal es golpeado pero no se rompe, no se cae porque esta sostenido, porque solo es un rose, la cafetería no es cualquier cosa, es aquella que no solo tiene mesas en el centro si no también un par de cómodos sillones en sus extremos y un par de estantes con libros, todos ordenados conforme al alfabeto, los rabies que Camus tiene por ojos se iluminan, nunca había estado ahí porque el té o café nunca lo tomaba fuera de casa... al menos hasta ahora.

—Es preciosos, me siento en el paraíso — susurró con la esperanza de no ser oído.

—Sabía que te gustaría — escucho a Milo y un furioso carmín tiño sus mejillas — te vez como alguien que disfruta la lectura, yo no soy muy afecto a ella pero quise que te sintieras bien, despues de todo el torpe fui yo y quería compensarte de alguna manera.

Solo se limitó a sonreír de nuevo... si, a sonreír; tomaron el lugar junto a la ventana, justo en un par de sillones con la pequeña mesa en el centro, viéndose de frente, como queriendo conversar pero sin llegar a hacerlo; la camarera llegó con el típico delantal blanco y el vestido negro, el cabello castaño suelto y una sonrisa amable a pesar de su porte serio; les ofreció el menú y se retiró para llegar un par de minutos despues a tomar el pedido y mientras partía con ello en mente, Milo se levantó de su lugar hacia la estantería solo para ver y poner a prueba sus capacidades adivinatorias.

Tomó entre sus manos un par de libros, Madame Bovary de Gustave Falubert y La peste de Albert Camus; por un momento y al leer el apellido del autor no pudo evitar reírse y voltear a ver a su acompañante quien le veía con una ceja arqueada sin entender que ocurría, Antares se volvió a su asiento y puso los libros en la mesa, con cuidado, como si fuesen de cristal, era cierto, él nunca fue afecto a leer o al menos no como lo hacía su madre, sabía de libros porque escuchaba a su progenitora todos los días hablar de ello.

— ¿Te gustan? Puedo traer otro si no son de tu agrado — con el afán de crear un ambiente más ameno, Milo comenzó con aquella pregunta tan sencilla.

Madame Bovary — hizo una pausa viendo con detenimiento la portada, la representación de Emma Bovary junto al título — ya lo había leído — dijo abruptamente despues de tomarlo y recordando la nostalgia en las acciones de la protagonista, siendo una lectora de romance y pensando en que su vida marital sería igual a la de aquellas voces plasmadas en papel.

— ¿Y este? — Le acerco el otro — te llamas igualque el escritor, mi madre ama a este hombre y a su estilo, lo dice todo el tiempo — rodo los ojos recordando como su madre hablaba de Albert como si fuesesu amor platónico... quizá puras coincidencias.

—Suena interesante — lo tomó dejando el otro y abrió la página inicial mientras aquella chica dejaba ambas tazas frente a ellos.

Los minutos pasaron y quizá no fueron minutos si no un par de horas, horas en las que Milo ni siquiera había tocado su café y ni siquiera había abierto a Madame Bovary, solo se deleitaba viendo como Camus pasaba las hojas y como se mordía el labio inferior cada que llegaba a una parte interesante y como los pequeños sorbos de aquel café expreso descendian lentamente por el esófago del pelirrojo.

Camus vio con horror su reloj, eran ya las 9 de la tarde y el seguía ahí, leyendo a Albert sin ninguna pausa y viendo como Milo le miraba escondido detrás de la señora Bobary sin haber siquiera leido un par de paginas o tomado la mitad del café; aquellos ojos azules emtendieron a la perfección la mirada de su acompañante, tomó con dulzura el libro de las manos de aquel francés y los devolvió a su estante, dejo sobre la mesa 35 euros,  tomó la mano de Camus y salieron de aquella cafetería.

Se despidieron en el mismo lugar donde se habían encontrado, intercambiaron su número y prometieron llamarse, quizá a la mañana siguiente, después de todo, tenian una lectura pendiente, Camus casi corrió a casa mientras Milo se iba a paso lento; el pelirrojo entró rogandole a los dioses que nadie hubiese notado su ausencia, lastimosamente se encontró a sus padres en el recibidor, como de costumbre, su madre de brazos cruzados y su padre con un cigarrillo en la boca y al parecer nada contento, solo pudo bajar la cabeza y esperar por el sermón de su vida.

🦂❄ 

Ufff, que lindo salió este capítulo, hoy llegué temprano.

Créditos a la creación de la imagen del principio a: lxvextar.

Pasense por su IG: @lxvextar.edits y @lxvextar.—
Sus trabajos son arte puro.

Nos leemos después.

Dan R

Sweet TragedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora