El mundo en el que vivía en este mismo momento no le dejaba pensar con claridad, sobre todo porque, desde hace un par de meses se había sentido distante, cansado, decepcionado, incompleto, ¡ah!, esa es la palabra correcta, Milo Antares se sentía incompleto, como si aquel día en el que vió a Krest Lacroix aferrarse a él y llorar un mar entero, también le hubiesen quitado a él la mitad de su alma, la mitad de su vida, la sonrisa y las ganas, y era quizá aquel sentimiento de fragmentación que residía en su alma el que ahora mismo lo mantenía absorto de todo a su alrededor, incluyendo la mirada afligida de su madre.
A su pobre y amado hijo lo estaba atormentando un mal que, aunque quisiera, no podía curar con un par de venditas adhesivas o con besos llenos de amor como cuando era un niño, está vez, su poder de madre no era suficiente para ello y lo sabía y lo aceptaba pero no por ello se iba a quedar de brazos cruzados, Deggie haría hasta lo imposible por intentar volver feliz a su pequeño ya no tan pequeño ahora, soltó un suspiro y se sentó a su lado para acariciarle el cabello y acunarlo entre sus brazos.
— Milo — lo llamó en el tono más dulce que pudo — tengo algo que decirte — a ello solo respondió con una mirada directa a los violetas ojos de su progenitora
El silencio reinó por un par de segundos, ninguno de los dos se atrevía a romper aquella atmosfera, acunaba a Milo en sus brazos mientras acariciaba su cabello y daba pequeños besos en su alborotada cabellera y él, hundía su rostro en el pecho de su madre para escuchar sus latidos, para sentirse seguro de nuevo, para recuperar la energía que había mermado de su cuerpo sin aviso y que estaba haciendo estragos en su persona, estragos que costaría mucho reparar a menos que...
A menos que lo volviera a tener a su lado y esta vez para siempre, esta vez para no dejarlo escapar y asegurar el incierto futuro a su lado, pero eso, para él y su pobre corazoncito roto, era imposible.
Su padre, Kardia Antares, veía aquella escena con una ternura que ni él sabía que tenía, y entonces, las memorias afloraron, juraría ver a Milo de cinco años corriendo hacia los brazos de su amada Deggie para refugiarse del dolor y la ensangrentada y maltrecha rodilla para después volver al patio a seguir persiguiendo dragones invisibles y derrotando enemigos hechos de calcetas viejas en compañía del pequeño e inanimado escorpión negro, sonrió con melancolía, no había visto así a su retoño desde que Flourite murió.
Ahora parecía que estaba muerto en vida o quizá solo dormido por un largo tiempo y tal vez ahora no necesitaba de un compañero que le ayudase a cortarle la cabeza al dragón o a pasar por el nido de arpías, ahora necesitaba que alguien le dijera que todo iba a estar bien y en un par de días o meses más, su corazón se repararía solo pero ello sería la más cruel de las mentiras, porque para que Milo curase ese sentir, solo había un antídoto que no podía ser duplicado.
— Tu padre quiere volver a Grecia — la voz de aquella mujer se escuchó por fin — y quiere hacerlo con nosotros — sin una respuesta aparente, continuó — quiere enseñarnos el lugar en el que nació — aún no se escuchaba la voz del menor. — ¿hijo?
— No puedo hacerlo — por fin habló — no puedo irme, no sin él.
— Hijo mío — le tomó el rostro y le sonrió por corto momento. — comprendo cómo te sientes, pero... — se vio interrumpida por el rápido movimiento de la cabeza de Milo en seña de negación.
— No, madre, no me iré sin verlo de nuevo
Deggie se heló por un momento, eso sería peligroso, para Milo y para Camus, a ella en realidad no le importaba encontrarse con el ser sin corazón de Mystoria y juraría que a Kardia tampoco pero... ¿y su hijo? ¿Y Camus?, no, no arriesgaría al fruto de sus entrañas y a ese muchacho que había acogido en el seno de su familia desde el primer día que lo vio, pero tampoco podía negarle la única petición que su hijo le había hecho en los últimos tres años. Miró a su esposo con una mueca preocupada pero a la vez con las palabras grabadas en esos orbes violetas que se resguardaban detrás de un par de anteojos.
Él asintió, sonrió y se acercó a ellos, a su familia, abrazó por la cintura a su amada, la beso y despues alborotó aún más las hebras doradas de su hijo para levantarse de la misma manera en la que se había sentado y salir de aquella habitación, descender las escaleras y finalmente salir de casa tomando la ruta contraria a la que siempre tomaba para ir al trabajo, las miradas no se hicieron esperar, todos posaban sus ojos acusadores en él, pero a estas alturas no le importaba, desde que llegó, todos lo miraban igual, despues de casi 30 años en Francia, aún era un forastero.
Llegó a su destino, frente a él se alzaba el imponente y poco acogedor edificio blanco, suspiró de manera pesada... ¡ah! Las cosas que hacemos por amor, el señor Antares nunca había estado ahí, ni caminando hacía la entrada de aquel lugar que le erizaba la piel ni en ese lado de la ciudad, no obstante, su conciencia estaba en buenos términos con su inoportuno e imperativo poseedor que hacía todo lo posible por decirle que estaba haciendo lo correcto y que quizá, aquella mirada, que no dejaba ni dejaría de amar, le estaba diciendo, en ese momento que continuara.
...
Hilda caminaba en círculos por su oficina, hace un par de días que Fleur había ido a verla para decirle que la otra parte estaba hecha y que quizá era tiempo, pero no tenía ni la más mínima idea de cómo saber que ya era tiempo del tiempo que esperaba que fuera y por si fuera poco, la inoportuna y poco amigable visita de Surt la dejó muy alterada, Camus intentó calmarla pero al parecer no quería hacerlo o más bien, su mente no le daba ánimos para reponerse de ello, inhalaba y exhalaba de manera rápida mientras limpiaba el frio sudor con la bata blanca, estaba a punto de salir de la oficina e ir por un café súper cargado y sin azúcar, pero Seraphina la interrumpió.
— Hilda — la llamó, su respuesta fue un quejido silencioso — te busca alguien, ¿lo hago pasar? — solo asintió.
Aquel que la buscaba entró, aquel hombre, juraba, haberlo visto antes, quizá puras ideas suyas pero era tan parecido que por un momento su mente hizo paradojas innecesarias de los acontecimientos recientes, se burló de su extraña manera de pensar y con un ademan, le indicó al hombre dónde sentarse y se apresuró a tomar asiento.
— ¿en qué puedo ayudarlo? — preguntó
— Una cita — los ojos de Hilda le miran e incitan a que continúe — para poder ver a Camus Lacroix — solo asiente, escribe algo en una hoja y luego en otra y en otra más, despues, solo una queda en posesión de Kardia Antares.
🦂❄
Hay, creaturas, una disculpa, el tiempo se me fue de las manos, apenas reaccioné, una disculpa, aquí les traigo el capitulo y les aviso que el siguiente será el último....
Pero no se pongan tristes, para que vean que los amo, les daré tres capítulos extras, solo díganme de quien quieren saber un poquito más, puede ser de como se conocieron Mys y Shijima, de la madre de Krest o cualquier cosa que haya quedado "inconclusa" en la historia.
Dan R
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Sweet Tragedy
FanficUn encuentro casual, un amor prohibido y una dulce tragedia que envuelve a los protagonistas. Los personajes son propiedad de sus respectivos autores y editores. Fan fic Yaoi. Dan R