Habían pasado poco más de diez meses desde aquella tarde en la que volvió a pasar gran parte de la tarde en compañía de Milo y de sus padres y ahora veía desde su ventana el amanecer, sonriendo como un bobo al recordar la sonrisa de su amado y aquella necesitada sensación de calidez en su ser. La puerta de su habitación se abrió dejando ver unos mechones castaños adentrarse con sigilo y subiéndose a la cama aún desordenada del mayor como si fuese la propia acurrucándose entre las, aún tibias, cobijas de blanca seda y las suaves almohadas de plumas abrazando una de ellas entre sus pequeños brazos.
— Caaaaam — llamó a su hermano desde aquel ovillo, su respuesta fue un sonido largo de una sola letra. — ¿Saldrás hoy?
— Sí, ¿qué sabor quieres hoy? — preguntó haciendo referencia al pago del silencio del menor, ya sabía que su silencio costaba tan solo tres croissants de distintos sabores y era costumbre que pidiera uno en especial.
— Hoy no quiero ninguno especia, quiero escogerlos yo — Los ojos del mayor se abrieron de par en par mientras el chiquillo se cubría hasta la cabeza con las perfumadas telas de aquella cama.
— ¡¿Estás loco?! — preguntó notando que en su lecho solo había una especie de refugió echo con sus cobijas — notaran nuestra ausencia y nos castigarán a ambos por tardarnos más de la cuenta y lo sabes.
— Por favoooor... — se descubrió el rostro e hizo un puchero — papá y mamá saldrán esta tarde, no notarán que hemos salido, ¿sí?
— Está bien — rodó los ojos y por un momento algo cruzo su mente — ¿Iras por los croissants o solo porque quieres conocer a Milo y los panes son una excusa?
No respondió nada, volvió a taparse hasta la cabeza con las blancas telas, esperando a que el pelirrojo le sacara de ahí jalándolo y corriéndolo casi a patadas de su habitación, más eso nunca pasó, lo dejó quedarse en el lecho todo lo que quisiera, simplemente se tiró a su lado viendo el techo, esperando a que el reloj de su habitación marcase la hora correcta para salir de su jaula lujosa acompañado de aquel chiquillo que se había convertido en su confidente y que siempre adivinaba lo que sentía y que lo hacía reaccionar de las formas más extrañas posibles.
Después de aquello no hubo nada más que un par de preguntas por parte del menor y luego, ambos salían a hurtadillas de casa dejando aquella inmensa construcción en un silencio sepulcral que a ninguno de ellos le importaba en realidad, simplemente caminaban de la mano por aquella calle que parecía haber sido cubierta por el velo blanco de la luna, era una hermosa tarde de invierno, un poco más de un año despues de haberse conocido, iba ahí, con compañía, esperando que el parque se asomara, allá por la esquina siguiente, pero no solo eso, si no también esperaba a que aquellos rubios mechones salieran a su encuentro y lo recibieran con un beso.
Su deseo, al parecer, fue escuchado por quien fuese que estuviese ahí arriba, en cuanto Milo vió los inconfundibles rojos cabellos se abalanzó a estrujarlo en sus brazos ignorando por un momento al chiquillo que los veía con una enorme sonrisa a sabiendas y conociendo quien era aquel muchacho. Su primer pensamiento al ver al rubio no cambió en absoluto, él, definitivamente era como uno de esos héroes mitológicos que son alabados por todas las generaciones, solo pudo disfrutar de aquella vista por ese efímero momento dónde no había otra cosa más que la felicidad del francés y ese chico rubio que tanto amaba y que ahora a él le agradaba más.
—Ah, Milo — Lo llamó el pelirrojo — él es Krest, mi hermano. — El chico solo sonrió y miró al niño con una sonrisa, esos ojitos azules eran tan fríos como los rubíes de su amado, le despeinó las hebras castañas — Krest, él es Milo.
—Hola, Milo — le trató de devolver la sonrisa — sigo diciendo que pareces un héroe mitológico, es un honor al fin conocer al causante del buen humor de Camus.
No pudo evitar reír con el comentario, despues de eso solo pudieron recorrer aquel parque, intentar jugar un poco con aquella nieve que había caído, quizá, esa misma mañana o tal vez la noche anterior pero que se mantenía suave y fría, tal como la piel de los hermanos Lacroix, pero también, de cierto modo se derretía entre la calidez de las manos que la tocaban con delicadeza... quizá, puras analogías sin sentido aparente de las cuales solo nos queda esa imagen, de ellos tres ahí, disfrutando de una tarde de invierno.
Pero no todo en la vida es perfecto, ya que, el destino, caprichoso e inhumano, tenía planes para aquellos que ahora yacen disfrutando de lo efímero de su vida y por ello mandó al único verdugo disponible en aquel camino. Un par de ojos veían aquella escena con rabia, con celos, con deseo de venganza y era quizá ese sentimiento el que le hizo actuar de esa manera tan ruin, solo esperaría el momento adecuado para llevar a cabo su plan malvado pues como dicen por ahí, "Si Camus no era suyo, no lo sería de alguien más"
~●~
En su mente resonaban las palabras de aquella mujer, de aquella hermosa mujer que había conocido aquella misma tarde y que no era muy distinta a ella, pero aún se debatía si acaso lo que estaba haciendo era lo mejor para todos, acaso ¿causaría dolor con ello? O simplemente haría un favor, uno que había estado pensando desde hace mucho pero que, al pasar el tiempo lo pospuso puesto que su mente se empeñaba en recriminarle sus acciones y quizá las consecuencias de esto, sin embargo, ahora estaba más que convencida.
— Vamos, Hilda, todo va a estar bien — se decía así misma mientras paseaba una y otra vez por aquellas bellas calles que había recorrido con frecuencia.
Aquella mujer de larga cabellera plateada entró en aquel local que yacía abierto desde hace un par de horas pero que parecía tan vacío como siempre, tomó asiento en una de las mesas de la esquina más alejada, puso sus codos sobre aquel madero circular y su mentón a poyado en las palmas de sus delicadas manos, esperando a que la camarera trajera aquella taza de café. Aunque su presencia estaba ahí, en ese instante y momento, su mente parecía estar en otro lugar, uno mucho más extraño y estresante, uno que solo le recordaba aquello, uno que no podía decir que efecto tenía en ella.
Su conciencia divagaba entre los recuerdos de su vida a partir de aquel acontecimiento trágico, recordaba aquella triste y apagada mirada, esa sonrisa falsa que a medida que pasaba el tiempo se volvía más sincera, esas lagrimas amargas descendiendo por aquellas mejillas que poco a poco se secaban y ella estaba ahí, en cada uno de los sucesos... pero ahora, ahora había algo que no sabía cómo la hacía sentir, no sabía cómo expresar su sentir. Alguien tomó asiento frente a ella.
— Hilda — la llamó de manera amable, aquella mujer rubia tomó una de sus manos haciendo saltar a la mencionada.
— Ah, Fleur, que bueno verte, ¿Esa hecho? — preguntó aquella mujer sonriéndole a la otra.
— Sí, está más que hecho, ¿Hermana? — la llamó e Hilda volvió su mirada hacia ella — ¿Por qué tanta insistencia en eso? — soló le sonrió y acarició su rostro.
— No puedo decírtelo, quizá cuando todo haya acabado te contaré — aquellos ojos le veían con curiosidad, Hilda siempre había sido así, pero no la cuestionaría.
Una de las manos de Fleur estaba entrelazada con una de las manos de Hilda, ambas se veían sin decir nada, solo viéndose, como si pudiesen escuchar sus pensamientos, como si supieran a ciencia cierta lo que la contraria no podía o no quería decir, como si sus almas resonaran como una sola y quizá así era, sin embargo, el brillo en los ojos de la mayor no era el mismo de hace un par de días y la rubia lo notó, pero no dijo nada más, solo le quedaba apoyar a su hermana en todo lo que necesitara, justo como ahora.
🦂❄
Krest conoció a su cuñado.Preparen las municiones...
Dan R.
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Sweet Tragedy
FanfictionUn encuentro casual, un amor prohibido y una dulce tragedia que envuelve a los protagonistas. Los personajes son propiedad de sus respectivos autores y editores. Fan fic Yaoi. Dan R