6

92 14 90
                                    

Si estaba en el cielo no quería irse de ahí jamás, estaba, según sus propios pensamientos, viendo como un ángel pelirrojo hacia arte con aquellos dedos que tenía el privilegio de tocar cada tarde, sus ojos estaban clavados en aquel muchacho francés que interpretaba, ahí, en el escenario y a la vista de todos, la más sublime e inefable obra de uno de los maestros del clasicismo; escuchaba, si su memoria y sus oídos no le fallaban, "Claro de Luna"; sus padres estaban ahí, a su lado, admirando como Camus Lacroix acariciaba aquellas teclas con tanta delicadeza y suavidad de un algodón, no solo era él quien sonreía con los vellos mensajes implícitos en el aire, eran todos los que estaban ahí.

Salía de ahí sin prisa, se quedaría en parís un par de días más, mientras descansaba del ajetreo de casa y sobre todo de los sermones de sus padres cada que llegaba tarde a casa pero quizá, solo era una excusa para hacer lo que quisiera sin estar alerta de las miradas que se posaban como verdugos sobre sus acciones, iba a atravesar la calle cuando recordó a su invitado especial, dio media vuelta y ahí, en la puerta esta, solo pudo sonreírle y caminar hacia él.

—Eres maravilloso — apeas estuvo junto a Camus no pudo evitar decirle lo bien que se sintió y lo bueno que aquel pelirrojo era en todo lo que hacía.

—No olvides que tú haces maravillas con esa guitarra — si Milo le decía lo bueno que era, no iba a perder el tiempo para devolverle el elogio.

—Mira Camie, ellos son mis padres — Milo casi arrastro a sus progenitores ante el pelirrojo quien estaba rojo de la vergüenza, pensó que llevaría a dos de sus amigos que vió aquella vez a su presentación pero se equivocó. — Mi madre se llama Deggie Le-roux y mi padre Kardia Antares — sonrió como un niño y Lacroix repitió el gesto.

—Mucho gusto, Camus Lacroix — les extendió la mano como el joven educado que era y ante ello, solo pudieron responder.

—Te llamas como mi escritor favorito — escucho la voz de aquella mujer de ojos violetas quien le sonreía con un cariño que, para su desgracia, nunca vio de su madre. — y aparte tocas precioso.

Solo pudo sonreír y sentir como el color se le subía al rostro, no lo pudo evitar, porque Milo ya se lo había dicho antes pero ahora, aquella casualidad le estaba haciendo pensar un montón de tonterías que solo le hacían sonrojar más, nunca pensó que aquel rubio imperativo se pareciera tanto a su padre pero a la vez era tan diferente que no pudo evitar hacerle caso a su conciencia que le decía que aquella amabilidad y simpatía eran nada más y nada menos por herencia de Deggie.

—Camus — escucho aquel acento griego proveniente de Kardia, giro la vista hasta toparse con él — yo invito la cena, vamos — le hizo un ademan y solo pudo asentir.

Ahí había gato encerrado, de eso estaba seguro, no era algo "normal" la amabilidad de los padres de Milo para con él, no los conocía y ellos no le conocían a él, asumía que solo se trataba de algún tipo de agradecimiento por haberlos invitado a su presentación con el transporte y entrada pagados, decidió que lo mejor era no atormentarse así mismo con esas cosas y que era mejor disfrutar el momento, esperaba que no fuese la última vez, despues de todo y por lo que vemos, tanto Kardia como Deggie vieron algo en Camus que les agrado y quizá era porque su hijo había hablado maravillas de aquel muchacho de delicadas facciones y de unos hermosos cabellos rojos.

~●~

Aquella mujer de cabellera plateada caminaba con prisa por aquellas calles tratando de alejarse de aquel edificio blanco que mantenía prisionero a un joven que no tenía motivos para estar ahí más que un simple castigo injusto por amar a quien no debía y que por aquello le habían tachado de "loco", aunque de loco, no tenía ni la apariencia; buscaba con la mirada al destinatario de la carta que llevaba en el bolso y que protegía como el tesoro más buscado de toda la tierra.

Y luego de algunos minutos lo vio ahí, en el parque que había visto miles de veces en las pinturas de Lacroix y mil veces más por su cuenta, quiso comprobar que era él y saco también de su bolso uno de los retratos que Camus le había dado para buscarle, le sorprendía el parecido, era simplemente una copia fiel de la realidad que estaba frente a sus ojos, ese par de orbes azules con algunos mechones dorados y aquella sonrisa pícara pero amable estaba ahí, sin perder el tiempo fue a donde estaba.

— ¿Milo Antares? — preguntó

— Sí, ¿Qué quiere? — respondió sin despegar la vista de aquella mujer que le veía con una sonrisa.

— Tengo algo para ti — dijo y busco en su bolsa el sobre hecho a mano y adornado con flores de cyclamen* hechas con acuarela — toma — le extendió aquella carta que parecía no tener remitente pero que, de alguna forma tenía su nombre por todos lados.

— ¿Quién me la envía, señorita? — pregunto viendo por todos lados aquel sobre sin ninguna palabra por ningún lado

— Dime Hilda — le sonrió y puso una de sus manos sobre el hombro de Milo — lo descubrirás en unos minutos, solo puedo decirte que te extraña como no tienes idea.

Hilda se fue de ese lugar dejando a Milo solo, con la incógnita en la cabeza pero con tantas ganas de abrir aquella carta que no espero llegar a casa, rompió con delicadeza el sello, extrajo la hoja de papel perfectamente doblada, la extendió y cuando sus ojos se toparon con la primera línea, con ese "mi muy querido Milo", sus ojos se llenaron del agua cristalina y de una emoción incontrolable comenzó a leer aquella perfecta caligrafía y a medida que sus ojos iban avanzando, su corazón saltaba de emoción y también sentía melancolía y un deseo terrible de correr a buscarlo y poder abrazarlo de nuevo.

Aquella mujer le veía desde lejos y comprendió entonces que aquellas historias que Camus le contaba eran verdad, una dulce pero dolorosa verdad de la que se había derivado una tragedia que afectaba a los involucrados mucho más de lo que alguna vez imaginó; regresó sobre sus pasos a donde trabajaba encontrando en la recepción a nada más y nada menos que a Mystoria Lacroix y su esposa.

—Hilda, querida — escuchó la voz de ese hombre — necesito hablar contigo. — se le helo la sangre, solo pudo asentir y caminar a su oficina seguida de aquel hombre.


🦂❄
LLegue un poco tarde, este salió muy emotivo con un toque de miedo al final.

Deggie y Kardia son un amor

*son las flores nacionales de Grecia. 

Dan R

Sweet TragedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora