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Veía para todos lados sin poder dar una respuesta, el habla se le fue y el alma escapó de su cuerpo lejos, muy lejos, se mordió el labio y su madre se acercaba cada vez más con la mirada azul viéndole con frialdad y por un momento pensó que aquel par de ojos azules, de hermosos, no tenían más que el color, estaba a punto de tener un ataque de pánico pero se controló demasiado bien, aquella mujer pelirroja estaba ya tan cerca de él que juraría ver de serca el tic nervioso que apareció en uno de sus ojos sin que se diera cuenta.

—Estoy esperando, Camus — respondió.

—Yo... eh... iba a la tienda de arte — la última parte la dijo tan rápido que la ceja arqueada de aquella mujer le dijo que no había entendido ni la mitad de sus palabras, tomo aire e intentó decirlo un poco más lento — iba a la tienda de arte

— ¿enserió? — preguntó de nuevo y se cruzó de brazos.

—Sí, me hace falta... hummm... pintura amarilla — le sonrió nervioso, muy nervioso, esperando que le creyera.

Aquella mujer le miro con cara de "no te creo", Camus jugaba con sus dedos un poco nervioso, era un pésimo mentiroso y quizá porque nunca lo había hecho, pero si algo aquí es verdad, es que Camus le tenía miedo a su madre, como todos, sus regaños y sus castigos eran excepcionales y es que, Shijima Sahid tenía un carácter de los mil demonios cuando la sacaban de sus casillas y cuando no, se mantenía en silencio y hasta parecía ser de aquellas madres que consentían en todo a sus hijos, a veces lo hacía y otras veces... bueno, era capaz de lanzarte a la cabeza lo que tuviera cerca.

— ¿y por ello sales con la chaqueta en la mano? Que yo sepa no esta tan lejos — Camus empalideció, quería gritarle que iba a ver a aquel muchacho cuyo retrato reposaba en su habitación y cuyos ojos no salían de su mente.

—Mamá — el pequeño Krest se acercó a donde estaban, la mujer se sorprendió, el niño nunca le había dicho así — le pedía Cam que fuese por un Croissant para mí — le miró con los ojitos brillosos; bien sabía que aquellos curiosos panecillos los vendían en cualquier panadería o cafetería, sin embargo, el pequeño castaño solo gustaba del sabor de unos en especial.

Entonces soló miró a Camus y se fue de la misma manera en que había llegado: sin hacer el menor ruido, el joven lanzó un suspiro y se puso la mano en el pecho, el lama le regreso al cuerpo y la sangre tomó su curso natural, internamente le agradecía a Krest que haya intervenido. El chiquillo no tenía idea de lo que había hecho, solo le estaba gustando que el "mal carácter" de su hermano mayor se fuera muy lejos despues de esas salidas.

—Gracias, Krest — balbuceo, el mayor.

No le respondió, solo le sonrió y subió como rayo las escaleras, definitivamente pasaría a comprar una docena de aquel manjar francés como recompensa para el castaño por haberlo salvado, suspiró de nuevo y salió de casa casi como si le vinieran persiguiendo, se alejó de su lujosa prisión y antes de llegar a aquella cafetería, se detuvo un poco para admirar el paisaje, los árboles estaban más verdes, habían perdido sus colores pero su frescura yacía intacta, el petricor del suelo era el olor más delicioso en aquel parque. 

Tomó asiento en una de las bancas de aquel jardín, y espero pacientemente a que el joven Antares llegara, cosa que no tardo demasiado, le vio y en automático su mirada se desvió a esos labios, esos hermosos labios que dibujaban en su rostro una sonrisa, la más hermosa que había visto en toda su vida, la que hizo que su corazón saltara de nuevo, se levantó y como si todo rastro de seriedad se desvaneciera, le envolvió en brazos siendo al instante correspondido por aquel muchacho que ponía su mundo de cabeza.

—Hace tiempo que no nos vemos — dijo el francés

—Casi una semana, Camie — respondió el griego — sabes, quiero preguntarte algo — hizo una pequeña pausa — ese día en el jardín botánico tu y yo...

El pelirrojo puso uno de sus dedos en los labios de Milo, impidiendo que hablase, había sido tan rápido que ni siquiera le dio tiempo de protestar, las mentadas mariposas en el estómago que más bien parecían tormentas de arena o cataclismos se hacían más fuertes a cada instante, y es que Camus sabía perfectamente lo que sentía a pesar de ser la primera vez... y Milo... quizá estaba tan asustado que no le prestó la atención necesaria a los ojitos franceses que le veían con ilusión.

Le temblaban hasta las piernas por lo que iba a hacer pero era eso o complicarse la vida en estar dando un discurso que, en primera no había preparado y en segunda, ni siquiera sabía si iba a ser fluido, así que solo actuó conforme a sus instintos, esos que le decían que lo besara de nuevo, solo fue uno pequeño, uno de esos que a pesar de ser fugaz, te entregan todo lo que hay dentro.

—No digas nada — escuchó al francés — solo acompáñame, ¿sí? — solo asintió, tomó la mano del francés y caminó a su lado hasta su destino.

Llegó a casa un par de horas despues, con la pintura amarilla y la bolsita de papel café con la tan preciada carga para el mocoso que le salvo del castigo de su vida, lo miró de nuevo sentado en las escaleras y le extendió aquel manjar, al pequeño le brillaron los ojos y se encerró en su habitación a degustar los benditos Croissant él solito; el mayor solo pudo negar con la cabeza y dirigirse al recibidor, donde Shijima le esperaba con un par de noticias no tan gratas.

~●~

Daba vueltas en aquella habitación que de acogedora no tenía nada pero que se había vuelto su hogar y posiblemente el único lugar donde al menos, una persona le trataba con amabilidad, quizá y porque comprendía lo que sentía, lo que estaba pasando y por ello le sonreía tan a menudo, sin embargo, ahora los nervios le jugaban una mala pasada, había escuchado que Hilda ya no estaría con él y eso le afligía de una manera descomunal.

"Camus, respira, relájate, todo estará bien" se repetía una y otra vez sin resultado alguno y es que el pobre chico solo recordaba las palabras de Hilda y ello le hacía ponerse aún más nervioso, "deja de dar vueltas" no sabía cómo calmarse, tenía ganas de abofetearse así mismo para que olvidará ese asunto y de hecho, estaba a punto de hacerlo cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe y saltó del susto, giró la vista y ahí estaba Hilda y otra mujer.

—Camus — escuchó la voz de Hilda — ella es Seraphina — aquella muchacha juró oír el grito interno de Lacroix a la vez que soltaba un suspiro — estaremos contigo a partir de ahora.

Camus no dijo nada, solo asintió con tristeza y las vió irse, juró por un instante ver la sonrisa retorcida de Seraphina en cuanto su mirada se cruzó con la suya, más no le dio importancia, se tiró de cara en la cama y ahogo con la almohada un grito lleno de furia y frustración, maldijo el día en el que se le ocurrió la maravillosa idea de decirle a su madre lo que pasaba, maldijo no haber sido más valiente, maldijo a su padre y a ese maldito soplón que lo metió en problemas, maldijo su vida y su apellido y de paso, el hecho de haberse convertido en parte de una tragedia.


🦂❄
Shijima versión mujer es la mami de Cam. 

Krest ama ver feliz a su hermano

Esos dos son lo mejor del mundo.

Dan R

Sweet TragedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora