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Milo Antares escuchaba atentamente como el pequeño castaño le decía a lujo de detalle lo que había pasado, el joven solo podía apretar los puños y rechinar los dientes de vez en cuando, no concia a ese tal Surt en persona, pero ya lo odiaba como si fuera su peor enemigo y de hecho lo era, era quien le había arrancado de las manos lo más preciado que tenía, lo más hermoso que jamás había sentido y aquello con lo que soñaba aun estando despierto. La pena y la tristeza se albergaron en su mente y en su corazón siendo producto del deceso de su hipotálamo, pero ello no importaba, solo quería verlo de nuevo.

—Tranquilo, Krest, tu hermano estará bien, ¿sí? — mentía... por supuesto que mentía pero no le quedaba más que convencer al chiquillo que eso era verdad y de paso convencerse a sí mismo de que Camus estaría bien.

Solo vio como el pequeño asentía mientras se limpiaba los restos más frescos de aquellas gotas derramadas; dejó a Milo en el mismo lugar dónde lo había encontrado, con la mirada perdida y la mente divagando en algún lugar del espacio mientras él caminaba de vuelta a casa arrastrando los pies, sin ganas aparentes de nada, ni siquiera de levantar la azul mirada del gris asfalto de la calle, quizá, porque su pequeño corazón sentía algo parecido a lo que sintió cuando su adorada madre lo dejó, aparentemente, solo en este mundo lleno de crueldad.

Quisiera que estuvieses aquí, mamá — susurro al aire, quizá su deseo no sería cumplido porque Garneth jamás regresaría y ahora, que le habían quitado al único ser en quien confiaba verdaderamente, a su compañero de travesuras y con quien se refugiaba de los horrores del mundo, no sabía que pasaría.

Llegó a casa, entró y la encontró como la había dejado: sola, fría y silenciosa, sin el menor rastro de una temprana alegría que juraría poder sentir en aquellas escaleras, sonrió con melancolía y ascendió a la habitación refugiándose en aquellas bancas sabanas de seda que permanecían impasibles en la cama, en aquella cama que más de una vez compartió con Camus, abrazó una de las almohadas dónde aún quedaban los rastros del perfume de aquel cabello rojizo, solo pudo llorar de nuevo.

...

No sabía dónde carajo estaba metido pero realmente... ¿importaba?, Camus Lacroix hacía un esfuerzo sobrehumano para no derramar más lágrimas, para no decirle a todos los que le veían que había sido humillado, lastimado, quebrado en mil pedazos y estrujado como si fuese algo sin importancia, una alimaña a la que se debe exterminar sin importar cuando cueste. La mirada fría y distante de Mystoria Lacroix suponía que estaba enojado y decepcionado, aquel apuesto pelirrojo ya no era digno de él ni de su apellido pero eso... eso aún tenía solución, al menos eso era lo que pensaba.

Shijima Sahid se mantenía como siempre, cayada y en calma por fuera, pero por dentro los nervios y la tristeza inundaban su ser, su hijo, su pequeño hijo era llevado a un horroroso lugar del que no saldría jamás, su pequeño, ese que alguna vez acuno en sus brazos para que nada malo le pasara, ese que se abrazaba a su cintura en las noches de tormenta, ese que había crecido y se había vuelto un joven inteligente, ahora caminaba al lugar de su ejecución, ahora alejaban a su niño de sus brazos.

La blancura de aquellas paredes solo le podía dar una idea del lugar al que lo había llevado ese hombre sin corazón al que llamaba padre, escuchó aquella gélida y distante voz decir algo que no entendió o más bien, que no escuchó, despues de ello, entró a una habitación tan blanca como todo el interior del edificio, ahí había tres sillas acolchonadas, un escritorio de madera blanca y sentada del otro lado de ese mueble, una hermosa mujer de cabellos plateados.

— ¿en qué puedo ayudarlo? — pregunta y el señor Lacroix le mira para despues decirle lo que ha pasado, ella arquea una ceja e inmediatamente suspira — está bien, antes de eso, quisiera hablar de esto con Camus, a solas — recalca las últimas palabras y ve salir a los mayores.

Aquellos ojitos rojos están perdidos en un punto de aquella oficina, la mujer le sonríe con algo parecido al cariño, esos ojos azul claro le miran y una de las manos de aquella mujer le acarician con cariño el rostro para despues sentarse a su lado, tomar entre sus manos una de las manos del francés y esperar un par de minutos antes de volver a hablar.

— Soy Hilda — dijo con un tono suave, uno que, estaba segura, no había escuchado — ¿puedes contarme lo que pasó? — solo asiente — adelante

— Mi padre — hizo una pausa — dice que me he vuelto loco, no acepta lo que he hecho y por ello me ha traído, dice que me ayudaras a librarme de esto y que volveré a ser el de antes, que volveré a ser digno — su mirada baja.

— Entiendo, y ¿Qué has hecho para que diga eso?, ¿asesinaste a alguien? — pregunta, los ojos del francés se abren y niega automáticamente.

— No, solo... me enamoré — dice bajito, Hilda le mira con sorpresa — me enamoré de un chico cuya madre tuvo deslices nada amistosos con mi padre en el pasado — por alguna razón, ello le hizo sentir más aliviado. 

— Ya veo, entonces no encuentro el problema, esos asuntos son cosa del pasado y les corresponde a ellos — le vuelve a sonreír — pero...

— ¿pero? — aquella palabra no le gustó nada

— Me temo que sus ideas son muy rígidas y no cambiarán, por lo visto te quedarás aquí, no te asustes — dijo al ver su cara — haré lo posible para que nada malo pase, no tienes nada, por lo tanto no tengo algo por lo que curarte.

— ¿Qué le dirás?

— Absolutamente nada de nuestra conversación por si eso es lo que te preocupa, sobre lo otro, ya veré que hacer, no te preocupes, no será tan malo, te lo prometo — una sonrisa y una caricia en su cabeza fueron su respuesta.

Hilda salió de su oficina y unos minutos despues regresó, le extendió una mano al joven pelirrojo y lo llevó al tercer piso, dónde había habitaciones que parecían celdas, pero no dijo nada, sabía, por las palabras de Hilda que todo estaría bien y que nada malo le pasaría, ingresó a su nuevo cuarto, aquella mujer ingresó con él, le explico algunas cosas y despues tomó asiento en una de las sillas mientras Camus lo hacía en la cama, hablaron de aquel chico del que se había enamorado, aquellos asuntos del pasado, sus pasatiempos y sobre aquel despreciable ser que lo había delatado, volvió a reír despues de un largo día llorando. Justo al final de la conversación, Hilda le preguntó si deseaba algo para distraerse aparte de ver el blanco techo.

—Libros — fue su respuesta, la que fue cumplida un par de días despues junto a pinceles, pintura y un par de lienzos que aquella mujer le obsequió.

🦂❄
A partir de aquí nos centraremos en el presente, justo después de la carta de Milo y la visita de Fleur.

Esa fue la primera conversación de Hilda y Cam. 

Hilda siempre tan linda

Garneth( Garnet de Vouivre) es la mujer que sale en el gaiden de Degel, por la que Krest traicona a Athena. 

Para quien no la conoce, se las presento:

Para quien no la conoce, se las presento:

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Dan R 

Sweet TragedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora