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Despues del escandaloso incidente en su casa no se habló más del tema, había pasado una semana y Krest se volvió a mudar a su habitación pero a menudo se encerraba con Camus a ver como este pintaba los hermosos cuadros de atardeceres y amaneceres magníficos o de aquel muchacho que no tenía el privilegio de conocer en persona pero que sin duda alguna le agradaba bastante sobre todo porque sabía que era el culpable de la sonrisa boba de su hermano y de que soñara despierto y olvidar que quizá, aquel futuro del que tan preocupado estaba, fuera más lindo de imaginar.

Ahora veía al pelirrojo descender de las escaleras y tomar rumbo a la salida, sabía a donde iba y por ello y como de costumbre, vendió su silencio por un par de croissants, Camus no alego nada, simplemente le sonrió y le acarició la cabeza. La puerta se abrió y él salió de casa, como siempre, sin ser visto por nadie, a hurtadillas de las responsabilidades en aquella casa que nunca llamaría hogar pero que había sido parte de su infancia y adolescencia, aunque en esos momentos hubiese deseado haber crecido en una familia como la de su amado, sin embargo, los hubieras no existen.

Sus pies se movían solos, ya conocían el camino, no era necesario indicarles por dónde pasar, que calle cruzar y que esquina doblar, solo había que dejarlos, el paisaje veraniego era mucho más hermoso de lo que recordaba, el follaje verde en las copas de los árboles parecía danzar con el viento, soltó un suspiro cuando su mirada se topó con aquellos cabellos rubios que tanto ama y con esa sonrisa que le revuelve cada fibra del cerebro, no lo pensó demasiado y se lanzó a sus brazos juntando sus labios en un hermoso beso.

— Cam — aquella voz le hace sonreír

— Milo — una de las cosas que ama de ese hombre es su vocativo, sus manos se entrelazan y ambos toman asiento en el pasto de aquel parque.

— Hace una semana que no nos vemos, ¿pasó algo? — pregunta mientras sus dedos recorren las hebras rojizas

— Sí, el idiota de Surt me seguía a todas partes y no pude salir — sus ojos se clavan en los orbes azules que le miran con cariño — pero ya se ha ido, mi padre los corrió — rio un poco al recordar su travesura.

— Es una buena noticia, es la primera vez que te oigo reír así... me encanta — aquella confesión hizo que su risa cesara repentinamente y en su lugar se instalara en sus mejillas un furioso sonrojo.

Aquel francés le miró directo a los ojos perdiéndose en ellos, en ese hermoso color azul que se asemejaba al cielo, a ese hermoso color que lo llevaba del plano terrenal hacía otra dimensión de la que nunca querría a escapar; Milo sostuvo la mirada mientras se acercaba de a poco, como pidiéndole permiso al joven enfrente suyo para continuar, Camus al percatarse de sus intenciones simplemente cerró lentamente los dos bellos orbes rojizos, el rubio solo entrecerró los suyos, viendo como aquel carmín pintaba aún más el rostro de aquel fino muchacho.

Y ahí, debajo de aquel árbol sus respiraciones se mezclaron en una sola, sus narices se rozaron y ahí, en medio de ese hermoso paisaje, sus labios se unieron, en un beso inocente, en un beso que aunque delicado, lleva contenido todo aquel amor profesado ante aquel parque que ha visto permutar ese amor a algo que ahora parece hermoso; aquel beso se intensificó, las manos de Milo rodearon la fina cintura del francés mientras este lo atraía más con ayuda de sus manos alrededor de su cuello.

Los segundos pasan y el oxígeno ha mermado de sus pulmones pero ello no es un impedimento, una bocanada de aire y la acción continua, una y otra vez, intensificando aquello que los une, aquello que siendo del otro les pertenece, aquello que no ha de terminar, aquello que el destino no puede separar, aquello que pasaría tarde o temprano, aquello que, en un intento de dulce inocencia, se había convertido, en el mayor objeto de deseo de ambos, nada de lo que pasaba a su alrededor les importaba, ni las miradas acusadoras, ni nada...

— ¿Milo? — lo llamó una vez agotadas sus reservas de aire.

— Camie — tomó entre sus bronceadas manos el rostro de su amado solo para sonreírle.

— No me dejes — aquellas palabras salieron sin un previo aviso, sorprendiendo al joven Antares.

Aquellas palabras eran una petición, una que estaba dispuesto a cumplir, porque en esos hermosos, casi siete meses, no había otra cosa que no quisiera más que estar con él, con aquel francés pelirrojo que conoció gracias a su torpeza, que le ofreció disculpas con una sonrisa, un café y un libro, con aquel delicado joven cuya gélida mirada era el motivo de su insomnio, con aquel muchacho que había esperado... porque era él, no sabía porque pero estaba seguro que era él, su contrario complemento que nunca dejaría.

— Nunca, Camie, nunca lo haré, lo prometo — la promesa más hermosa que escuchó.

Camus sabía que aquella promesa también la sellaría él, pero no podía evitar sentir miedo e incertidumbre, no podía imaginar escenas distopicas en las noches en las que el sueño no se dignaba en aparecer puesto que había de por medio un gran y estúpido problema, el irremediable asunto del que no hablaba con su padre pero que sabía, le causaba repudio, pero ahora, quizá, no era importante, Camus Lacroix no era Mystoria, en ninguno de los aspectos, él solo sabía una cosa: amaba a Milo Antares con todo su ser.

— Vamos — el rubio le ofreció una mano, una que tomó sin dudarlo

— ¿A dónde? — preguntó, realmente no le importaba, solo quería estar a su lado y nada más.

— Ya lo verás — de nuevo esa respuesta, ya sabía lo que venía, una hermosa sorpresa.

— Si es contigo, entonces será hermoso — Milo sonrió ante tal comentario. 

Lo llevó de la mano hasta la puerta de su casa, Camus se sorprendió al principio, sin embargo, entró al hogar de su rubio sin dudar, ahí, en el recibidor yacía aquella hermosa mujer que le miraba sin sorpresa entrar y tras ella, rodeando su fina cintura estaba aquel hombre que sonreía ampliamente; Deggie extendió ambas manos, recibiendo ambos en un apretado abrazo qui hizo sonrojar al pelirrojo, pero pese a ello se dejó querer, ese acto le había llenado el corazón como nunca antes. 

Aquella tarde pasó de ser de dos a ser de cuatro, pero ello no era lo importante en este caso, lo que en realidad importa es que los problemas del pasado parecían no tener la misma importancia que hace un par de meses, Deggie había visto una parte de aquel francés que solo ella sabía descifrar, aquel amor que se profesaban era verdadero, tan verdadero y real como la vida misma y aunque ambos se habían encontrado en una forma misteriosa, lo único que le importaba era que su pequeño que ahora ya no era tan pequeño, estuviese feliz, seguía el ejemplo de su madre y pondría en primer plano el bienestar de su niño y el de su familia.

Se dio cuenta que tenían muchas cosas en común, el gusto por la lectura y por admirar las cosas simples, los hermosos atardeceres y las nubes y quizá hasta haberse enamorado de improviso, aquella simpleza se le hizo reconocer que era él a quien su niño siempre hubo deseado, inconscientemente rogaba al cielo que nada malo pasara, ellos eran felices y los quería ver así, juntos y sonriendo por el resto de sus efímeras existencias, pero el destino no siempre te da lo que pides...


🦂❄
¿alguien dijo convivencia con los suegros?

Para el siguiente tenemos dos cosas importantes que de una vez enlisto: un pequeño salto en el tiempo y una conversación algo extraña. 

Dan R 

Sweet TragedyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora