13: Preocupación y frustración

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Llevo una de sus manos a su boca e intento asimilar lo que pasaba, observo una vez más, la antes bella espalda de su estudiante y que ahora estaba totalmente destruida, ¿Quién demonios haría eso? ¿Cómo se lo haría? Y más importante aún ¿Por qué Deidara no decía nada? ¿Ya había pasado antes, o era la primera vez?

Entonces se fijó en los atropellados movimientos del rubio y como poco a poco empezaba a abrir sus orbes azules.

Al principio le miro al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa, pero pareció percatarse de que su espalda estaba al descubierto e intento forzadamente cubrirse de nuevo.

-¡No lo hagas! – La voz estricta del hombre hizo que el rubio dejara de moverse – espera aquí.

El mayor se movió, y salió del pequeño cubículo improvisado. Deidara solo dejo caer su cara al colchón, ¿ahora que iba a hacer? Sentía el dolor en su espalda demasiado intenso, y eso que había mentido a la enfermera, pero ¿Cómo podía mentirle ahora a Itachi? ¿Y si lo odiaba?

Entro poco después, con unas pomadas y algunos frascos en las manos.

-Recuéstate bien.

Deidara solo obedeció, y se metió la punta de la almohada en su boca, sabía que el alcohol le dolería como los mil demonios, y tal como pensaba, en cuanto el líquido toco su espalda, comenzó a morder con fuerza la almohada mientras apretaba sus puños. Itachi esparcía con ayuda de una toalla aquel líquido incoloro que le traía fuertes espasmos acompañados de un ardor incontrolable.

Desde donde estaba, podía ver el perfil adolorido del chico.

Después de desinfectar sus heridas, comenzó a pasar con suavidad un ungüento en sus heridas.

-¿No me preguntara? – pregunto Deidara hablando bajo.

-No sé, no sé ni siquiera que quiero hacer ahora. ¿Por qué me ocultas esto Deidara? ¿Ha pasado antes?

-Yo…

El rubio no sabía que responder, sabía que su sensei debía estar sorprendido.

-¿No confías en mí? – aquella pregunta lo asombró.

-¡Claro que sí! – respondió de inmediato el chico.

-¿Por qué no me lo dijiste? – pregunto otra vez el pelinegro.

-Porque…tengo…

La voz del chico se entrecortaba, tenía la garganta seca, y un dolor se instaló en su pecho.

-Yo en verdad no significo nada para ti – hablo el mayor y su mirada se veía adolorida.

-No piense eso sensei, usted es el único que me ha hecho feliz – le confeso mientras lo miraba de reojo.

-Entonces, ¡¿Por qué no me respondes?! – Pregunto ya enfadado el mayor - ¿Por qué no me dices quien te hizo esto? ¿Fue por eso que no viniste una semana? ¡¿Por qué te habían destrozado la espalda?!

-¡Sensei! – El grito de Deidara vino acompañado de unas sutiles lágrimas que se deslizaban silenciosamente por sus mejillas y se perdían en la almohada.

-Yo…lo lamento – dijo este mientras su mano abandonaba la espalda del rubio, y acariciaba con delicadeza la rubia cabeza de su estudiante – Pero, yo solo quiero ayudarte Dei.

-Tengo miedo sensei – hablo bajito mientras apretaba las sabanas.

-Dei ¿Quién te hace esto? – su voz fue suave pero no obtuvo respuesta, en sus brazos, Deidara descanso por un rato, hasta quedar totalmente dormido.

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