Capítulo Quince: Confesiones.

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2 meses antes del vuelo, al día siguiente.

Las personas dicen que he avanzado en estos dos meses de encierro, puede que sí. Aprendí a hacer figuritas de papel, eso sí es un avance, también no he llorado desde hace cinco días si no me equivoco, y los pensamientos sobre morir quedan ahí... siendo solo pensamientos, dándole un poder intangible, no me abruma ni lo tengo como primera opción de decisión.

Ya no tiene poder en mí, o por lo menos no totalmente...

Las primeras dos semanas fueron difíciles, sentía que este no era mi lugar –que obviamente no era– y tampoco encontraba maneras de encajar o adaptarme a este ambiente tan enfermo. Mi opinión de los hospitales sigue siendo el mismo.

Mis ataques de pánico ya no son tan frecuentes como en el principio, solo en momentos conflictivos suceden y es ahí cuando pienso que me volveré loca: oigo cualquier tipo de movimiento y soy consciente de la existencia de lo más natural y antinatural que puede existir.

Como helado una vez por semana, hoy es un día de esos, también cuando entro en cierto pánico ya que ayuda a calmarme... como aquella vez. Dos veces por semana voy a las pequeñas clases que elegí y en cada visita que me hacen me pongo al corriente de todo lo que sucede tras salir las puertas de este hospital.

No volví a ver una pastilla de dormir de no ser necesario, me han llegado a sedar dos veces cuando no soy capaz de controlarme a mí misma. Aunque parezca mentira, no me encierran en ningún tipo de habitación con una camisa de fuerza como en las series o películas, pero sinceramente sí lo he pedido.

No estoy completamente loca, pero, ¿cuerda? No creo que sea mi adjetivo definitivo. En estos momentos soy todo menos eso, extraño cosas del mundo exterior, aunque siempre respire el aire de los jardines. Cambiar de aires, de tiempos, de todo.

Extraño a mi familia, a la completa. Mi habitación y dos computadoras gigantes, pasar tiempo con Nina y que me cuente sus problemas o romances pasajeros, a Lev conmigo haciendo entrenamiento todas las semanas, Damien y su común desinterés en las cosas. Mamá haciéndome de comer alguna receta de las que hace e inventa, a papá contándome cosas nuevas de su trabajo sin decir las cosas feas, aunque me las termine diciendo a regañadientes. Y la extraño a ella, con todas las fuerzas que me quedan, todas sus facetas, no puedo nombrar solo una.

Han sido dos... tres meses duros, donde he aprendido a reconocer y relacionarme con los sentimientos y emociones a las cuales les tengo un gran miedo, sigo teniendo miedo a mí misma pero ya se distinguir que lo que puedo llegar a estar sintiendo es ira, tristeza o estar a punto de explotar.

No estoy diciendo que estoy completamente bien porque ni siquiera yo misma lo sé, no sé si seré capaz de seguir cuando salga de aquí y tampoco sé qué haré con mi vida después de ahí. ¿Lloraré? Es un hecho. ¿Gritaré? Ganas no me faltan. ¿Retomaré mi vida? Tengo que estar segura primero de que todavía tengo una y no solo respiro. ¿Volveré aquí? Espero por todos los cielos que no. ¿Ella está muerta? Prefiero no poner esas dos palabras en una misma oración por ahora.

Viviré este presente, aunque no sea el mejor de todos ni lo que hubiera llegado a imaginar alguna vez, si me hubieran dicho hace un año que iba a estar encerrada en un hospital por tres meses me hubiera reído.

—Nos vemos en tu próxima cita, hoy he notado que estás algo... alegre —dice con voz serena, aprendió que no me gusta que hablen fuerte, aunque yo misma lo haga.

Me levanto de la silla frente a su escritorio mientras miro alrededor, se ha vuelto una costumbre.

—Hoy vienen mis padres a verme, me agrada la idea...

Alerta RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora