Capítulo Uno: Aeropuerto.

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Zoa Volkova.

Actualidad.

Inhala. Exhala...

Eso era lo que me decía la enfermera Maslov que hiciera cada vez que estuviera ansiosa o sintiera miedo. Me encontraba ansiosa, sí. Pero para todo hay una explicación razonable.

Estoy en un aeropuerto, esperando un vuelo que va hacia el otro lado del mundo y dura más horas de las que puedo contar. Y me encuentro haciendo eso, contando las horas, minutos y segundos para poder montar ese avión a destino a Vancouver.

Inhala. Exhala...

Ya me iré de Moscú, empezaré desde cero, volveré a vivir mi vida como debo de hacerlo... o eso creo. Sé que no viviré tranquila hasta sentirme libre, hasta que no encuentre porqué sentirme así.

Inhala. Exhala...

Inhala. Exhala...

Me sobresalto al sentir que alguien agarra mi mano, volteo y es Lev. Ambos estamos sentados esperando. Lo miro extrañada y aprieta mi mano.

—No estés nerviosa —dice aun sosteniendo mi mano.

Inhalo...

—No lo estoy —digo.

Exhalo...

—Sí que lo estás, te conozco —sé que me conoce, y si estoy nerviosa. Volteo los ojos y después vuelvo a mirarlo—. Yo digo que es mi instinto de hermano que me hace saber si estás nerviosa.

No nos leemos la mente como piensan las personas por ser mellizos o algo así, pero siempre está ese sentimiento que nos dice si algo va bien o mal. 

No me gusta reír, no veo motivos para hacerlo en este punto, pero busco relajarme.

Levanto mi mano y le revuelvo el cabello, bufa.

—No hagas eso, sabes que soy mayor que tú —dice mirándome de mala gana y acomodándose el cabello rojizo, como el mío.

—Por solamente unos minutos y, además, tengo más autoridad que tú... después de mamá.

Ríe, le saco la lengua como una niña pequeña y él hace lo mismo.

—Lev —digo y voltea a verme. Me mira y mueve un poco la mano para que continúe hablando—. Prometamos algo.

—¿Algo como qué? —dice frunciendo el ceño—, tú también debes de cumplir las promesas, no solo yo...

Respiro hondo, se por qué lo dice y no sé cómo sentirme al respecto, a veces me arrepiento, otras veces... me pregunto qué hubiera pasado si lo hubiese logrado.

—Es algo sencillo —trato de lucir con confianza—, son... reglas, seguir reglas —continúo y Lev entrecierra los ojos—. Puedes incluir algunas, es más que todo para poder vivir bien y pasar desapercibidos, no es como si fuéramos a pasar más de un año allá en Vancouver.

No responde enseguida. Ve a mamá, suspira y voltea a verme.

—Me gusta la idea, dictaré la primera regla. No confiar en nadie que no sea de nuestra familia —dice ya mirándome serio—. No sabemos si allá nos seguirán.

Es verdad, no sabemos si nos siguen o siquiera saben que nos estamos yendo.

—Está bien, creo que los únicos en los que podemos confiar son Nina y Damien, a este punto son como familia.

Él asiente.

—Segunda regla, no encariñarse tanto con las personas. Esta regla va algo anclada a la primera, sino te encariñas no habrá confianza —digo moviendo las manos de un lado a otro.

Alerta RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora