Capítulo Cuatro: Hospitales.

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4 meses antes, esa misma noche.

Luces, veo luces.

¿Estoy en el cielo del que tanto hablan las personas?...

¿Esta es la famosa luz al final del túnel?...

Respondiendo a mis propias preguntas, no.

Sí, es luz. No, no es el cielo y tampoco la luz al final de túnel. Es luz de hospital. Estoy en un hospital. ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegué aquí? ¿Por qué no morí?...

Hay muchas preguntas que abundan. Volviendo a mi realidad, aún veo borroso, pero veo en un sillón a mi hermano, luego miro mi mano y tengo una intravenosa, ¿qué me están haciendo?...

Toso, hay un olor extraño, no es alcohol.

—¿Lev? —digo en voz baja, temiendo a que esté dormido.

Volteo a ver el reloj de pared, dos y treinta de la madrugada. Vuelvo mi mirada hacia Lev, me mira con preocupación y sorpresa, yo solo lo observo. No sé qué decirle, siento vergüenza de mi misma, lo último que recuerdo son sus palabras.

"Tú... eres mi esperanza"

—Lo siento... mucho —digo y miro hacia otro lado mientras siento que cae una lágrima por mi rostro. Suspiro y vuelvo a mirarlo—. Rompí la promesa... dije que sería fuerte por ella, pero simplemente me derrumbé sin pensar el cómo...

—Entiendo, no te lamentes —dice interrumpiéndome—. Hiciste que me preocupara, que todos lo hiciéramos —me mira a los ojos—. No quiero perderte, no a ti también.

Aparta la mirada.

—Soy una estúpida —río—. Creí que sería más fácil hacer esto porque no quería sufrir y perderlos a ustedes también.

No hablamos más por unos minutos, trato de asimilar lo que pasó y como ocurrió. Literalmente le debo la vida a Lev, probablemente Nina lo alertó, no la culpo, no culpo a nadie más que a mí misma. Siento como cae una lágrima por mi mejilla y la quito rápidamente con la palma de mi mano. Doy un repaso rápido a la habitación de hospital. Está la cama en la que me encuentro, un sillón en donde está Lev, una ventana, reloj, dos puertas donde una probablemente es la del baño, un televisor y una pequeña mesa.

—¿Dónde están nuestros padres? —pregunto notando su ausencia.

Suspira, siento que está molesto conmigo, no sé qué decir y no tengo cómo moverme.

—Papá dijo que iba a comprar unos cafés, mamá probablemente está afuera ¿quieres que la llame? —responde levantándose.

—Espera... —comienzo, agarrando su mano— perdóname por hacer eso, por favor... no quiero que me odies.

Voltea a verme.

—Zoa, no te odio, dudo que algún día lo haga, solo... pensé que querrías vivir por ella y... me decepcioné, no de ti sino de mí mismo por no haberme dado cuenta antes, no haberme dado cuenta que querías hacer eso, creo que... debí de estar más tiempo contigo y más pendiente de ti.

—No es tu culpa, me volví vulnerable, no quiero ser ninguna carga para ustedes...

Se queda callado, pero sigue mirándome, suspira y niega.

Prefiero no hablar más, solo cosas breves que puedan preguntar, tengo miedo de decir algo mal o defraudar más de lo que ya he hecho. En algún momento entra mamá a la habitación y corre a abrazarme al notar que estoy despierta, empieza a hablarme, pero no contesto a nada, solo la miro. No presto atención a lo que me dice ella ni a lo que llega a decir el médico, no contesto a nada, no afirmo ni niego. Lo único que entendí es que podría dormir por varias horas y que cuando se hiciera de día me harían unas preguntas.

Alerta RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora