Los guardias que estaban detrás de mi madre se me acercaron, y de un segundo a otro estuve entre sus brazos, atrapada. La fuerza con la que me sostenían me dolía, y sentía que mis brazos iban a quebrarse. Mi madre estaba observando la escena, sin decir nada, con esa mirada exasperante.
-Alto-dijo, cuando los guardias estaban a punto de esposarme. -Suéltenla.
Los guardias se miraron entre sí, dudosos, pero nadie debe desobedecer a una reina. Así que me soltaron, arrojándome al suelo, como un trapo. Eso enfureció a mi madre, quien se agachó a donde estaba yo, pese a su largo vestido rojo oscuro, y les gritó:
- ¿Cómo se atreven a tratar así a la princesa de Eyre?
Sentí como sus ojos se posaban en mí, sorprendidos. De repente llovieron disculpas, y signos de arrepentimiento, pero mi madre me sacó de allí con rapidez. Me condujo hacia una habitación a la que los guardias no nos habían seguido, que se parecía a una enfermería. En cuanto la puerta se cerró, me miró con dulzura.
- ¿Estás bien? -me hizo sentarme en una camilla, y comenzó a examinar mi cara, mis brazos, mis orejas.
-Estoy perfecta-contesté, aunque no sabía si lo estaba en verdad.
-Luces cansada.
-Lo estoy-respondí, con sumo respeto. No sabía cómo debía tratar a mi madre, tomando en cuenta el hecho de que había actuado como si me hubiera visto el día anterior. Sin abrazos, sin saludos, sin gestos de afecto, sin bienvenida.
-Bien, le diré a tus doncellas que te conduzcan a tu cuarto-se acercó a una repisa, y tomó una caja dorada. Sacó unos dulces de su interior, y me los tendió. -.Debes estar hambrienta.
Los acepté, sin contestar, y me los llevé a la boca. Eran quizás los dulces de chocolate más deliciosos que había probado en mi vida. Luego ella se dirigió a la puerta, y cuando estuvo a punto de abrirla, la interrumpí.
- ¿No te alegra verme? ¿Ni siquiera te sorprende?
Ella se detuvo, y se volvió a mí, con una gracia que yo sabía que yo nunca tendría.
-Claro que sí, hija. He esperado este día toda mi vida. Solo que esperaba que pasaran unos años más. Pero sé que si descansas, y te recuperas, podrás explicármelo todo.
Alguien golpeó la puerta, y acto seguido, entraron cuatro mujeres vestidas de sirvientes. Mi madre me hizo una seña con la mano para que las siguiera, y antes de salir por la puerta le dije:
-Yo también estoy encantada de verte, mamá.
Y la pesada puerta de madera se cerró tras de mí.
Seguí a las mujeres silenciosamente, mientras ellas susurraban entre ellas. Sabía que hablan sobre mí, pero no dije nada. No acostumbraba a hablar mucho. Luego de unos minutos caminando por los pasillos del palacio, se detuvieron en una puerta, muy parecida a las demás. Solo que ésta, tenía incrustados diamantes, que formaban una S, en la parte superior. Me sorprendió, habían preparado una puerta con la letra principal de mi nombre.
Entré, y me encontré con la habitación más hermosa nunca antes vista. Las paredes estaban tapizadas, de un color naranja muy claro, con diseños dorados que formaban cosas parecidas a dragones. El suelo, con grandes mosaicos blancos, me recordaba a un sueño que alguna vez tuve. Del techo, colgaban unas hermosas arañas plateadas, adornadas con cristales que, con la luz que entraba desde las ventanas, reflejaba en las paredes luces parecidas al arcoiris. Pasé mis dedos por la cama, admirando la suavidad de su acolchado, al igual que el de las sillas y sillones que había allí.
Era enorme, y era toda para mí.
Las mujeres me condujeron al armario, que era bastante grande, y me hizo acordar al de Nicholas. Pero cualquier otro pensamiento se esfumó en cuanto vi la cantidad de vestidos y prendas que había en ese closet. De todas las variedades y colores que alguien se podría imaginar, estaban allí, y eran para mí, como siempre lo había imaginado.