Nada nunca me había dado tanto miedo y tanta impresión como aquello. La gente comenzaba a subir al escenario para beber de la sangre de la chica rubia, que Nicholas señaló que se llamaba Harriet. La líder de las brujas dejaba que la sangre cayera en una copa de bronce de boca ancha y se la tendía a cada persona. Cada uno se quitaba la capa de la túnica y algunos dejaban ver unos rostros arrugados y desgastados por los años, que se rejuvenecían y embellecían al ingresar la sangre en sus cuerpos.
-Nicholas, tenemos que sacarla de allí. -Por mucho que me desagradaba Harriet, no podía dejar que muriera así. -Hagamos algo.
Él cruzó su mirada con la mía. En sus ojos se reflejaba que compartía la opinión conmigo, pero una sombra de preocupación le cortaba las pupilas. -No podemos simplemente entrar y decirles que dejen de hacerlo. Nos matarían de inmediato.
Suspiré. Tenía razón, pero Harriet comenzaba a perder color. Observé el techo y las paredes, en busca de alguna abertura, pero parecía no haber ventanas. La vaga esperanza de salvar a Harriet comenzaba a desvanecerse.
-Allí. -Nicholas señaló una cortina negra que se confundía con la pintura de la pared del mismo color. Estaba corrida, como si la ventana estuviera abierta y el viento la empujara. -Podemos golpear la ventana desde afuera. Se asustarán y saldrán corriendo. No creo que se lleven a Harriet.
-¿Y si lo hacen? ¿Y si huyen con ella?
-No lo sé. -Por primera vez, Nicholas parecía confundido. -Corramos el riesgo.
Asentí, apretando los labios. Tomé su mano, arrastrándolo conmigo. Parecía inmovilizado por el miedo. Cuando reaccionó, no fue el único. Un brujo dentro pegó un grito que hizo callar a los demás.
-¡Hay alguien en la casa!
Fue entonces cuando Nicholas se levantó y echó a correr por la habitación. Yo, centímetros detrás, oí cuando la voz lejana de la líder aullaba:
-¡Abandonen la zona, seguidores, abandónenla! ¡Repito, ABANDÓNENLA!
Miles de pasos en las largas escaleras del repertorio resonaron haciendo contraste con el roce de nuestros pies descalzos al correr. Mi corazón latía con fuerza, pero casi no podía oírlo por el intenso ruido de los zapatos de los brujos y brujas detrás de nosotros. Volteé justo en cuanto el primer brujo se asomaba por la puerta, pero nosotros ya habíamos tomado distancia y estábamos a centímetros de la puerta. Nicholas me gritó que no mirara hacia atrás, y con su largo brazo estirado consiguió abrir la puerta, en el mismo momento que algún brujo o bruja lanzaba un remolino de luz hacia nosotros, golpeando contra mi pierna, rebotando, y alcanzando el hombro de Nicholas. No sé si fue la adrenalina, o el impulso de la carrera, pero el dolor no fue tan intenso como para hacernos detener.
Ya fuera, Nicholas cerró la puerta y la sostuvo con fuerza. Los brujos todavía estaban lejos, por lo que yo había visto, y había tiempo para escapar.
Comencé a correr, pero él permanecía allí. -¿Qué haces? -grité. -¡Ven!
Nicholas dudó antes de soltar el picaporte, pero luego me siguió, tomando velocidad. Al pasar a mi lado, intentó tomar mi mano, pero el movimiento fue tan brusco que le repercutió en el hombro afectado.
Lanzó un grito de dolor. Me detuve, pero él me obligó a seguir corriendo. Segundos después, me alcanzó. Corríamos por la otra parte del pasadizo, y en cierto momento, los faroles del pueblo comenzaron a iluminar el camino, trayéndonos con su luz cierto alivio. Una vez que estuvimos en la calle, a pleno encuentro con los adoquines sucios y maltrechos, me dejé caer al suelo. La parte del gemelo izquierdo era la que los poderes del brujo habían atacado, y simplemente no pude seguir caminando. En un acto casi instintivo, me quité la capa marrón que Nicholas me había dado, en caso de que alguna bruja hubiera corrido en nuestra dirección y nos reconociera. Nicholas, al verme, se desplomó junto a mí, también despojándose de la sucia prenda grisácea.