Capitulo 3

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En realidad esperaba que alguien me hubiera estado esperando en el palacio. Pero en cuanto asomé la cabeza por la puerta de la carreta en la que asombrosamente de la nada estaba viajando dormida, lo único que vi fue al hombre que me abrió la puerta. No vi a Ken, ni a Gabe, ni a mi madre, quien era la persona que esperaba ver. Solo tenía en frente a los adoquines pintados del castillo en el que había nacido, y a sus hermosos jardines. Pero nadie estaba allí, ansioso por verme, como yo me había imaginado mi llegada. Supongo que quizás nadie sabía que yo iba a llegar, ya que en realidad faltaban dos años para mi arribo.

Acepté la mano del hombre, que supongo que era el conductor de la carreta, que me ofreció para bajar los pequeños escalones. Al verme los pies, comprendí que las Vans[1] rosadas que llevaba puestas no se parecían en nada a los zapatos de cristal que cualquier princesa usaría. Tampoco mis jeans gastados ni la sudadera a rayas que estaba usando en ese momento. Quizás era mejor el hecho de que nadie me estaba viendo llegar así.

Cuando el conductor soltó mi mano y se alejó con su carreta a caballo, comprendí que tenía que entrar al palacio. ¿Pero cómo iba a hacerlo si probablemente nadie supiera quién era yo? Claramente no podía entrar por la puerta principal porque de seguro los guardias me detendrían allí y no me dejarían pasar. Parecía una simple plebeya, y aunque lo había sido la mayor parte de mi vida, en ese momento no lo era, pero lucía como una. Y no podía presentarme así. Así que caminé por los jardines, hasta una construcción apartada del gran castillo que, a juzgar por el olor a pan recién horneado, era la cocina.

Empujé la puerta con más fuerza de la que hubiera deseado, y me encontré con una docena de cocineros apurados y concentrados en su trabajo, que al verme se paralizaron. No sé muy bien qué clase de mal aspecto tenía, pero una mujer se me acercó, con cara de preocupación.

- ¿Qué haces aquí, querida?

No supe qué responder. Los demás cocineros me miraban como si fuera altamente extraño que una chica con aspecto estadounidense entrara en su cocina sin avisar. Bueno, probablemente si lo fuera. Les dirigí una mirada de reojo a los demás, para que la mujer se diera cuenta que me incomodaban. Entendió, y les ordenó que siguieran con sus cosas.

-Me llamo Skylar-le dije, en cuanto pensé que nadie escuchaba. -.Y necesito llegar al castillo sin que me vean-los ojos de la mujer se abrieron como platos. -.No es nada malo-sonreí. -.Solo quiero visitar a una vieja amiga.

La mujer me observó unos segundos, dubitativa. Y luego, su cara cambió totalmente.

-Usted...es muy parecida a la reina Jacqueline.

Me encogí de hombros, esperando que entendiera. Y lo hizo. Se llevó las manos a la boca, pidiendo disculpas, pero yo la detuve antes de que hiciera una reverencia.

-No, no. De verdad. Solo necesito que me diga cómo entrar al palacio burlando a los guardias.

Sonrió. -Usted es la princesa, debo obedecer a sus órdenes.

Quise decirle que no, pero ella me condujo hasta la parte trasera de la cocina, donde un joven y una muchacha estaban hablando.

-Tú-se dirigió al chico. -.Enséñale a la muchacha el túnel. Y tú-le habló a la chica. -.Encárgate de la cocina.

Vi la mirada de confusión del chico y la de odio de la chica, pero ninguno dijo nada. La mujer desapareció y el chico me hizo una seña con su cabeza para que lo siguiera. Era quizás de mi misma edad, al igual que la chica.

Me condujo hasta una puerta de madera con un picaporte negro. Lo giró y la puerta se abrió, dejando ver un túnel oscuro. El chico entró y tomó una antorcha de la pared, para luego encenderla. Me la tendió y yo lo miré confundida.

The Golden Age (La Era Dorada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora