Ahí estaba él. Parado con suma elegancia entre dos de sus guardias, los mismos que habían entrado en su habitación cuando yo estaba escondida en su armario. Llevaba un traje de color gris claro, con una camisa blanca debajo, y en el saco decenas de medallitas y broches que no sabía qué significaban. Y su cabello rubio estaba demasiado lindo. Se veía sedoso y brillante, como el de una propaganda de televisión. Pero me molestaba el hecho de que me mirara con su sonrisa resplandeciente como si lo de su habitación no hubiera sucedido. No quise mirarlo ni siquiera cuando mi madre lo presentó.
Ella me había hecho levantarme de la silla, y acercarme a él, que también se había acercado. Él besó la mano de mi madre con una pequeña sonrisa de admiración, y mi madre me habló:
-Skylar, él es Nicholas de Inner.
Él tomó mi mano, y la besó con suavidad y una sonrisa que reprimía una carcajada. A diferencia de la que le dedicó a mi madre, ésta era algo irónica. Como si fuera demasiada coincidencia que la chica que se había escondido en su armario fuera la chica con la que se casaría algún día.
-Nicholas, ella es mi hija, Skylar.
Parecía que a mi madre le gustaba muchísimo Nicholas, y se molestó porque yo no lo había mirado. Mis ojos estaban dando al suelo, que de pronto se había vuelto muy interesante. Mi madre me dio un suave golpecito en la espalda, pero no le hice caso.
-Sí -intervino Nicholas. -.Creo que ya nos hemos conocido antes.
Esas simples palabras hicieron que mis ojos verdes se dirigieran a los suyos. ¿Cómo podía decir eso al frente de toda esa gente? Estaba haciéndome quedar como una idiota.
Mi madre asintió, aunque yo sabía que ella no tenía idea de lo que estaba hablando el príncipe, y luego se dirigió a su silla. Yo también lo hice, y me sorprendí al darme cuenta que la silla vacía a mi lado estaba reservada para el trasero de Nicholas.
Prácticamente lo ignoré hasta que la comida estuvo servida en nuestros platos. No hablaba con Rita, pero no quería hablar con Nicholas. Me había parecido un idiota desde el principio, no podía hablar con él. Y mi cabeza comenzaba a dolerme al pensar que algún día me casaría con él.
El primer plato era sopa, así que en cuanto tomé la cuchara con mi mano izquierda, casi le doy un codazo.
-Eres zurda-exclamó, esquivando mi codo y riendo un poco.
No me pareció gracioso. -No es mi culpa que estés tan cerca de mí.
Si siempre intentaba no parecer grosera cuando le hablaba a las personas, esta vez era justamente lo que quería lograr. Pero él no pareció ofenderse por mi tono distante. Es más, sonrió, como si le gustara mi comentario.
-No es que tenga mucho espacio.
Lo miré, y me estaba mirando con esa sonrisa que me parecía irritante. ¿Cómo podía sonreír estando cerca de alguien quien claramente lo odiaba? Aparté la mirada y me llevé la cuchara a la boca. Luego de un tiempo, él dejó de observarme y se bebió su sopa.
Las puertas se abrieron con brusquedad, y algunos se pararon, como signo de respeto. El padre de Nicholas estaba entrando. Ni mi madre ni su hijo se levantaron de sus sillas, así que decidí no hacerlo. No quería demostrarle respeto a alguien a quien no conocía. Mi madre, desde su asiento, lo saludó, mientras él se sentaba a su lado. Llevaba la misma capa que el día anterior, y una corona dorada demasiado excesiva para mi gusto. Las demás personas en la mesa se sentaron con delicadeza, y la reunión continuó. Hablaban entre ellos, en un tono moderado, y algunos reían, como si esos almuerzos ocurrieran todos los días. Pero supe que no era así, cuando el padre de Nicholas se levantó, con copa en mano, y los mayordomos nos servían una sustancia rojiza en las copas, que reconocí como vino.